Único

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Hoy era una de esas interminables noches en que las pesadillas parecían aglomerarse tras sus parpados y los fantasmas cobrar vida entre las sombras de su habitación improvisada, asechándolo, esperando el mejor momento para apuñalar los vestigios restantes de cordura que el Joker le hubo dejado, si había posibilidad...

Jason Todd, el Caballero Arkham nuevamente atado e imposibilitado, atrapado por grises muros que semejaban la tumba en vida donde se consumía, pudriéndose con la peor escoria de Gotham y sin nadie acudiendo a su rescate porque a nadie jamás le importó. Fue reemplazado, sustituido. Batman le había olvidado seguramente nada más desaparecer.

Y no quería volver a soñarlo, verse indefenso a merced de la peor escoria existente, no volvería a estar atado ni olvidado. Incluso si eso significaba sacrificar algunas cuantas horas de sueño por el bien de la cordura.

Sólo debía esperar, unos cuantos meses, sólo un poco más y estaría listo. Tendría paz.

Después de Batman, primero hay que destruir a Batman. Hay que hacerle recordar que no todos los muertos se quedan muertos y que existen cosas peores que la muerte, como la desesperanza.

— ¿Sabes? No entiendo por qué me llamaste pidiendo informes si no piensas ponerme atención.

Deathstroke tenía un interminable monologo sobre sus futuras tropas, lo bien preparadas que estas se encontraban para el asalto a Gotham o cuantas armas habían logrado mejorar, a él no podía importarle menos, hace mucho dejó de prestarle atención a las palabras y su significado, concentrándose únicamente en la ronca cadencia, en el susurro siempre controlado con que Slade se manejaba a sí mismo. Irónicamente resultaba tranquilizador, oír su firme voz le calmaba y podía asociarlo a un millón de razones cada una más estúpida que la anterior.

El mercenario le había salvado, accidente, coincidencia o simple soborno, lo sacó del agujero repugnante donde se encontraba para brindarle la oportunidad de retribución, venganza en su término más sanguinario y crudo.

Pronto se volvió el segundo al mando, la mano firme que estaba ayudándole a hacer todo eso posible, con un jugoso pago, obviamente, pero también era quien mejor le conocía, quién llevó al desgraciado mocoso sucio a convertirse en el implacable Caballero Arkham, él lo vio realmente y nunca le hizo menos por ello.

Se respetaban, porque Jason jamás volvería a confiar en otro ser humano mientras siguiese respirando, ya le habían fallado suficiente en esta vida, gracias.

— ¿Quién dice que no estoy escuchando?

No podía notar su mirada perdida, la palidez casi enfermiza de su piel o las profundas ojeras que se dibujaban bajo sus ojos como violentos moratones, llevaba el casco puesto, tenía su mentón recargado sobre el puño cerrado intentando parecer sumamente interesado aunque sólo fuese un cobarde huyendo de sí mismo.

—Niño, he preguntado si necesitabas café tres veces y aún no obtengo respuesta.

Se maldice internamente y vuelve el rostro cubierto hasta donde las tazas descansan inertes desde hacía días, tiene un lugar para recibirlo, aquel escritorio destartalado en uno de los muchos agujeros que él conoce bajo la ciudad, la luz de una mortecina lámpara palpita sobre sus cabezas similar a un corazón latiente. No lo lleva directamente a donde duerme, jamás permitiría que alguien se acercara lo suficiente a su lugar de descanso, en ese aspecto era como un monstruo profano, ocultándose entre las sombras e inmundicia, procurando que nadie más le apuñalara en su momento vulnerable.

Lo peor es que no quiere que deje de hablar porque entonces vendrán aquellas otras voces, las indeseadas, las burlas crueles con sus viles imágenes.

InsomnioWhere stories live. Discover now