7. IASON

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VII

IASON

Atenas y Mileto no estaban demasiado lejos la una de la otra, pero cada día que pasaba en la nave de camino al pueblo jonio, Iason creía que faltaba aún más para llegar. Los días le pasaban demasiado lentos, y estaba tan impaciente por ver a Leukos y a Kratos, a quienes echó tanto de menos durante aquellos cinco largos años, que sentía ganas de gritar o de tirarse al agua y llegar a la costa nadando.

Lo único que hacía que Iason se olvidara del tiempo que hacía que estaba en aquel pesado navío era la compañía de Leo, el heraldo de Mileto que lo había reclutado. Leo era un hombre muy agradable y divertido. Observándolo más de cerca, el chico se había dado cuenta de que no era del todo pelirrojo, como creía. El color de su pelo era de una extraña mezcla entre castaño y naranja, al igual que sus ojos. Era un hombre de unos veinticuatro años, juvenil y alegre.

—¿Cómo está Leukos? ¿Ha matado a muchos hombres? ¿Cómo llegó a ser general, siendo extranjero? ¿A que es hermoso? —le preguntó Iason a Leo en cuanto se quedaron solos.

—¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Conoces a Leukos? —preguntó Leo con una sonrisa burlona.

—Lo conocía, sí. Era el... —contestó Iason—. Era un amigo de la familia.

—Era el esclavo de tu familia, ¿verdad?

—Para mí era mucho más que eso.

—Ya me lo imagino —dijo Leo con la misma sonrisa en su rostro.

—¿Cómo sabes que era mi esclavo?

—Bueno, él me ha hablado mucho de ti —le dijo Leo—. Me fue muy fácil reconocerte, por tu ojo derecho.

Iason se tapó el ojo con la mano, incómodo.

—Es un buen hombre. Es muy serio y solitario, pero es un excelente militar. También es muy inteligente.

—¿Cómo os conocisteis? —preguntó el chico con curiosidad.

Leo desvió la mirada al mar por el que navegaban, con melancolía.

—Fue hace ya tres años —explicó el pelirrojo—. Por aquel entonces, yo no era más que un joven pobre que tenía que mendigar contratos de asesinatos para poder ganarse la vida. Leukos, por su parte, había estado luchando contra los persas y, en vez de volver a Atenas con todos los demás supervivientes, se quedó en Mileto para defender la polis. Fue una decisión muy arriesgada, porque Mileto tenía los días contados y ningún ciudadano creíamos que aguantara más de diez días, pero con la ayuda de Leukos y Kratos, debo reconocer que pudimos retener las fuerzas persas hasta ahora. Por todo eso, ascendieron a Leukos a general rápidamente, y empezó a tener mucho prestigio, y mucho poder.

Iason lo escuchaba con interés. Aunque no le gustara la decisión que había tomado Leukos de quedarse en Mileto, comprendía que el albino debía haber sido más feliz en el ejército que siendo un esclavo.

—Pues bien, a un hombre importante de la ciudad no le gustaba nada que un extranjero, que además se había pasado la mayoría de su vida siendo un esclavo, tuviera tanto poder en el ejército jónico, así que me encomendó asesinarlo durante la noche —siguió contando Leo—. Yo era el mejor asesino, chico. Era rápido, sigiloso, y preciso. Pero esa noche, fue mi mayor fracaso. Entré a escondidas en la casa de Leukos y lo encontré durmiendo. Aunque había oído a hablar mucho de él, nunca le había visto bajo el casco y la armadura. Alcé la daga para acabar con él, como había hecho antes con tantos otros, pero al verle de cerca, me quedé petrificado. Aquella piel tan blanca, aquella cabellera rubia, casi nívea, todo en él era tan divino que me hechizó durante un momento. Él, de algún modo, se percató de mi presencia y se despertó. Antes de darme cuenta, aquel hombre ya había cogido una espada y me había cortado en la mejilla.

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