Capítulo 2

20 1 0
                                    

Se había hecho de noche y no se veía nada. Hacía un frío aterrador con las olas de viento que cada vez que venían me hacían retroceder un par de pasos.

Me abroché rápidamente el abrigo cuando de pronto alguien, repentinamente, chocó contra mí.

-Lo siento, tengo prisa-dijo sin mirarme.

Era una silueta alta, con cuerpo delgado. Llevaba las manos metidas en el bolsillo, o eso parecía. Mientras seguía su paso, dejó caer un papel que llevaba en el bolsillo.

Me agaché para cogerlo y poder dárselo antes de que fuese tarde.

-¡Oiga, se le ha caído esto!

Como no obtuve respuesta y el seguía andando tan rápido con sus largas piernas, corrí tras él para alcanzarle y darle su papel.

Cuando estuve suficientemente cerca, le toqué el hombro y el reaccionó alargando su brazo, dándome en el pecho y tirándome
al suelo.

-Discúlpame, no tengo tiempo para hablar contigo.

Su voz me sonaba demasiado familiar, y me quedé embobada unos instantes en el suelo, pensando en quién podía ser aquella silueta.

Cuando me di cuenta de que estaba en el suelo, me levanté con cuidado.
Seguí andando de camino a casa y empecé a recordar nuestro encuentro.

Pensé que ojalá me lo pudiese volver a encontrar algún día, ver su cara, y poder saber por qué esa reacción tan extraña.

Entonces, la pulsera se iluminó, sola. Tenía un brillo capaz de dejar ciego a cualquiera que la mirase. Sin embargo, tras unos segundos, volvió a ser una pulsera normal.

Asustada por aquella noche tan extraña, volví corriendo de camino a casa.

Jadeando, saqué las llaves cuando por fin llegué para poder abrir la puerta. Pero para mi sorpresa, la puerta estaba abierta.

Mi madre estaba sentada en el sofá, apoyada en el hombro de mi padre que, por fin llegó.

Al escuchar el chirrido de la puerta, se levantó de un salto, y me miró, esperanzada, con los ojos bien abiertos ate mi silueta, jadeante, sobresaltada y perdida.

Esperaba poder soltar las palabras que mi abuela me había recomendado decirle a mi madre, pero antes de que pudiese abrir la boca, se me adelantó.

-Elissabeth. Mi niña. ¡Estás bien!

Me abrazó fuerte, lo que causó mi sonrisa.

-Llevas tres horas fuera, pensé que te había pasado algo.

Y empezó a llorar mientras me abrazaba.

-Mamá... lo siento. No... no quería que te preocuparas.

-No hace falta que te disculpes. Te entiendo. No pasa nada, pero por favor, no me des estos sustos.

-Nunca más, te lo prometo.

Cerré los ojos y la abracé yo también.

-Te quiero muchísimo, cielo-me dijo.

-Yo también.

Y nos separamos, aunque me acerqué a ella para secarle las lágrimas, aprovechando para acariciarla la cara.

Mi madre sonrió, y yo la devolví la sonrisa.

Por primera vez, se acercó mi padre y nos miró a las dos. Sonriendo también. Y me abrazó.

-Bueno, es muy tarde. Tendríamos que descansar un poco, ¿no?

-Sí, mamá, tienes razón. Buenas noches.

Y le di un beso a los dos, subiendo las escaleras para llegar a mi cuarto.
Me desvestí para ponerme el pijama e irme a dormir, cuando me acordé del papel del chico.

Lo abrí y dentro, contenía un mensaje cifrado, con letras extrañas. Lo cerré rápidamente antes de que pudies entrar alguien y descubrirlo y me metí en la cama, porque me podía el sueño, el miedo y quería que se acabase este día, el más extraño de mi vida.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 19, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La maldición de los Holmes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora