26. Lágrimas negras

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Sollozó entre mis clavículas pensando que podría sacar toda su pena de dentro, pero era tan inmensa, tan profunda, que ni agrandando sus heridas podría extraer tanta amargura. Se separó con los ojos rojos y la cara hinchada, embadurnada del negro de su maquillaje, con el semblante teñido de sufrimiento como si portara un velo translúcido ocultando a la chica que era hacía solo unas semanas, guardándole luto por si ese hijo de puta había conseguido matarla. Le ofrecí la manta que había cogido y la aceptó muda. Fui a la cocina a por unos fideos instantáneos ya que aun no había llegado la pizza, cuando volví con el bol humeante, podría jurar que había permanecido todo ese tiempo estática, en un bucle de escenas que eran tan impactantes como para obligarla a no parpadear, parecía una estatua petrificada en el momento del shock, uno con fuerza suficiente como para encerrar a su mente en este.

—Ten —le tendí lo que había preparado y ella lo tomó entre sus temblorosas manos.

Me miró, sus espesos y humedos ojos me decían tanto como sus profundas ojeras, contaban historias de terror sin fantasmas ni maldiciones de brujas.

Se mojó sus cortados labios dando un par de sorbos, casi en un acto reflejo dejó de un golpe el bol sobre la mesita que había delante de nosotros para, con una señal de náuseas, dirigirse al baño a toda prisa entre sudores fríos. Me puse de pie alarmado, escuché las arcadas y me planteé el ir, no obstante, la conocía y sabía su necesidad de poder tener su espacio por lo que deducí que era mejor dárselo. Volvió todavía pálida con la piel hundiéndose en sus huesos, se sentó de nuevo en el sillón y se enrolló con la manta ignorando los fideos. Justo timbraron por la pizza y advertí que no podía hacer movimientos bruscos, mucho menos al acercarme a ella ya que la ponían histérica, tanto, que podían llegar a castañearle los dientes del pavor. Una vez sentado a su lado nos volvimos a mirar y separó los labios para decir algo mientras me miraba con unas pupilas semejantes a dos pozos vacíos y helados, llenos de goteras de lágrimas e historias lúgubres:

—Gracias —agradeció tímidamente esbozando una sonrisa en algún resquicio de su corazón que todavía no estuviera podrido ni se desmenuzara, podía percibirlo más allá de mis 5 sentidos.

Un par de gotas saladas escurrieron de sus ojos sin dejar de sostenerme la mirada con aquel gesto amargo a pesar de que intentara sonreir, y pude ver que estaba tan quebrada y devastada como un bosque tras un incendio:  arrebatado de vida. Sentí que la habían desgastado tanto y tan rápido como el que pisa una colilla, me conmovió de tal manera saber que  arrastraría lo que fuera que le hubiera pasado durante tanto tiempo como viviera, que empecé a restregarme la cara limpiándome las lágrimas sin cesar, desesperado por no saber como ni de que forma ayudarla, sintiendo rabia de todas las cosas que podían haber ocurrido y de ser incapaz de mantener la compostura en un momento en el que solo yo podía ser fuerte porque a Blake no le quedaba energía ni para seguir respirando. Puso ambas manos sobre mi rostro húmedo mirándome con pena.

—Lo siento... Lo siento... —sollocé entre balbuceos.

Me abrazó con suavidad, como si a la mínima pudiera romperse.

—No estás haciendo nada mal —susurró.

Nos separamos una vez estuve más calmado y pude enfrentarme a la realidad.

—¿Q-qué te ha hecho, Blake? —susurré mordiéndome la rabia.

—Demasiado —contestó con una voz agoniosa.

La miré perdido y ella rendida con los labios sellados.

—¿Me lo puedes mostrar? —le pedí con un tono conciliador.

Apartó la mirada encogiéndose.

—¿Para qué? —dijo a la defensiva en voz baja, le vacilaron las silabas, se escuchaba el miedo.

—Alguien tendrá que curarte ¿no?

Cogió aire y me miró fijamente.

—¿Estás seguro?

Asentí inspirando hondo.

Tomó el borde de su camiseta y sacandola por su cabeza dejó al descubierto las horripilantes marcas que él había dejado en su cuerpo, se mantenía cabizbaja, avergonzada, con esa expresión de sentirse sucia, incómoda en la piel que habitaba. Con las manos y los brazos tiritando también se quitó el sujetador, mostrando de manera explícita y con crudeza lo ocurrido. Intentaba tragar saliva pero no descendía ni el aire, mi corazón se precipitaba hacia un abismo y al final era ensartado en un afilado punzón donde se contraía hasta desangrarse. Entre los moratones y algunos rasguños había una marca que lo cambiaba todo, que explicaba cosas que aun no estaba preparada para contarme y que hacían que me revolviera de rabia y angustia, apreté los dientes con fuerza y la mirada fija en aquella marca púrpura en uno de sus pechos. Se abrazó tapándose, yo me mordí el labio con fuerza hasta que ardió y comenzó a latir por si solo. Sorbí con la nariz y contraí el abdomen mientras se me revolvían las entrañas y parpadeaba una y otra vez resistiendo la tentación de ponerme a llorar, tragué saliva y aclaré la voz.

—Vamos a curar todo esto —dije yendo a por un par de cosas para sus magulladuras.

Regresé y le aparté el pelo de la espalda con delicadeza, se le puso la piel de gallina, lo sentía en las yemas de mis dedos.

—No voy a hacerte nada Blake —murmuré echando pomada en sus moratones con lentitud.

Mientras curaba sus marcas pude imaginar los múltiples enfrentamientos en los que se había visto envuelta, se me encharcaron los ojos en varias ocasiones haciéndome a la idea de las agresiones ejercidas sobre ella para dejar grabadas aquellas señas. La depredadora número uno que había sido siempre, con su singular belleza hoy era más pequeña que nunca, la habían reducido a una sombra de si misma sin más voluntad que la de cualquier ánima en pena y me daba pavor perderla, que no supiera encontrarse y que solo se quedara aquella cáscara, porque las marcas esparcidas por su espalda y brazos le habían dolido en el alma, que era intangible y temía que también incurable.

Al terminar le presté ropa y ella se recostó sobre mí, tan callada como desde que había llegado. Jamás la había visto llorar, no como hoy, sabía que estaba machacada y dolida pero esta noche la palabra "dolor" se quedaba corta para describir la retorcida sensación que la estremecía desde la médula.

—Blake... —un sudor frío brotaba de cada uno de mis poros —él... Él... ¿Qué t-te ha hecho?... Él... —apenas podía comenzar la oración.

Presionó los labios e incorporándose, vomitó todo lo sucedido.

¡Hola! Aquí tenéis un capítulo más, espero que os haya gustado, si es así poder hacérmelo saber cómo siempre con votos y comentarios, estoy super agradecida porque ¡ya son 800 leídas! Nos aproximamos a las 1000 y estoy super contenta, así que, sin más, gracias.
¡nos vemos en el próximo capítulo!
~Sam~

Tras el Humo de su Cigarro  [ Finalizada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora