📷 Jeonghan 📷

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Marcó una equis negra en el calendario. Otra más que adornaba las hojas, en la espera paciente por una situación que no conocía.

Rió con amargura y tiró el marcador al suelo, poco importándole dónde cayera. Caminó por el apartamento hasta llegar a la sala, viendo que en la mesa se encontraba su diario y fiel cámara. Tomó la última, acercándose en silencio hasta el espejo y capturó una foto de su reflejo.

Quería congelar todos sus momentos en una foto. Como debió hacerlo cuando tenía a sus mejores amigos a su lado. Y se odiaba por todos los errores cometidos. Dio todo por sentado, creyó que no perdería esa vida que construyó, que su relación con los demás miembros jamás se quebrantaría ni flaquearía.

Tenía mil y un fotos de su apartamento, ya no había un rincón que no estuviera impreso en las fotografías. Y, sin embargo, seguía con esa estúpida rutina de gastar los rollos de la cámara. Podía llamarlo su penitencia, le gustaba sentirse castigado por no haber protegido a sus amigos.

Estando en el balcón, con la cámara alzada, miró hacia la calle y divisó una figura familiar. Con el corazón latiéndole a mil por hora, volteó hacia atrás para ver en la pared su soso calendario blanco y corrió a él, agarrando el marcador rojo apresuradamente y tachando el día en el que estaba.

Lo lanzó, esta vez al sillón, y corrió hacia la primera planta de su vacío hogar. Sin dudarlo un poco, abrió la puerta y buscó al chico que vio desde arriba; seguro en su mente que era una de las personas que tanto quería ver. A lo lejos, este iba caminando, ajeno a la desesperación ilusionada del rubio que intentaba alcanzarlo.

Pero cuando Jeonghan llegó a él, casi rompe en llanto al descubrir su confusión. Dándole la espalda al muchacho –quien lo miraba completamente confundido –regresó a su apartamento. Estaba tan cansado, tan derrotado; tan harto de vivir de esa manera.

Recogió el marcador negro del suelo y cubrió la equis roja con la tinta negra, para luego lanzarse con pesadez al sofá y esconder sus piernas debajo de la manta.

Tomó el diario entre sus manos, junto con un lápiz desgastado, y lo abrió solo para apuntar una oración que llenaba todas las hojas.

"Otra vez no".

Se quejó, reprimiendo las ganas de llorar. No merecía el derecho de liberar sus lágrimas, no cuando fue también por su culpa que Seventeen muriera. Sin embargo, al mirar por un momento la cámara, tuvo que morderse el labio y esconder la cabeza entre sus piernas.








Soonyoung amaba jugar con ese aparato.

¿Y si el reloj se detiene? • SEVENTEEN •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora