Capitulo 2 Pt. 3

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  —Es muy cuidadoso, pero las he preparado para que soporten una investigación. Primero, recuerda que Harry De Souza hará lo que sea necesario para ocultar sus negocios personales ante el mundo. Pero he introducido algunos fragmentos para sus comprobaciones. Y he arreglado que unos informadores clave respalden el alias de Harry De Souza,
En ese momento llamaron a la puerta.
—Adelante—indicó Harry.
Un camarero entró con un carrito lleno de platos cubiertos.
— ¿Desea que sirva la cena, señora? —le preguntó el hombre.
—Podemos hacerlo nosotros —contestó Harry antes de que ella pudiera hacerlo—. Muchas gracias —en cuanto el camarero se marchó, se volvió hacia ________ —. Me gustaría que te cambiaras para cenar.
—Estoy cómoda con esta ropa.
—Quiero que te sientas cómoda con la otra ropa que te pondrás en la isla, trajes que el señor de la droga Harry De Souza habría elegido para exhibir tus encantos —fue al armario, abrió la puerta y rebuscó hasta sacar un vestido de seda de color turquesa sin mangas, que llegaba hasta la rodilla. En una bolsa de plástico colgada de la percha había unas sandalias y unas medias a juego—. Me gustaría verte con esto.
El tono de voz fue el mismo que empleó antes para ordenarle que se desnudara ante él. ________ sintió algo de furia por su arrogancia y porque odiaba reconocer que tenía razón. Le quitó el vestido y se dirigió al cuarto de baño del pasillo.
—Olvídate del sujetador —dijo a su espalda.
Contuvo una réplica airada y cerró de un portazo. Se desnudó, se puso el vestido, subió la cremallera y se ajustó el corpiño, pero la tela se adhería a sus pechos, mostrando con claridad el perfil de los pezones. Pensó en desobedecer la orden y volver a ceñirse el sujetador, pero decidió que era una tontería. Se miró en el espejo por encima del hombro. La espalda bajaba tanto que las medias tenían que verse.
Al menos la falda tenía suficiente amplitud como para remolinear en torno a sus piernas. Se puso las medias y los zapatos con rapidez. Le añadían ocho centímetros de altura. Rara vez se calzaba zapatos tan ridículos. No era mala idea practicar.
Volvió a estudiarse en el espejo. No se había molestado en maquillarse después de la ducha y de pronto le pareció como si no le hiciera justicia al vestido. Decidida a impresionar al hombre que la esperaba, abrió un cajón y sacó los cosméticos que había visto antes.
Con celeridad se aplicó dos tonos de sombra de ojos, delineador y rimel. Después de ponerse colorete, comenzó a perfilar los labios. Al terminar se retiró para observar el efecto. No solía recurrir al maquillaje, pero había asistido a suficientes fiestas formales como para saber aprovechar sus virtudes.
Le gustaron los resultados, y como último toque, se soltó la hebilla del pelo y se lo arregló para que le flotara alrededor de la cara.
— ¿Por qué tardaste tanto? —exigió él al verla.
—Estas cosas requieren su tiempo —murmuró. Le gustó ver el destello de fuego verde en los ojos de Harry antes de recuperarse—. ¿Así vale? —preguntó con voz sedosa.
—Sí —respondió él, y levantó la tapa de un plato, que dejó con brusquedad sobre la mesa. El segundo consiguió depositarlo con más suavidad.
En su ausencia, había desplegado un mantel blanco, con servilletas y cubiertos. Sirvió agua en copas altas.
Con ironía,________ pensó que Harry Syles, o Harry De Souza, era más civilizado de lo que parecía. Al menos conocía las reglas de un servicio de mesa. Podría haberle preguntado si en algún momento había sido camarero, pero no quiso presionar su suerte.
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Jack Duarte hizo remolinear un coñac ambarino en la copa de cristal antes de apreciarlo con un sorbo. Se reclinó en el sillón de piel y repasó las diversas listas preparadas por los diversos jefes de sus departamentos. El chef. El jardinero. El director de las instalaciones.
En unos días iba a celebrar una de sus magníficas fiestas y ningún detalle era demasiado pequeño para pasarlo por alto.
La comida, la asignación de alojamientos, el número de guardas uniformados y el personal adicional en las zonas públicas.
Dejó la copa sobre la mesa antigua de mármol; luego, recogió el bolígrafo de oro y apuntó algo en uno de los menús.
—Más fruta en la recepción inaugural.
Comprobó los equipos de seguridad, de vídeo y grabación. Con doble cobertura. Más valía la seguridad que lamentarlo. Su padre había olvidado ese pequeño hecho. Y la omisión le había costado la vida.
Estaba decidido a que nada semejante le sucediera a él. Planeaba llevar una vida larga y satisfactoria en el dominio privado que había comprado veinte años atrás con el dinero de su herencia.
Pensar en su padre hizo que las facciones se le crisparan.
El viejo había sido un empresario legal. En el mundo exterior, se había labrado fama de respetabilidad.
Pero en el hogar, con los suyos, había sido un tirano. Estableciendo reglas por la diversión de poner zancadillas.
En especial a su único hijo.
Pero Jack se había vengado.
Había metido suficiente azúcar en el combustible de su avión privado para hacer que cayera en la costa del Atlántico. En ese momento era él quien estaba al mando, quien establecía las reglas.
Su otro objetivo era demostrarle a los visitantes del continente que allí podrían pasarlo mejor que en cualquier parte del planeta, mostrándoles al mismo tiempo lo bien que vivía y que era amo y señor de la isla.
Le encantaban esos aspectos de las fiestas. El control. La corriente subterránea de sexualidad que a sus invitados varones le resultaba más estimulante que ninguna otra cosa.
Algunos de sus negocios más lucrativos los había realizado con hombres que pensaban con la bragueta en vez de la cabeza. Le encantaba usar el sexo para manipular a los hombres.  

Compañeros de TrabajoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora