Un movimiento abrupto del ascensor me hizo gritar, la persona que se había subido en el piso dieciséis me tomó del brazo e intentó calmarme.
—Este edificio es muy antiguo, pasa todo el tiempo. —Dijo él.
Las luces tintinearon y el ascensor no se movía. Estábamos atrapados.
—Mi nombre es Martin. —Continuó hablando el atractivo hombre con el que moriría. Estiró su mano para que le saludara y dijera mi nombre. Yo balbuceé en un derroche de coquetería.
—Te he visto un par de veces por aquí. —Dijo Martín, misteriosamente. Su voz era grave pero amigable.
—Claudia —Contesté, pensando que era el hombre más guapo que había visto en toda mi vida.—Mucho gusto. —Él llevaba ropa que estuvo de moda en 1950, pero cuando sonrió no me importó en absoluto y pensé que bien nos veríamos en una boda de otoño.
—Vengo seguido a este edificio, al lado hay una estación de bomberos. Asi es que vamos a estar bien. —Comenté, tratando de sonar tranquila y superada.
—Los bomberos no vienen a este edificio, dicen que está embrujado. —Los ojos risueños de Martín no sonrieron esa vez.
La puerta del ascensor se abrió y un rostro familiar me recibió desde el otro lado.
—¡Claudia, el psiquiatra estaba por llamar a los bomberos! —La secretaria de mi doctor me miraba aliviada.
—Estamos bien. —Dije, girándome para sonreirle a Martín. La secretaria me observaba desconcertada.
El ascensor estaba vacío.
