La batalla de los dos ejércitos

2K 214 19
                                    


La luz del sol matinal...El suave calor que emanaba de ella y calentaba el cuerpo...Como un recién nacido que acabara de venir al mundo, Emma redescubría la vida a medida que avanzaba por los pasillos cada vez menos sombríos del castillo. Apenas remarcaba la presencia de los hombres armados diseminados por todos lados. Solo contaba el aliento cálido de la libertad.

Sin saber ni lo que hacía, sus pasos la guiaron hacia la planta baja y cuando sus ojos recobraron el contacto con la realidad, comprendió que había llegado ante el puente levadizo. Una decena de hombres armados la observaban con curiosidad, y los cuchicheos se mezclaban con las miradas interrogadoras. Ella misma no parecía comprender de verdad lo que hacía allí. Todo parecía transcurrir al ralentí, desde su salida de los calabozos hasta su llegada ante el portón bajado. No se dio cuenta de la extraña mirada de odio del caballero de alto rango que la observaba con desprecio. Incluso la orden gritada de bajar el puente levadizo y volver a levantar el portón le parecía lejana. Cuando el paso estuvo finalmente libre, avanzó con paso mal asegurado hacia el puente de madera.

De lo alto de la almena, la Reina negra observaba a la joven princesa. Una única y solitaria lágrima se deslizaba por su mejilla, traicionando su tormento interior. Regina había olvidado hasta qué punto un corazón herido podía doler. Sus súbditos la nombraban muy a menudo "la reina sin corazón". ¡Qué idiotez...! Obligatoriamente tenía un corazón, ya que acababa de romperse...


Emma nunca se había sentido más feliz al sentir la suavidad de la hierba bajo sus pies en toda su vida. Sin embargo, un extraño sentimiento hacía eco en su interior. Algo la retenía en ese castillo...Una extraña sensación de algo inacabado...Así que no pudo resistirse a la necesidad de girarse una última vez hacia la imponente fortaleza. Su mirada la guió instintivamente hacia la ventana más alta de la almena. Una silueta parecía observarla, inmóvil. Era muy consciente de que no era visible a esa distancia. Sin embargo, sus labios esbozaron por su propia voluntad una pequeña sonrisa.

No era un adiós, solo la promesa de un hasta luego...

Emma se culpaba a sí misma...Se culpaba por marcharse tan rápido, por no haberle dicho a la reina todo lo que hubiera querido decirle, se culpaba por culparse...Pero sobre todo, se culpaba por no apreciar su libertad como debería hacerlo.

Entonces, se obligó a pensar en sus padres que se preocupaban por ella. Solo unos minutos más y los vería. Las tiendas resplandecientes del Reino Blanco diseminadas por el campo de batalla brillaban a lo lejos bajo los rayos del sol matutino.

Emma apuró el paso. Nadie había reparado en esa extraña joven rubia que corría hacia el campamento. A unos metros de las primeras tiendas, ya podía escuchar claramente los ruidos de los caballos que ensillaban y de las armas que afilaban. Tenía que llegar a tiempo...el Reino Blanco no podía partir a la guerra ahora que había sido liberada...Emma echó a correr.

Ensimismada con la alegría de ver a su familia, Emma no escuchó el galope decidido de un caballo que llegaba por su derecha. Tampoco escuchó el sonido de un garrote silbando en el aire. Todo lo que sintió fue un fuerte dolor en la cabeza antes de caer al suelo.


Los minutos precedentes a los combates tienen ese algo de angustia porque cada hombre sabe que podrían no regresar nunca del mismo. Entonces un extraño soplo de vida parece tomar posesión de los hombres, como si, finalmente, tomaran consciencia del valor de su propia existencia. En el campo, los caballos resoplaban, los hombres calentaban sus cuerpos. Los escuderos corrían por todos lados, aquí afilando una hoja una última vez, allá colocando una armadura. Los licántropos se metamorfoseaban. Lobos y hombres surgían de todos lados. Una tensión angustiosa emanaba de esa agitada algarabía.

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora