Rambo y Mofy

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 Rambo era un burrito escuálido, a quien nadie en la familia daba mucho tiempo de vida. Se nos ocurrió llamarlo así como una mofa a su aspecto físico; pero más tarde nos demostraría que su verdadera fortaleza residía en su espíritu.

Su lucha empezó aquella noche tormentosa de verano, cuando se quedó a dormir con su madre en el río que cruza el pueblo. La lluvia caía con una fuerza desconocida, mojándolo todo en unos instantes, provocando que el agua llovida bajara de los cerros arrastrando piedras, troncos y todo lo que encontraba a su paso, para desembocar en el río y fluir con mucha más fuerza, dirigiéndose inevitablemente hacia el lugar donde Rambo y su mamá dormían plácidamente.


La creciente los tomó por sorpresa; pero el ruido que hacía los despertó un poco antes de alcanzarlos. Rambo, haciendo gala de su agilidad, logró ponerse a salvo, no así su mamá, que por tener una edad ya avanzada, no alcanzó a llegar a la orilla y el río se la llevó.

A la mañana siguiente, mis hermanos, yo y un perro que llamamos Mofy fuimos a recoger leña y lo que vimos nos llenó de tristeza. Rambo estaba en la orilla, mirando hacia el lugar donde vio por última vez a su madre, y aunque nadie lo crea, juraríamos que vimos lágrimas en sus ojos. Tal vez Rambo había comprendido que estaba huérfano. Mofy se acercó a él, le lamió la cara y permaneció inmóvil junto a él.

Mis hermanos y yo avanzamos río abajo y aproximadamente a dos kilómetros encontramos a la mamá de Rambo, muerta.

Aún cuando éramos muy chicos, compartimos el dolor de Rambo y mentalmente nos prometimos protegerlo y cuidarlo. Ahora que ha pasado el tiempo me doy cuenta que también Mofy hizo su propia promesa.

Nos llevamos a Rambo para la casa con un lazo que encontramos. Le contamos a mi mamá lo que había sucedido y nos mandó a conseguir un biberón para amamantarlo. Al principio no quería el biberón y lo mordía; pero poco a poco se fue acostumbrando y terminó por aceptarlo. Empezó a crecer y a retozar con otros burros de su edad que estaban mejor alimentados. Se iba al cerro y regresaba cuando le tocaba su biberón o cuando era hora de dormir. Nos daba gusto ver con cuántas ganas se aferraba a la vida, cómo luchaba por no dejarse morir, tal vez yo en su caso me habría dejado vencer.

Es casi increíble que cuando no lo veíamos cerca, nos subíamos a la azotea de la casa, le gritábamos y Rambo rebuznaba como en señal de que había escuchado nuestro llamado y llegaba corriendo, acompañado de su inseparable amigo Mofy.

Pasó el tiempo, Rambo creció y a mis hermanos y a mí casi se nos había olvidado la promesa de cuidarlo y protegerlo. Y un día, sin motivo aparente, Rambo amaneció muerto.

Lloré en silencio su pérdida, y supongo que a solas mis hermanos hicieron lo propio, pues nos habíamos encariñado mucho con él. Mofy se puso a aullar y su mirada se tornó triste.

Como es costumbre en el pueblo cuando algún animal muere, nos llevamos a Rambo arrastrando y lo dejamos en el cerro. Su cortejo fúnebre se conformó por mis dos hermanos y dos primos, y por supuesto, su inseparable amigo Mofy, pero eso bastó y sobró para decir que ningún rey en toda la historia ha tenido un acompañamiento tan sincero.

Mofy permaneció con él por espacio de 3 días, defendiéndolo de los zopilotes y otros animales de carroña que querían comérselo. Por las noches lo escuchábamos aullar tan lastimosamente que era prácticamente imposible conciliar el sueño, pensando en que mientras nosotros estábamos calientitos descansando en nuestro petate, él estaba a la intemperie, sin comer, beber y luchando contra quienes querían devorar a su amigo.

Al tercer día Mofy abandonó el cuerpo de Rambo,debido al estado de putrefacción en que éste se encontraba. Volteó a verlo por última vez, derramó una lágrima sincera y se alejó con andar cansino, pero satisfecho por haber cumplido hasta el final con su promesa, cosa que ni yo ni mis hermanos hicimos. 


Fin.   

Rambo y MofiWhere stories live. Discover now