Me despierto en el duro suelo. Pero no puedo abrir los ojos, hay mucha luz.
Aguardo unos minutos para poder acostumbrarme, y cuando ya estoy lista me doy cuenta que estoy afuera. En un descampado.
Sola.
Sin matones ni mujeres locas.
Sin esperar mucho empiezo a correr en alguna dirección.
Corro. Caigo. Me levanto. Sigo corriendo.
Parece una secuencia: Corro lo mas rápido que puedo, haciendo que algunos cristales de botellas se encastren en mis pies, cada vez mas profundo; pero no puedo parar, no ahora.
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Eh estado corriendo unos 40 minutos, ya no siento mis pies, pero eso no me detiene.
Cuando me quiero dar cuenta, noto que hay algunas casas y comercios. Pero muy pocos.
Es un barrio pobre. Puedo ver a la distancia una iglesia un poco abandonada, pero con luces en las ventanas de lo alto. Por lo que entro en silencio, escaneando todo a su paso.
Veo al final de la iglesia, las casillas del confesionario, y me dirijo hacia ellas sin muchos preliminares.
Entro a la que esta mas escondida de cualquiera. Necesito pensar en paz.
A penas apoyo mi espalda en la silla, siento como las lagrimas se acumulan en mis ojos, abriendo paso a un llanto descomunal.
¿Porque? ¿Que tengo yo que hace que todo lo malo me ocurra a mi? Estoy harta de todo, solo quiero poder estar tranquila por un tiempo. Sin tener que preocuparme que pasará si cierro los ojos por un par de horas.
Cuando ya me calme un poco, y controle mis hipidos trato de idear algún plan que me pueda ayudar a salir de esta situación.
Claramente debo huir, pero ¿a donde? Si no tengo a nadie.
¿Quién dice que, cuando huya, no me parecerá que eso tampoco es suficiente?
Torturaba mi cerebro para buscar un sentido a los acontecimientos de que había sido testigo. Tenía necesidad de este esfuerzo intelectual para poder huir de la desesperación que me estaba acechando, para probarme a mí misma que era una mujer con todas sus letras, una criatura racional, acostumbrada a buscar una explicación lógica a todos los caprichos de la naturaleza, incluso a los de apariencia milagrosa, y no una bestia acorralada por unos monos extrañamente civilizados.
Mi padre nunca quiso que tengamos un domicilio fijo. Era como si caminara delante de sus propios pasos aunque quizás no hacía más que huir de ellos. Tenía hormigas en los pies y no estuvo con mi madre ni siquiera el día de mi nacimiento, o eso supongo yo.
-¿Estas bien hija? Te noto perdida.
Me sobresalte al oír una voz desconocida, pero que se podía diferenciar que era de un hombre mayor. Su voz era amable, suave y tenia un dejo de curiosidad; por lo que pude darme cuenta que era el parroco de la iglesia. Este me hablaba a travez de la rendija del confesionario, lo cual me imposibilitaba ver su cara.
Me sentía mas cómoda de esa manera, luego de tanto, me avergüenzo de mi misma y de mi, seguramente, aspecto deplorable. Ya que las calzas se me habian roto provocando varios agujeros, y no tenia mas el buzo. Me lo saque en medio del maratón por el calor.
-Yo.. Lo siento Padre, pensé que.. La verdad nose que pensé, lo lamento mucho, ya me voy.
-Tranquila hija mía, puedo notar la preocupación en tus ojos, y por tu vestimenta me doy cuenta de que algo te ah sucedido. ¿Quieres hablar de eso?
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Invictus.
Teen FictionLos osados, para adquirir el bien que buscan, no temen el peligro; los prudentes no rehúyen el esfuerzo; los cobardes y torpes no saben aguantar el mal ni recuperar el bien, se contentan con solo desearlo y la virtud de intentarlo les es quitada por...