La luz del sol filtraba las cortinas blancas de la habitación, dejando ese exacto tono tenue que ella amaba ver. La leve calidez de la temperatura que emanaba un atardecer cuando la gigante estrella de fuego comenzaba a perderse en el horizonte. Un tono amarillo, que casi era anaranjado, hacía ver su largo vestido no tan blanco. Un color pastel que ella adoraba.
Y ahí estaba parada, frente a un espejo enorme que refleja el total de su anatomía acompañada de un fondo donde una cama de dos plazas se podía apreciar, junto a un par de cuadros con paisajes pintados que colgaban en las blancas paredes. Todo eso, y ella no podía dejar de ver el reflejo de sus ojos llenos de inseguridad junto a una sonrisa ladina que no llegaba a ser de felicidad, tampoco de satisfacción, si no de compasión. Ella se veía como una princesa. Su cabello tan brillante y sedoso de un escarlata, recogido con una tiara. Aquel vestido con forma de campana que finalizaba a unos cuantos metros detrás de sus pies en un suave tul. Era la primera vez que se veía a sí misma tan hermosa.
La vieja puerta de madera se abrió dando un chirrido, causando que la chica se desconecte de su cerebro. No necesito voltearse ya que por el mismo espejo que se estaba admirando, tenía una amplia visión de aquella puerta. El cuerpo de su mejor amiga se dejó ver con una enorme sonrisa en su rostro.
ー Ya es hora.
Un escalofrío recorrió desde la punta de sus pies hasta el último pelo carmesí en su peinado.
¿Estaba lista?
La muchacha frente al espejo tomó una gran bocanada de aire y exhaló hasta vaciar por completo sus pulmones. Había llegado la hora.
Se acercó a su amiga quien no dejaba de observarla emocionada por cómo se veía. Entrelazaron sus manos tal como siempre cuando necesitaban apoyarse la una a la otra.
ー Se que prometí que no lloraría... ー la miró a punto de arrepentirse por lo que iba a decir ー Pero ¡Vamos! Estas hermosa, él también y todo se ve tan increíble.
Murmuró como si estuviese saboreando una fresa con crema derritiéndose en su boca.
ー Bueno, no puedo decir nada porque yo me emocioné mucho en tu boda también. Así que no necesitas hacerte la fuerte.
Le sonrió la protagonista y caminaron hasta detrás del jardín. Su amiga planeaba abandonarla ahí.
ー Iré por tu "padre" de boda.
Salió corriendo difícilmente en sus tacos hacia el improvisado altar lleno de flores y telas blanca y celestes. En su estómago se formó un nudo que intentó desatar inhalando y exhalando una gran cantidad de aire fresco que ya corría por esas horas. El ocaso se mantenía perfecto, nada podía salir mal.
ー ¿Estas bien?
Una voz ronca la sorprendió a pesar de reconocer al instante aquella persona. Un hombre alto y bien formado, de cabello negro en punta y unos orbes verdes que eran idénticos a él. La persona que tomó el rol de padre en su vida sin ningún lazo sanguíneo. Quien le abrió las puertas de su casa siendo una niña de siete años, y hoy con veinticuatro años está tomando su brazo para entregarla en el altar.
Se sentía muy orgullosa y feliz de haber caído en sus brazos luego de perder a sus padres, quienes ahora han de estar observando desde el más allá también orgullosos.
La música comenzó a sonar, y las voces disminuyeron. Realmente había llegado la hora. Sus pies temblaban haciendo más difícil la tarea de utilizar tacos con un vestido que de por sí era algo pesado.
Una larga alfombra verde agua se deslizaba bajo sus pies acortando la distancia hacia el cura y su futuro marido, quien la esperaba con una tierna sonrisa mirándola de arriba a abajo poniéndola así más nerviosa y ansiosa de lo que ya estaba.
Su padre la dejó allí arriba y se coloco detrás de su testigo -su mejor amiga- sin antes besar su mejilla y fundir un abrazo lleno de cariño. Fue entonces cuando miró aquellos ojos chocolates que tanto adoraba mirándola con amor tomar sus manos. Pero la presencia de su testigo a sus espaldas era muchísimo más fuerte para ella.
El cura comenzó la misa pero su conciencia estaba más allá de aquella situación. Por más de que intentaba mantener el contacto de sus ojos con los de su prometido, él era más fuerte. Y la venció, llevando a cabo finalmente el contacto con sus pupilas verdes, un verde más fuerte que la naturaleza misma.
Era muy cruel. Él lo sabía perfectamente y aún así aceptó que esto se diera de esta manera. Egoísta de sus inseguridades, incapaz de permitir que sus sentimientos lo dominen.
Ella volvió su mirada a quien tomaba sus manos con ahora cierta preocupación al notar su rostro perdido en otro planeta. Tenía que aceptarlo. Ese muchacho simpaticon y dulce le entregó su corazón, cuerpo y alma, demostrándoselo siempre en cada detalle y por eso mismo ahora eran los protagonistas de aquella velada.
Pero aún así le dolía. Le dolía comprender finalmente que ella tenga que corresponder a quien su corazón no desea. Porque ella siempre lo dejó en claro, hasta en su infante inocencia se prometieron estar juntos para siempre. Ella era la madre del pequeño Torū y quien obligaba a Hajime ser el padre teniendo los tres tan solo nueve años.
« — Soy tu hermano, no puedo ser su papá si tu eres su mamá.
— ¡Woaah! ¡Iwa-chan no quiere ser mi papá! ¡Woaah!
— ¡Tonto lo has hecho llorar! »
Recordar aquello hizo que una débil lágrima descendiera por su mejilla y esta sea apartada por el ahora ya no niño Oikawa Torū.
Ya no eran más niños. Los tres habían crecido y los papeles se habían invertido en todos los sentidos.
« Aquello no era cierto, tu no eres mi hermano. Eres el hijo del hombre que me salvó la vida. No hay lazo de sangre que nos una y nos impida ir más allá, y aun así no fuiste capaz de hacerte cargo de lo que nos pasa, de lo que sentimos. De aquellas manos tomadas inocentemente, de aquellos "te quiero" que alguna vez se escaparon en un "te amo" ¿Inocentes también? Éramos conscientes de que ya no. De aquellos labios rozándose una noche perdida de alcohol. Yo lo acepté ¿y tu?
Te admiraba, porque te creí una persona fuerte y valiente, pero resultaste ser un cobarde. Porque si realmente hubieras tenido el valor de decirme la verdad, serias tu quien ahora esta tomando mis manos y colocándome un anillo, no tu mejor amigo... serías tú quien ahora esté mirándome a los ojos siendo un manojo de amor y nervios.
Tenias que ser tú quien esté aquí y yo con seguridad y completamente enamorada te diría a ti que...
— Acepto.
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Tenias que ser tu | Iwaizumi Hajime
KurzgeschichtenNo me pregunten que se me cruzó por la cabeza al hacer este One-shot, pero lo amé y espero a ustedes también les guste. Aunque da pie para hacerle historia ¿No creen?