Capitulo XI

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Algunas damas no ocultaban su curiosidad al ver a Loki sin disimulo, atraídas por el ostento de su porte elegante, pensaban que era un hombre demasiado guapo como para olvidarlo. En cuanto a los varones que observaban de manera furtiva a Iteylefh, al ver en ella, tanta juventud y belleza revestidas en lujo no lograban reconocer a la humilde chica que vivía bajo la protección de Eleonor a las afueras del pueblo.

El instante lucía como la magica escena de un cuento de hadas, tan perfecto que parecía útopico. La música provocaba un deleite a sus oídos, mientras algunas miradas indiscretas se posaban sobre ellos atisbando envidia.

—Tienes los ojos más hermosos que haya visto en mi vida —murmuró Iteylefh.

Loki la miró inexpresivo y tras unos segundos negó.

—Antes deberías mirar los tuyos en el reflejo de un espejo, para darte cuenta de que estás equivocada.

La chica rió por lo bajo.

—Y el sonido de tu risa es como una melodía angélical, suave y preciosa —repuso Loki.

Un tenue rubor se esparció por las mejillas de Iteylefh.

—El beso que Niccolás estuvo a punto de darme, iba a ser mi primer beso —susurró ella, cabizbaja.

El ojiverde guardó un silencio meditabundo sin saber que decir.

—No comprendo ¿te alegras de que él no te haya besado o me reclamas que intervine cuando estuvo a punto de...?

Y perdió el hilo de su argumento al posar su vista sobre aquellos labios rojos que lucían tan ardientes como el infierno. Iteylefh no sabía que hacer, sólo estaba segura de que él era su perdición, pero estaba cansada de seguir retrocediendo, deseaba fervientemente que sus sueños más salvajes fueran parte de la realidad en la que vivía.

Sus miradas decían lo que sus bocas preferían callar.

Eran dos almas invadidas por la ansiedad de frenar sus pasiones, todavía dubitativos por el resultado que les podría otorgar el destino una vez que consiguieran sumergirse en las aguas tempestuosas de la fuente de la tentación.

Aunque Loki acunaba el deseo de permanecer junto a ella lo que el resto de su eternidad le permitiera, cerrar los ojos y soñar con aquel útopico privilegio era un simple anhelo que veía lejano e imposible al considerar que ese perfecto futuro no tendría lugar en su vida si sus ausencias en Asgard aumentaban la curiosidad de presencias insensibles que tarde o temprano importunarían cruelmente sus planes.

La música levemente diluyó las conjeturas que en su mente presentaban agonicos escenarios pintados en posibles desgracias que sucederían en caso de que Thor despertara para retomar su búsqueda en Midgard, afectando a Loki con gravedad la contingencia de ser descubierto en ese sitio, ocultando a la más bella joya Asgardiana. Y por primera vez fue consciente de cómo la hija del Dios del Trueno, había socavado las barreras que años atrás él creó pensando que nunca conocería a alguien capaz de hacerle notar lo magnifico que es amar o tener emociones.

Iteylefh continuó escrutandolo, mientras le suplicaba mentalmente que nunca volviera a marcharse, incapaz de hacerle saber de viva voz que cuando meditaba, su mente se empeñaba en dedicarle la mayor parte de sus pensamientos a él. Ella sentía que su vida en compañía de Loki, era tan afortunada como los prados visitados por la primavera, revestidos de la fragante presencia de las flores embellecidas por el verdor espontáneo de la naturaleza que alfombraba los suelos con vida. Y al compararle con la inefable ausencia del ojiverde, creía estar en el gélido invierno que apaga los colores en su tétrico manto blanquecino de heladas nieves poco agradables al tacto.

Principe del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora