Primeros y últimos síntomas de un síndrome bastante corto.

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El caos empezó el día en el que casi termina todo, cuando los ojos ya no veían y la mente navegaba en una utopía casi posible.
Ella se acercaba sigilosamente a susurrarme aquello que necesitaba escuchar volviendo todo tan confuso, vestido de traje negro comencé a seguir a la blanca figura esbelta por un estrecho pasillo pero era simplemente ilógico, irracional.
La burbuja de cristal a la que me condujo reventó dejando caer sus restos que cortaban mi pálida piel, había caído en el peor lugar posible: el vacío de mi mente, allí quedé en un rincón de mi memoria, fui devorada por mis recuerdos.
A su vez la llama narcisista que colgaba como araña en ese gran y sepulcral salón se expandía haciéndose voluminosa y majestuosa, tan caliente como para acercarse y tan fría como para dejarla extinguirse; el clima perfecto para afirmar que La Muerte estaba un paso más allá del mío, extendiendo su huesuda y corrompida mano de falanges alargadas invitándome a un último baile a la espera de que entregue todo lo que me pertenecía, mi esencia, mi ser.
La música hacía vibrar mi pecho y el vals dió por terminado, firmé el contrato ya que al fin y al cabo nunca tuve la necesidad de sentir nada por nadie, lo devastador era pensar en ello o eso creía ya que esos sentimientos permanecen intactos en el pasado de las páginas de un libro donde con tinta roja escribo sobre ese amor que yacía en lo inexistente, un amor que pasó por mis ojos en una milésima de segundo, un amor que me traía hasta la muerte.

Síndrome de alma perdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora