La Dama entre las sombras de palmeras

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Por norma general los aeronautas tenían prohibido usar el deslizamiento de aire en medio de los poblados, también lo hacían por explícita solicitud de sus empleadores y la razón era la siguiente: Las personas incapaces de deslizarse como ellos, creían que los primeros desafiaban con su brujería el mandato de sus dioses; lo que podía resultar en medidas que podrían ser fatales para los aeronautas. De manera que Kialandei y Nimbaerus hicieron su camino de regreso hasta las afueras de las carpas a pie, aunque todos sabían ya que eran aeronautas.

—¿Estarás contenta? —comentó el muchacho mientras iba un poco más atrás que su compañera.

Kialandei lo miró con ojos interrogantes por sobre su hombro. El sol estaba en ese momento haciéndose más tenue y la luz caía de forma perezosa en su figura envuelta en la túnica y le daba un aspecto misterioso a la vez que imponente.

—Claro —contestó ella— , éste trabajo nos cambiará la vida.

Nimbaerus soltó un resoplido, demostrando así la exasperación que sentía por la falta de seriedad de ella.

—Sí, lo hará, de vivos a muertos —replicó.

Kialandei sólo sacudió su cabeza al oír a su compañero.

—No sé por qué estás actuando tan cobarde ahora —dijo en tono desabrido sin mirarle—. Antes no eras así.

—Lo que tú llamas cobardía los demás le decimos precaución —acotó Nimbaerus al alcanzarla.

—Pues yo no soy como los demás.

No, tu eres única, pensó con fastidio el muchacho.

Llegaron a las afueras de las tiendas, donde ya no había miradas indiscretas. La aeronauta, quien durante todo el trayecto estaba preparándose para emplear su habilidad de manipulación del aire, acomodando su capucha y poniéndose sus lentes que evitaban que el viento hiriese sus ojos se detuvo en seco. Como recordando que faltaba algo importante que tenía que saber. Acto seguido giró su cabeza en dirección a Nimbaerus como tratando de buscar su ayuda.

—¿El consejero te dijo...?

—Sí.

—¿Me vas a...?

—No.

Nimbaerus sonrió al ver que Kialandei ponía los puños en sus costados molesta por las respuestas cortantes que daba. Con una lentitud que de seguro la irritaba se empezó a preparar para surcar el aire.

—Que insufrible eres —dijo ella al ver la gracia que le hacía a Nimbaerus hacerla esperar.

—Tu nos hiciste aceptar un encargo peligroso —argumentó el muchacho—, si tu castigo es esperar a que yo me prepare puede que no sea tan malo.

—Yo creo que sí —dijo ella cruzada de brazos—. Ya, apurate —agregó con impaciencia.

—No me apresures.

—¡Niiiimbo!

Ignorando a su compañera, Nimbaerus se colocó alrededor la bufanda roja, sabiendo que haría un frío terrible a tan alta altura, sin importar la hora del dia. Luego sus lentes que, al igual a los de Kialandei, estaban hechos con un material solamente conocido por la orden de los Aeronautas, el cuál permitía regular la entrada de luz a los ojos durante el día y la incrementaba considerablemente en la noche.

—¿Listo? —interrogó ella sin disimular su disgusto.

—En un momento —dijo con cordialidad Nimbaerus—, estoy verificando la latitud y la longitud, sacando su astrolabio.

Finalmente después de verificar las coordenadas por medio de la posición de los cuerpos celestes sacó su brújula con presteza desde los bolsillos de su túnica. Kialandei dejo escapar un desganado suspiro al verlo.

Aeronauta, Domador Del Aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora