Obstrucción a la civilización

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No son ni las ocho y media de la mañana, pero ya está en pie. Supone que aunque haga días que no se ve obligado a madrugar para acudir a comisaría es incapaz de descansar sabiendo todo lo que está ocurriendo. Y más hoy. No ha encendido las luces aunque afuera esté nublado y no entre ni un ápice de luz. Se mueve entre las sombras de un salón vacío y silencioso. Deambula meditando y dándole vueltas a todo, también a su cabeza. Finalmente coge las llaves y se marcha.

Deja abandonados en la mesa del comedor un par de papeles. Uno de ellos es una carta. Tiene como remitente alguna administración pública... Es una citación. Una citación jurídica. Él, el defensor de la ley, una citación jurídica. Deja abandonado también un folleto. Catorce de noviembre, huelga general. Manifestación. ¿Es allí a dónde se dirige? ¿A la manifestación? Él prefiere verlo de otro modo. Se dirige a luchar por lo que un día tuvo y quiere recuperar... ¿O quizá nunca lo tuvo? Últimamente se siente muy engañado. Digámoslo de otro modo: se dirige a luchar por sus derechos, por los suyos y por los del resto de la gente.

Se reúne con un hombre en la esquina de la calle. Va totalmente tapado, apenas puede verle los ojos. Le saluda con una sonrisa triste, no va a ser un día fácil.

"¿Cuál es el plan entonces?", pregunta el recién llegado.

El otro saca un pasamontañas del bolsillo. Le respondió con una mirada cargada de desagrado.

"Oye... Sólo quiero que me prometas una cosa. No te meterás en líos. No merece la pena", le dice el que ni siquiera puede dormir. El ya encapuchado pone una de sus manos sobre su hombro.

"Tranquilo, sé lo que hago."

"No, no sabes lo que haces", le respondió enfurecido.

"¿Y me lo dice el policía que tiene una denuncia por obstrucción a la justicia?"

Se quedó mudo. No supo qué responder. Tenía razón. Él, el policía, el defensor de la ley... Pero antes la ley era diferente. Él no se hizo policía para ingresar en el cuerpo de antidisturbios y acabar dando de palos a chavales de dieciocho años que sólo quieren tener voz y voto en su futuro. No, él no quería ser policía si eso significaba ejercer la obstrucción a la civilización.

"Por eso mismo debes tener cuidado. No quiero que acabes como yo."

"Oye, tío... Yo no soy madero. Tomaré precauciones, no voy a saquear ningún comercio ni nada si eso te deja más tranquilo."

"Y entonces, ¿para qué vas tan preparado?"

Ahora enmudeció el otro. Tampoco lo sabía muy bien. No sabía siquiera qué era lo que debía hacer. Si salía a la calle a gritar un lema pegadizo con meras pancartas no iba a servir de nada. Al menos, ya no. Era demasiado tarde, no les escuchaban. Las protestas pacíficas eran demasiado inútiles, pero era cierto que él jamás querría causar ningún daño a nadie. Sabe que hay comercios que no se pueden permitir cerrar un día, que hay familias que no pueden permitirse perder el sueldo de un día... ¿Y qué más podía hacer?

¿Qué más podían hacer ellos? Un ex policía con una citación por rebelarse contra sus compañeros. Un chaval que soñaba con estudiar filosofía y ni siquiera encuentra trabajo como albañil. Hace días que una carta al gobierno no es suficiente. No podían hacer nada, sólo sentarse a ver cómo esa situación de obstrucción a la civilización se extendía poco a poco.

Alguien pasó junto a él corriendo, huyendo. Pasó de largo. Escuchó a lo lejos el revuelo. Y después aparecieron más. Más gente huyendo y gritando. Era inevitable, piensa. El alboroto le alcanza, alguien le empuja, pero él sigue adelante. Contra corriente. No tiene ya nada que perder, no va a ser peor que el día en el que tiró la porra y su escudo y dejó que una masa de gente inconsciente se le comiera a la vez que sus propios compañeros le gritaban "insensato".

La masa de gente lo encerró. Algunos le gritaban, otros intentaron agredirle, pero no les culpaba. Era el precio a pagar tras cambiarse de bando. Él también se increpa a sí mismo por cada día en el que actuó sin conocimiento, cada día en el que no pensó en contemplar la realidad.

Aquel día un muchacho, un chaval de dieciocho años que aspiraba a revolucionar el mundo con palabras y pensamientos le defendió. Un chaval con muchas aspiraciones pero pocas posibilidades, ese mismo chaval que hacía unas horas se había hecho con un pasamontañas con el que cubrir su identidad. Aquel día no iba tan tapado. Aquel día incluso aquel chaval tenía cierta esperanza. Quizá por eso comenzó a gritar a los que estaban allí.

"¡Basta! ¡No seáis como ellos! ¡Se ha rendido! Simplemente ha renegado de ellos..." El chaval bajó la voz, lo suficiente para que sólo le escuchara él mientras le ayudaba a levantarse. "Bastante tienes con la que te viene ahora encima".

Ninguno de los dos se imaginaba que en cuanto las personas de su alrededor se calmaron aparecerían una decena de armarios armados. El chaval no pudo hacer nada cuando aquellos individuos se abrieron paso a cualquier precio entre la multitud hasta llegar a ellos. Había gente por el suelo, y un par de ellos se dedicaban a "imponer respeto" sobre algunos jóvenes que no paraban de pedir que se identificaran.

Un tipo sin rostro ni alma le agarró del brazo y le sacudió. Le gritó, reconoció su voz pero no a su compañero. Él también respondió, pero para aquella identidad oculta pasaron desapercibidas todas aquellas palabras bienintencionadas. Intentó pararles, ¿y qué pasó? Le rompieron un brazo y necesitó cuatro puntos en la frente que no hubiera necesitado si se hubiese mantenido al otro lado de la realidad, con su escudo, su porra y todas sus demás protecciones.

Pero no se arrepentía. Tenía una cicatriz y una citación judicial que le recordaba aquel día y el infierno de los siguientes, las charlas de sus superiores y las miradas de la comisaría. Habían pasado algunos meses, pero él seguía adelante. Caminaba contra corriente aún. Y allí se topó con ellos. Ya no les tenía miedo. Ya no les tenía respeto. Ya no les tenía siquiera aprecio. Ellos, sus compañeros, bestias negras cargadas de agresividad. Bestias negras insaciables y sin criterio.

Y un instante. Un instante de conexión visual con aquel hijo de puta que se ensañaba con aquel chaval de dieciocho años que le había dado la mano en su día, el chaval que no sabía hacia dónde iba su vida. Un instante de conexión visual bastó para hacerle parar. No tiró su porra, todavía son demasiado cobardes para eso. Pero en aquel instante sí reconoció a su compañero.

"Te dije que tuvieras cuidado", se había acercado a él en cuanto quedó solo y abandonado en el asfalto mientras todavía más manifestantes continuaban huyendo de la mano de la "justicia".

"Quería tener más puntos que tú, sólo eso” bromeó mientras palpaba una profunda herida en su cabeza.

Pero al final, no habían conseguido absolutamente nada, a veces pensaban que incluso ellos también estaban obstruyendo a la civilización.

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⏰ Última actualización: Feb 28, 2014 ⏰

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