Capítulo 4

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Revolvió el café con su mano izquierda, no quería hablar con su mano derecha, se encontraba muy enfadada. Esa no era manera de comportarse, no para alguien de su edad. Volvía a encontrarse en un café del centro, el mismo de la vez anterior y nuevamente estaba esperando a Constanza. Quería tomarse un respiro hablando con ella, algo para distraerla, aunque significara escuchar otro de sus vacíos monólogos. Sacó su libreta y la revisó. Hace varios días que no anotaba nada, lo cual era bastante inusual en ella. Sin embargo, ahora no quería pensar, porque si volvía a caer en ese juego no sabía cómo iba a terminar. Presentía que la tranquilidad que sentía en ese momento era temporal. Tampoco quería pensar en el libro, luego podría preocuparse por eso. Por el momento era mejor quedarse en ese café y actuar como si todo siguiera normal.

La puerta se abrió y apareció la muchacha con los hoyuelos en ambas mejillas y el espíritu que siempre la caracterizaba.

–¡Javi! Ya te extrañaba amiga–saludó sentándose frente a ella y pidiendo un té distinto al de la vez anterior–¿Cómo estás? Esta vez no hablaré de mí, cuéntame cómo te está yendo con el libro.

–En realidad ahora mismo no quiero hablar de mí, dime cómo fue tú día.

–No, no, no. Te dije que no quiero hablar de mí. Tu libro, dime. Espero que vaya mejor después de la salida del otro día. Te veías muy emocionada con el Gustavo.

Los latidos de Javiera se detuvieron por unos leves segundos. Había vuelto a nombrarlo ¡no! ¿No sabía que estaba jugando con fuego? Y asimismo ¿Cómo se había dado cuenta?

–¿De qué estás hablando?

–¡Ay, ahora no te hagas la tonta! Puede que los chicos no se dieran cuenta, pero yo te conozco muy bien–se le acercó y le susurró con una sonrisa:–Además no le quitabas los ojos de encima.

No podía creer que había sido tan obvia. Estaba segura de que los demás habían estado muy ocupados con su conversación.

–¡Javi, te pusiste rojísima!

–¿Qué?–ocultó su rostro entre las manos y dejó que su cabeza cayera sobre la mesa. Eso ya era patético, estaba mal. Constanza se limitó a soltar una risa.

–Eres una ternura. No recuerdo haberte visto tan prendada. Tranquila, el otro día le pregunté al Marcos y me dijo que el Gustavo no está pololeando, así que tienes muy buenas posibilidades con él.

–Coni, yo no...

–Me desesperas. Me lo vas a agradecer luego, luego cuando te des cuenta lo buena amiga que soy...

–Pero...

–¡Déjame terminar! Escuché que el viernes van a ir a un carrete en la casa de un amigo por acá por el centro. Por lo que sé, él va a estar ahí. No digo que tengas que ir, tú puedes hacer lo que quieras, yo solo te paso información. Ahora, dime cómo vas con el puto libro.

Allí estaba Javiera, un viernes en la noche, afuera de una ruidosa casa con lo que parecían ser sus mejores ropas. En ese lugar tuvo una pisca de sensatez previa y se preguntó ¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿No había terminado ya con esa etapa de carretes alocados? ¿No estaba ya muy vieja para eso? Se sentía así, muy fuera de lugar. No estaba segura de querer entrar, pero ¿Qué iba a hacer si no lo hacía? Se iría a su casa seguramente, trataría de conciliar el sueño y esperaría que el tiempo terminara por eliminar esa pasión, lo que probablemente ocurriría. Tal vez terminaría el libro y así tendría otra fuente de ingresos. Continuaría sus días esperando que su creatividad la sorprendiera con buenas ideas de vez en cuando, vería a su amiga de vez en cuando, luego conocería a sus hijos y vería envidiosa cómo ella crearía una familia; por su lado Javiera esperaría su muerte, tal vez crearía un best-seller y eso sería todo. ¿Eso era? ¿Ahí se acababa?

No. Ella aún no terminaba.

Se internó en la masa de gente y se rodeó de la música, las luces y las drogas. Nadie la miró. De alguna manera se camufló en ese mundo de universitarios. Comenzó a buscar entre la multitud, entre toda esa vorágine de éxtasis y juventud. Observó tantos rostros fiesteros e ingenuos que cuando se encontró con el único que no lo era lo supo de inmediato. Era él.

Estaba apoyado contra una pared, solo, con un trago en la mano y la mirada en el suelo. Se veía triste e incomprendido.

Ella lo supo al instante, quería estar con él. No tenía razón alguna para dudarlo. Y como cualquier loca desesperada que se pasó tantos días anhelando algo, cuando lo vio no tuvo una reacción precisamente racional. Se acercó a él, Gustavo la miró y la reconoció. Dos segundos después ella se lanzó sobre él.

Arrogancia y ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora