La timidez es una maldición.
La mayoría de las personas no entienden de qué se trata, y solo apuntan a quienes la poseemos como si fuéramos raros. Muchos no nos notan, y eso es porque la timidez es una caja. Una caja que te aprisiona. Una caja que cada vez se hace más y más pequeña. Una caja en la que se acaba el aire con rapidez. No puedes escapar de ella porque no tienes el valor, y tampoco puedes pedir ayuda. Simplemente se desarrolla un sentimiento de claustrofobia, a pesar de que en realidad nunca has estado encerrado. Solo puedes quedarte allí, viendo como el mundo pasa frente a tus ojos y resignándote a no hacer parte de él.
Pasas día a día preocupándote por detalles absurdos. Incluso yo era de las que le preguntaba a Google o a YouTube como hablar con las personas sin parecer idiota. O como ser más interesante. Pero ninguno de esos videos sirvió. Solo seguí encerrada en mi caja, haciéndome cada vez más indefensa y más inútil. Resistiéndome a hacer algo para cambiar. Quedándome sin aire. Y aunque muchos piensan que la timidez no puede afectar tanto en la vida, la verdad es que lo hace. Afecta mucho. Después de todo, ser introvertida implica que la timidez y la soledad vengan de la mano.
Siempre me importó la imagen que los demás pudieran tener de mí. Tal vez, si hubiera encontrado a alguien que me hubiera conocido desde cero y me hubiera apreciado tanto que haría cualquier cosa por mí, me habría sentido más especial.
Sin embargo, hay momentos en los que cosas como esas dejan de importar. Como éste.
Sí. Este momento en el que la imagen que la gente pueda tener de mí ya se ha ido a la mierda. Incluso si intento demostrar que soy una buena persona, no puedo luchar contra la terquedad de toda una sociedad.
También es ese momento en el que todo parece haber perdido su importancia.
—Oficial—lo llamo. Se queda ensimismado y no me mira— ¡Oficial!
— ¿Ah? —despabila—. Oh... lo siento mucho. ¿Podría repetirme lo que ha dicho?
Suspiro con resignación y me sujeto la frente. Me duele un poco la cabeza. He pensado tantas cosas durante los últimos días que ya me duele la cabeza por hacerlo. Quisiera desconectarme y dejar de pensar, pero al parecer no es tan sencillo.
—He recibido amenazas de muerte.
El oficial me observa de reojo, antes de anotar algunas cosas en una libreta. No sé qué tanto anota. No le he dicho mayor cosa. Tal vez está dibujando un conejito, pero si es así, eso solo significaría que mis problemas son realmente insignificantes. Me gustaría haber venido con alguien. No me gusta estar sola en una estación de policía, pero realmente no tuve opción. Robert y Cynthia regresan de sus vacaciones esta noche, y mis padres no se molestaron en acompañarme. Lo único que dijo mi padre cuando le conté de los mensajes que habían abordado mis redes sociales fue «Deberías denunciar eso ante la policía», y después de eso solo se dignó a tomar un sorbo de su taza de café mientras regresaba sus ojos al periódico.
Me cuestioné mucho acerca de ello, pero mi mente terminó de jugar conmigo y bueno... aquí estoy.
—Entiendo—dice el hombre por fin, mirándome — ¿Tiene alguna relación con las personas que la han estado amenazando? ¿Tiene algún enemigo?
Frunzo el ceño hacia él. ¿Este hombre es idiota?
— ¿Acaso usted no ve las noticias? ¿Qué clase de policía es usted que ni siquiera se informa?
El policía me mira, algo sorprendido, hasta que por fin algo parece alumbrar en su cabeza.
— ¿Eres la chica de la sección de deportes? Te pareces muchísimo a ella.
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Corazón de acero
Romance«Porque se necesita de un verdadero corazón de acero para sanar un corazón roto». Segundo libro de la saga «Corazón y alma». Tras abandonar Los Ángeles, Blair intenta ponerse en pie una vez más, pero su depresión parece superarla. Acosada por la pre...