Y tras las sonrisas se hallaban las flores, pero no aquellas rosas rojas luminosas que llaman tanto la atención de aquellos desesperados del amor, sino las blancas y débiles que uno siente que se debilitan cuando las arranca del pastizal. Sentía como las flores aparecían en su ausencia.
Día tras día el tiempo se acumulaba de abrazos y besos, te quiero y te amo... con el profundo miedo a ser abandonado. Uno daba todo por sentirse correspondido o al menos sentir esa ilusión momentánea cuando besas sus labios y tocas sus mejillas, sintiendo que para él eres tú y solo tú... Los celos aparecen pero primero, antes que eso, comienzan a surgir ciertas necesidades de atención, desesperación ante la ausencia. Que doloroso es ver como el otro se aleja, huye... y luego vuelve con ¿explicaciones? Y uno cae en su trampa y sonríe y ve flores rojas como el fuego, siente como su amor arde y se entrega, brilla tras esta luminosa luz que emana de aquel enamorado, de aquella enamorada sentada esperándolo.
Y a las tres de la mañana aparecen esas dudas, el sufrimiento y la desilusión, que son muy normales al momento de amar, porque muy pocas veces tomamos al correcto. Y nos convertimos en la flor, en el océano... calmo, débil y singular. Uno es uno. Dos son dos. Pero el amor no es tan fácil como eso, y luego de tantas idas y vueltas te encontras atrapada y, aunque lo niegues profundamente, ya conoces tu paradero. Su corazón... o él en el tuyo.
Tu mente comienza a soñar como duermen, como respira y como siente al punto de poder acariciar las sábanas como si su piel fuera la tuya y como si sus besos sean ese pequeño cosquilleo en el cuello... cerramos los ojos y respirando nos alejamos de la realidad para cegarnos de nociones y prenociones, de ideas y aprendizajes, para estar completamente y afortunadamente cegados de amor.
Y las llamadas nocturnas son tan habituales como los te amo, y uno ya se siente seguro o feliz. Eso es lo maravilloso de estas travesías el hecho de no saber lo que sentís nos hace pensar que no sentimos, ¿será real esta confusión, este sentimiento de pérdida y, a la vez, felicidad?
Tan confuso todo, tantas mentiras que llevan a verdades o viceversa, despertarse para ver y no hallarnos.
La ausencia nos ausenta a nosotros mismos porque ante la necesidad de hallar al otro, nos perdemos nosotros con la idea de que cuando lo encuentres él sabrá a donde dirigirse...
Y lo ves sentado con alguien más, sonriendo con rosas rojas en su mano y esa mirada que nos debilita. Me ve, se asusta y pienso: ¿te amo?, ¿nos besamos? Porque la cinta que cubre mis ojos llenos de amor no me permite ver lo que hay más allá de las rosas blancas.