Capítulo 5: LA REVELACIÓN

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Pocos minutos después se hallaba el señor Shelby en sus habitaciones leyendo algunas cartas. Cerca de él, su esposa peinaba sus largas trenzas antes de acostarse. Quizás al deshacerse el bonito peinado que le había hecho Elisa aquella tarde se acordó de ella y de lo preocupada que estaba por la supuesta venta de su hijito. Así que, dirigiéndose a su marido, preguntó:

- Oye, Arturo, ¿ quién es ese individuo tan ordinario que estaba hoy contigo?

Al oír esta pregunta, el señor Shelby no pudo reprimir un movimiento de inquietud, pues comprendió que la hora de las explicaciones había llegado. Sin embargo, respondió en forma evasiva:

- Es un hombre con el que hice algunos negocios durante mi permanencia en Natchez. Se llama Haley.

-¿Es un tratante de esclavos? -volvió a preguntar la señora.

-¿Por qué has pensado eso? -replicó su esposo, muy sorprendido.

- ¿Por qué? Porque esta mañana se me presentó Elisa, muy nerviosa, diciéndome que estabas hablando con un tratante de negros que quería comprar a su hijito.

- ¿Eso vino a decirte?

- Sí. Y yo le dije que era una tonta de pensar eso. ¿Por qué ibas a vender a ninguno de nuestros esclavos? Y a un tratante de esa calaña, mucho menos.

- Sin duda, nunca he querido vender a nuestros esclavos -dijo el señor Shelby, con tristeza-, pero, por desgracia, mis asuntos van mal y no voy a tener más remedio que desprenderme de algunos.

- ¿Qué dices, Arturo? ¿Y a ese individuo sin consciencia? Estás bromeando...

- Por desgracia, hablo muy serio. He decidido vender a Tom -dijo su esposo.

- ¿A Tom? ¿A ese hombre tan bueno, que te ha servido con tanta fidelidad desde chico? ¿No recuerdas que le habías prometido la libertad y que estábamos decididos a concedérsela dentro de poco tiempo? ¡Ah, Dios mío! ¡Que pena! Después de oír esto ya puedo creer que, el día menos pensado, venderás también al pobrecito Harry -exclamó la señora, sin poder contener su pena y su indignación.

-Bueno, ¡mejor es que lo sepas de una vez! En efecto, he vendido el hijo de Elisa.

- ¡Pobre criatura!

- No sé por qué tomas así una cosa que hace todo el mundo a diario.

- ¿Pero por qué has elegido precisamente a Tom, nuestro mejor esclavo, y al pobre pequeño de Elisa?

- Porque son los que mejor me pagaba ese hombre. Desde luego que podía haber vendido a otros. Por ejemplo a Elisa, por la que ofrecía una buena cantidad.

- ¡No me lo digas siquiera! ¡Ya sabes cuánto la estimo!

- Precisamente por consideración a lo mucho que tú la quieres la he dejado en casa y he dado, en cambio, a su hijo.

La señora oculto la cara entre las manos, abatida por tan desagradable noticia.

A los pocos momentos, ya más serena, levantó la cabeza y propuso a su marido:

- ¿No habría otra forma de hacer un sacrificio monetario? Yo estoy dispuesta a ayudarte en todo lo que sea posible. Sobrellevaré las privaciones necesarias. ¡Me dan tanta pena esas pobres criaturas! Siempre los he tratado con todo cariño, los he educado, instruido, he compartido sus alegrías y sus penas. ¿Qué pensarán ahora de nosotros si ven que, por un puñado de dinero, no vacilaremos en desprendernos de un hombre tan fiel y bueno como Tom, entregándoselo a un tratante sin entrañas? ¿Y qué le diré a Elisa, a la que he asegurado que no venderías nunca a su hijo?

La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora