3. ATANASIO

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III

ATANASIO

Cuando Atanasio despertó ya era de día. Había dormido más de la cuenta, y eso le extrañaba. Normalmente, Leukos era el primero en despertar, y era siempre éste quien levantaba a Iason y a Atanasio para ir a desayunar después. Luego, Irene despertaba a su nieta, y por último, se levantaban Macario y Ágata, cuando oían que el resto de la familia estaba ya en activo. Pero esa mañana, por lo visto, Atanasio fue el primero en despertar por los rayos de sol que se colaban por su alta ventana y le hacían sentir el calor en la cara.

—Si el sol quema tanto, es porque ya debe de ser mediodía. ¡¿Qué hacen todos durmiendo aún?! —pensó el chico en voz alta.

Dio un salto y se incorporó. Un poco mareado, fue a la habitación de Leukos. Sonrió pícaramente, por fin tenía un motivo para darle una reprimenda al esclavo. Pero en la habitación del albino no había nadie, así que fue directamente a despertar a su hermano. Se imaginaba ya la conversación, y la satisfacción que sentiría al decirle a su hermano menor que su tan preciado amigo se había ido. Tal vez le podría decir que se había escapado para no volver, con todo el dinero sucio que había conseguido. Sin embargo, la escena que vio al entrar a la habitación de Iason le asombró tanto que estuvo un minuto de pie delante de la cama de su hermano sin poder moverse ni decir nada.

En el lecho estaban estirados Iason y Leukos. El albino estaba tumbado boca arriba, tapado hasta la cintura, pero una pierna desnuda y blanca estaba fuera de la manta. Iason estaba apoyando la cabeza en el pecho de su amigo, con un brazo extendido, agarrando al albino del hombro. Leukos estaba completamente desnudo y el niño parecía estar abrazándolo. A Atanasio le repugnó la escena y sin despertarlos, se dirigió corriendo hacia la habitación de sus padres, para que presenciaran la comprometedora escena. Que el esclavo pervirtiera al hijo menor de la familia era mucho mejor que se hubiera escapado. A lo mejor podría hasta ver como sus padres le azotaban.

—¡Mamá, despierta!

Ágata abrió un poco los ojos y miró a su hijo mayor. Tenía ojeras y estaba despeinada. Macario también se despertó e hizo lo mismo.

—¿Qué pasa? —pregunto la mujer.

—Leukos está desnudo en la cama de Iason, con él —dijo Atanasio.

—¡¿Qué?! —dijo el matrimonio al unísono.

Ambos se levantaron y, vestidos con la túnica, se fueron a la habitación. Macario esperaba que lo que decía su hijo no fuera verdad, o que estuviera exagerando, o lo hubiera malentendido. Pero era cierto.

—¡Tú, maldito pervertido! —gritó Ágata furiosa, cogiendo a Leukos del brazo y haciéndolo caer de la cama—. ¡¿Qué le has hecho?!

—¡Mamá, no! —gritó Iason.

Leukos estaba en el suelo, desnudo, mirando a Ágata. Su expresión era indescifrable. Parecía que no le inmutara lo más mínimo la situación. Iason se había abalanzado fuera de la cama, poniéndose entre su madre y su amigo. Macario miraba la escena desde la puerta, sin decir nada, asustado. Atanasio era el único que sonreía, al ver el espectáculo del esclavo humillado.

—¡Calla, Iason! —le ordenó su madre, apartándolo.

En ese momento, Irene y Melania llegaron, asustadas por el ruido, y observaban desde detrás de Macario.

—Tú, ven conmigo —le dijo Ágata a Leukos.

Ágata obligó a Leukos a levantarse y se lo llevó al almacén. Ella sabía perfectamente que el chico era más fuerte que ella y podría haberse resistido, pero la siguió con una sumisión propia de él, como el cordero que sigue al pastor. Ninguno de los dos dijo nada. Ágata cogió un palo de madera que encontró allí y empezó a azotar a Leukos. La rabia iba creciendo a cada golpe, al ver que el chico no parecía sufrir por el castigo.

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