57. La decisión de Adam

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Tras despedir a Alex esa madrugada, Herón se tomó una ducha fría para intentar despejar su mente. Más tarde, salió al pasillo y miró a través de los grandes ventanales, con apenas el pantalón puesto y una toalla sobre su cabello negro.

—¿Qué haces medio desnudo? —Era la voz de Steven a su espalda—. Hace mucho frío.

Herón lo observó por encima de sus hombros.

—Tal vez —respondió con poco interés.

Le dedicó una mirada fugaz a su amigo humano, quien se encontraba completamente vestido, antes de regresar su atención al bosque.

—Creí que habíamos hecho las paces —dijo el chico entonces, con preocupación en la voz.

—Estamos bien. —Siguió frotando Herón la toalla contra su cabello.

—Esta mañana... me desperté en mi habitación.

—¿Y?

—¿Tú me llevaste ahí?

—Eso creo —murmuró Herón.

—¿Eso crees? ¿Me cargaste hasta mi cama? —Steven se imaginó a sí mismo en los brazos de Herón y se sonrojó.

—Puede ser. —El demonio se giró y caminó a pasos pesados en dirección a la puerta—. ¿Por qué te sonrojas? Deseabas que te cargara en mis brazos, ¿no? —agregó antes de desaparecer por completo en el interior de la habitación.

—¡Idiota!

***

A pesar de no entender lo que sucedía a su alrededor, ni siquiera la fácil asignación que Herón le había dado, Adam era consciente de la crueldad y del caos que se estaba desatando en la ciudad.

El demonio parecía estar aburrido, inmerso en un mundo de deseos que solo él conocía. No existía algo que un humano pudiera hacer para detenerlo. Tal vez los únicos con el poder suficiente para hacerlo eran los ángeles, pero no se mostraban interesados en aparecer y defender a la humanidad. ¿Por qué no llegaban? ¿Era tan poco lo que sucedía que podían ignorarlo sin más?

Adam tenía el leve presentimiento de que, si las cosas seguían de ese modo, Herón lograría llevar a cabo atrocidades peores que las que ya había cometido. Era capaz de asesinar a los humanos solo para alterar el equilibrio. Había matado con sus propias manos ya un par de veces, asegurando que necesitaba hacerlo, pero, en su rostro se pintaban siempre la diversión y el deseo de matar.

¿Por qué ansiar salvación si su alma estaba demasiado lejos de ser salvada? ¿Por qué suplicar misericordia si él no era misericordioso? ¿Qué tipo de salvación quería Herón?

Sacudió la cabeza. Sus propias cuestiones deberían permanecer en su mente. Tenía que resignarse a estar en silencio y a obedecer al demonio, solo entonces podría Adam obtener su salvación también. Herón se lo había dicho. Una que vez que lograra llegar hacia el ángel, su alma quedaría libre; ya estaba purificado y ahora traspasar el velo de los mundos no representaría problema alguno para él.

Adam seguía a Mila todos los días desde hacía ya varias semanas. No notaba nada inusual en ella que pudiera servirle a Herón. Su invisibilidad le permitía vigilarla sin llamar la atención.

Cuando la muchacha de cabellos negros abandonó su casa una tarde, Adam la siguió con la mirada. No tuvo la oportunidad de caminar a su lado como todos los días porque Herón, con el rostro inexpresivo, estaba a escasa distancia de ambos.

Las personas que transitaban la calle empedrada parecían ajenas a su presencia, lo que resultaba extraño porque Herón solía atraer la atención desmesurada de quienes lo veían. Adam supuso que el demonio y él estaban dentro de una barrera que los envolvía a ellos dos nada más. Observó a Herón con curiosidad y notó que estaba inusualmente tranquilo. Algo pasaba.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora