La Llegada

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La joven Alma Adams decidió aceptar la propuesta voluntariamente, no tenía muchas más opciones e ir por la fuerza sería aún peor. Así que, informada escasamente sobre las instalaciones y las funciones de aquella organización, pudo observar, a través de la ventanilla, la gran puerta metálica que se abría a su paso. Aunque bien oculto, tenía miedo; no sabía lo que le esperaba realmente, pero muy horrendo tenía que ser como para superar lo terrible que había sido su vida hasta ese momento.

Al bajar del coche se fijó en varios grupos de los que habrían parecido soldados, de no ser por su baja estatura y sus voces muy poco hombrunas.

Supuso que eran niños como ella, al fin y al cabo era lo que iba a encontrarse allí, según le habían comentado previamente. Apenas tuvo tiempo de fijarse en mas detalles, cuando una señora seguida por dos guardias, se la llevó con avidez a una habitación poco acogedora.

—Esta será tu habitación. Aquí está tu cama y tu horario —informó seria. Y, señalando el cabecero, prosiguió explicando—. De aquí saldrá una pantalla cada día a las 7:00, que indicará tus actividades. Tu ropa está en aquel armario, cuando se ensucie tan solo tendrás que tirarla por esta puerta. Hay personal encargado de la limpieza para todo, pero sí debes hacerte la cama. Sé puntual y sigue el protocolo.

Mientras explicaba aquello, Alma asentía, aunque seguía sin entender por qué estaba allí. Nada más acabar la charla explicativa, la mujer se fue y Alma se puso el uniforme.

Observó aquel horario para conocer su primera actividad. En este ponía que a las 9:00 tenía una entrevista con su guía. Miró el reloj digital que había en la pared y, viendo que eran las 8:55, se marchó rápidamente.

Estaba perdida y muerta de miedo al mismo tiempo. Deambulaba por aquellos pasillos largos y blancos, donde se apreciaban varios grupos de niños haciendo actividades en enormes y espaciosas salas.

De pronto, una figura delante de ella, hizo que dejara de curiosear.

—Tú, ¿qué haces ahí sola? Vuelve a tu entrenamiento —ordenó severamente.

Alma se quedó cortada.

—Eh...yo... —balbuceó paralizada, fijándose en el chico de aspecto autoritario que se había dispuesto a interrogarla.

—¿Nombre?

—Alma.

Su interrogador resopló enfadado.

—¿Es que eres nueva? Aquí no usamos nuestro nombre civil —recalcó con autoridad.

—Perdón, en mi horario ponía que tengo una entrevista con mi guía y no sé dónde estoy —contestó desorientada.

—Ah... Así que tú eres la impuntual. Ven, sígueme cachorrilla. Yo soy tu guía —dijo con un toque burlón.

—Soy A.S.

—¿Cómo el de Pokemón? —se mofó ella, soltando una carcajada cargada de vacilación.

—Ese es Ash, de Pueblo Paleta, justo lo que eres tú —rebatió—. Y afirma el paso, los espías no van con chepa.

—Eres penoso —calificó sin cambiar el tono de burla—.Como seas igual insultando que trabajando, te vas a tener que ganar el pan con otra cosa, chaval.

—Te doy los insultos para principiantes, no me permiten dejar K.O. a los novatos.

—En fin... ¿Qué hago ahora?

—Cerrar el pico de cotorra que tienes por boca.

A la par que continuaban intercambiando insultos, llegaron a una gran sala. Era un gimnasio enorme: con piscina, zona de escalada, pista de obstáculos, cubículos de entrenamiento, etc.; todo lo necesario y de última tecnología para ser un gran profesional. Alma estaba alucinando con todo lo que había allí. A.S. se acercó a una gran mesa acristalada de tono azul oscuro, donde cogió varios papeles.

—Firma aquí —imperó serio.

—¿Para qué es eso? —preguntó Alma con desconfiada curiosidad, al fijarse en que se trataba de algún documento repleto de palabras técnicas y aburridas de leer.

—Es tu contrato, aquí das tu consentimiento para que cuidemos de ti y te formes como espía.

—Está bien... firmaré —aceptó resignada.

Alma firmó mientras A.S. le observaba al detalle.

—Enhorabuena, eres Can.

—¿Can? ¿Qué es eso?

—Es tu nuevo nombre, ahora eres la cachorrita de aquí —dijo A.S., sonriendo con malicia.

—Eres idiota, ¿lo sabías?

—Sé que lo que digas tú me da igual y ahora busca algo y comienza a entrenar.

Ante el mandato, Alma le miró con mala cara y, como no tenía ganas de seguir discutiendo, se fué a dar una vuelta por la sala. Al ser nueva, los compañeros empezaron a meterse con ella.

—¡Eh, tú, que estorbas!

—¡Fuera de mi camino novata, vete a otra parte! —gritaron quienes la veían pasar de cerca.

Alma, compungida por el acoso, pidió perdón y se alejó de ellos mientras A.S. seguía vigilando. La joven estaba seria y muy triste, por lo que decidió irse a una esquina de la sala. Seguidamente, ante presenciar tal comportamiento, A.S. se acercó a ella.

—Can, ¿qué haces ahí?

—Nada —contestó, escondiendo la cara en sus piernas.

—Aquí no puedes tener esa actitud o te comerán —aconsejó el chico.

Alma le miró y en ese mismo instante comenzó a llorar.

—¡Buf! —exclamó asqueado—. Deja de llorar.

—Déjame en paz —pidió la chica, con desesperación en su voz.

A.S. se agachó y puso su mano derecha en el hombro de ella.

—No me toques —advirtió con mandato.

—No puedo dejarte en paz. No llores y ponte de pie —le ordenó.

Alma se puso de pie frente a él, al tiempo que éste se acercó más a ella, aunque manteniéndose erguido. Ambos se miraron a los ojos y los de ella comenzaron a brillar.

—¿Cómo prefieres iniciar el entrenamiento? Tienes tres categorías físicas: tierra, mar y aire.

—Pues no lo sé... —dijo pensativa, aún afectada y también sorprendida por la repentina suavidad de A.S. con su última pregunta.

—Serás entrenada en todas, pero empecemos por la resistencia, es lo más básico.

—De acuerdo.

En cuanto ella aceptó, A.S. puso su mano en la espalda de Alma y ambos caminaron juntos regresando a la pista, dirigiéndose a uno de los cubículos de entrenamiento. Alma se secó las lágrimas y vió como respetaban a su guía, porque no se atrevían ni a mirarlo.

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⏰ Última actualización: May 14, 2018 ⏰

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