Capitulo X

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—Finalmente tengo el honor de verte de cerca —le susurró el extraño al oído.

—Ah, disculpe no sé quién es usted, pero me gustaría saber como es que sabe mi nombre —murmuró Iteylefh, confundida.

El enigmatico desconocido le dedicó una sonrisa lobuna e inclinó la cabeza, con los ojos fijos en ella, contemplandola en silencio durante algunos segundos antes de contestar.

—Así que mi primo no te ha hablado aún sobre mí.

—¿Primo?

—Veo que no. Hummm... Niccolás es todo un envidioso, y no lo culpo. Cualquier hombre que pueda poner sus ojos en ti, nunca consideraría la opción de compartirte con alguien más. Incluso estaría dispuesto a robarte un beso...

—Ahora comienzo a notarles un parecido abismal, usted y su primo son igual de arrogantes porque se creen irresistibles, cuando en realidad no lo son —espetó molesta. Aunque el chico era guapo, su actitud pícara le pareció un asco. Detestaba que un hombre se considerara alguien por quien una mujer estaría dispuesta a besar el suelo que pisaba.

Y no pudo evitar recordar las palabras de Eleonor «los hombres sólo trataran de envolverte con frases bonitas, no caigas en las redes de sus mentiras, mucho menos si se trata de un desconocido o de un forastero, porque después de caer en las falsas promesas que te hagan, el daño estará hecho .»

El chico le regaló otra sonrisa y retomó la palabra.

—Por favor, no te expreses hacia mí con tanta formalidad, haces que sienta la edad de un anciano. Mejor llámame Alexander.

—¿Alexander?

—Lo correcto sería que me llames Englert, porque ese es mi apellido, pero pronunciado por tu voz de ángel, mi nombre suena aún aún mejor.

Iteylefh realizaba los pasos con elegancia, tratando de no perder el compás ante los coqueteos nada disimulados de Alexander, que la incomodaban de sobremanera, hasta que, para su suerte se dio el primer cambio de parejas y mentalmente agradeció que el desconocido con el que bailaba en aquel momento, no mostrara intenciones de querer seducirla.

Su pensamiento involuntariamente huyó hacia la respuesta que le daría a Loki, cuando aquel montaje de altibajos culminara. No se sentía preparada para confesar algo de tal magnitud. La atemorizaba la posibilidad de no poder ser correspondida y sobre todo, la reacción que tendría Eleonor. No estaba dispuesta a provocarle más disgustos a su preceptora, más aún con semejante delirio de noticia que podría provocarle un infarto con la edad que ya tenía, a pesar de que aparentaba menos años de los que coleccionaba, Iteylefh era la única que verdaderamente sabía todo de ella.

Por otro lado, Loki continuaba pareciéndole una caja de sorpresas debido a lo poco que con certeza sabía de él. En efecto, durante más de una ocasión sintió el deseo de preguntarle su edad y detalles que le permitieran conocerlo mejor —como su lugar de origen, o a dónde iba cuando no estaba de visita en casa de Eleonor—, pero nunca tuvo el valor de interrogarlo con ese tipo de preguntas, a causa de las constantes advertencias que le hacía su preceptora ante el perceptible ápice que demostraba una curiosidad desmedida en ella.

Aquella curiosidad peligrosa que no tan fácil logró domar hasta sucumbir en el error de desobedecer las advertencias y llegar a comprobar que eran reales, cuando su impaciencia le hizo realizar una de esas supuestas preguntas prohibidas, humillandose al no recibir respuesta por parte de Loki. Nunca olvidaría como él evadió el tema para posteriormente excusarse injustificadamente por una ausencia bastante larga, que le impidió verlo casi siete años desde aquel día.

Principe del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora