Parte 4

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Toman el ascensor y suben al piso 12, donde estaba el taller con todos los abrigos, era un taller vanguardista amplio y atractivo, ahí ya no había ninguno de los trabajadores y él comienza a mostrarle todos y cada uno de los abrigos de las marcas con las que trabajaban, y así le muestra un Dior, Channel, Valentino, Balenciaga y entre abrigo y abrigo ella quita el suyo y lo deja caer al piso dejando al descubierto aquel vestido rojo Valentino de escote pronunciado, ajustado a su maravillosa silueta lo mira a él y le dice:

-Hace tanto calor acá que creo que ya no necesito un abrigo.

Fabrissio extasiado con la figura de Valentina la mira de pies a cabeza y fue inevitable para él contener aquella erección, tenía un trasero perfecto y par de senos provocativos dignos de pensamientos impuros, ella era el símbolo del pecado y la lujuria salvaje. Ella le dice:

-A ver colócame el Dior, ese luce con mi vestido ¿no te parece?

Él un tanto descolocado víctima de una erección instantánea le dice:

-Tienes buen ojo para la moda.

Se coloca detrás de ella y le coloca el abrigo y al colocarle las manos sobre los brazos ella voltea a su lado y nuevamente ve su anillo de casado ella coloca sus manos sobre las de él y las roza sutil y descaradamente, él sintió sus manos tan suaves y su perfume era un Carolina Herrera él se acerca más ella y poco a poco va bajando sus manos hasta sus senos y ella entre cierra sus ojos y se recuesta sobre su pecho y hombro, dejando al descubierto su cuello gesto indirecto para una acción directa, besarla.

Él colocó sus labios y su nariz en su cuello y sintió su olor y ella sintió aquella respiración tan profunda que la incitó a dejar caer el abrigo. Y ya no había nada para que ella no pudiera darse cuenta lo que estaba pasando entre las piernas de Fabrissio, él se recostó sobre ella aún de espaldas a él y ella pudo sentirlo ahí excitado ni más ni más lo que había comenzado como una distracción con café derramado ahora continuaba con erecciones y placer descarado.

Ella lo sintió y le gustaba lo que sentía, lo acercaba más a sus nalgas, se retorcía sobre él y él sólo perdido entre su perfume y sus pechos su manos ya eran víctimas de la locura, la tocaba con aquella sensación de haber tocado una muñeca de porcelana, con delicadeza y mucha fuerza para sostenerla.

Poco a poco fue besando su cuello y así pasando centímetro a centímetro por la nuca hasta llegar a su espalda, eran besos sutiles húmedos y delicados, rozaba su lengua con su piel, la miraba, la olía y así llegó hasta el cierre de su vestido, lo bajó y fue creando todo un camino de besos hasta el final de su vestido. Lo bajó todo y ahí estaba ella con el vestido en el piso bajo una lencería negra sexy, de encaje rojo como si hubiese estado preparada para tal ocasión perversa. Ella se voltea y lo mira colocándose su larga cabellera para la espalda, ella lo besa y lo toma por la corbata para pegarlo contra su cuerpo ahora de frente a él, él suelta una media sonrisa de esas perversas, de esas que comienzan dulces y sólo insinúan sexo y placer, ella le quita el saco, quita su corbata y ahí estaba él en medio de una camisa blanca ajustada que le remarcaba su abdomen y aquellos bíceps, él le dice:

-¿Quieres vendar mis ojos?

Y ella le dice:

-No, quiero que disfrutes todo lo que estás viendo, quiero que me veas, y goces cada parte de mi cuerpo. Y quiero mirarte mientras me miras con cara de deseo, con deseo de hambre de que soy tu plato favorito.

Y así ella lo empuja hasta el sofá lo sienta ahí y le quita la camisa mientras él abre su pantalón y ella le dice:

-No lo hagas, quiero hacerlo yo.

...

Continuará

...

Un Encuentro Afortunado en París Donde viven las historias. Descúbrelo ahora