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― Una Sigourney Weaver y una Will Smith― Liz Ortecho deslizó dos enormes hamburguesas sobre la mesa. ― Una con aguacate y col, y la otra con jalapeños picantes y queso― Luego esperó. Los clientes del box eran obviamente turistas. Y todos los turistas que llegaban al café Crashdown tenían al menos una pregunta sobre... el Incidente Roswell.

― Así que, ¿tu familia es de por aquí? ― preguntó el individuo con la camiseta de Perdidos en el espacio. La mujer rubia sentada enfrente de él abrió un maltratado anotador y miró a Liz.

― Sí. ―Dijo Liz―Mi tatara–tatara–tatara–abuelo heredó un rancho en las afueras de la ciudad. Mi familia ha estado en Roswell desde entonces. ― La mujer abrió su pluma. El hombre se aclaró la garganta.

Aquí viene, pensó Liz.

― Entonces, ¿alguno de tus familiares te contó, alguna vez, alguna historia sobre, tú sabes, el ovni que se estrelló? ― preguntó el chico. Estos dos eran dos colgados totales. Apuesto a que tienen todos los episodios de Los expedientes X en video, pensó Liz.

― Bueno... Creo que estaría bien que se la muestre. ― Liz vaciló y sacó una ajada foto en blanco y negro de su bolsillo y la colocó con suavidad delante de ellos― Un amigo de mi abuela tomó esta fotografía en el lugar del accidente, antes de que el gobierno lo limpiara.

Los dos turistas se inclinaron sobre la borrosa foto y la estudiaron cuidadosamente.

― Guau. ―Murmuró la mujer― Guau.

― Se ve exactamente igual al alien del video de la autopsia. ―Exclamó el tipo― La misma gran cabeza y el pequeño cuerpo sin vello. Tengo que tenerla para mi sitio web del incidente Roswell― Extendió la mano hacia la fotografía.

― Usted estaría muerto antes de terminar la semana. ―Liz le arrebató la foto ― El hecho de que ya han pasado más de cincuenta años desde el accidente no significa que la fuerza aérea quiera que se exponga la verdad. Todavía quieren que todos crean en la historia del globo meteorológico que se utilizó como tapadera― explicó Liz, miró alrededor del café con nerviosismo. Quería asegurarse de que su padre no pudiera oírla. Si su padre la escuchaba contar esa historia, le arrancaría la cabeza y se la comería para el desayuno. ―No debería habérselas mostrado. Olvídenla, ¿de acuerdo? Nunca la vieron. ―Liz se apresuró a regresar tras el mostrador.

Maria DeLuca sacudió la cabeza, moviendo sus rizos rubios alrededor de su cara.

― Eres tan mala.

― Hey, van a tener una gran historia que contar al llegar a casa. Y voy a tener una buena propina. ―respondió Liz. María suspiró.

― Tú y tus buenas propinas. Nunca conocí a una camarera más hambrienta de dinero.

Liz se encogió de hombros.

― Sabes lo que siento. Necesito todo el dinero que pueda conseguir porque...

― Un día después de la graduación será el adiós y hasta la vista, baby― María terminó la frase por ella, interrumpiéndola― Lo sé, lo sé. No vas a pasar tu vida en una ciudad que cuenta con dos salas de cine, un bowling, un lamentable club de comedia, una discoteca aún más lamentable, y trece trampas temáticas sobre aliens para turistas.

Liz tuvo que sonreír. Su mejor amiga tenía una impresión casi perfecta de ella.

― Supongo que lo he dicho muchas veces. ¿eh?

María tomó un trapo de cocina y comenzó a frotar el mostrador.

― Sólo unas diez veces al día desde el quinto grado. ―bromeó.

The OutsiderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora