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La nieve caía con una fuerza que hubiera asustado a familias menos decididas y las hubiera hecho quedarse en casa, pero en La Madriguera o se reunían todos o aquello no sería una verdadera fiesta de navidad, así que nadie podía quedarse atrás y nadie se amedrentaba ante la perspectiva de quedar enterrados bajo metros y metros de nieve.

Molly llevaba cocinando la cena de Nochebuena desde el mediodía y a medida que se iban apareciendo uno a uno los invitados podían oler a lo lejos el maravilloso aroma de las patatas asadas de aquella maravillosa mujer que tanto los mimaba a todos. Primero llegaron Bill y Fleur acompañados de Victoire, que cada día se parecía más a su madre, habiendo dejado un poco de lado los genes Weasley, cosa que por supuesto seguía alterando a Molly más de lo que estaba dispuesta a admitir, pero al fin y al cabo amaba a su nieta y aquello no era su culpa, por mucho que su nuera le pusiera de los nervios.

A los pocos segundos estaban apareciendo Harry y Ginny unos metros más allá, también con sus respectivos hijos. James estaba tan alto que casi le sacaba una cabeza a su padre, y Albus también parecía ir por el mismo camino, adoptando ese cuerpo delgado y lánguido de adolescente paliducho. Lily, la menor de los tres, era clavadita a su madre tanto en carácter como en aspecto para alegría de su abuela, y aunque aún era pequeña parecía más espabilada que sus hermanos en su cuarto año en Hogwarts.

Charlie y Percy ya estaban dentro con sus respectivas esposas y hablando con su padre y poco después apareció George de la mano de su último ligue, un chico estadounidense moreno y pequeñito que no paraba de reírse de sus chistes. A ese paso, solo faltaban por llegar Ron y Hermione, y era raro que no estuvieran ya allí pues Hermione era muy conocida por su puntualidad y porque odiaba llegar tarde. Cuando todos estuvieron dentro, Molly Weasley empezó a preocuparse. El reloj marcaba que ya era hora de ir sirviendo la cena pero no podía empezar sin su hijo, no se lo perdonaría a sí misma, así que dejó que todos se fueran acomodando y charlando amigablemente.

Ella, sin embargo, no podía dejar de preocuparse y mirar por la ventana hasta que escuchó un sonido que la sorprendió, una especie de motor. ¿Eran muggles? ¿Por esa zona? ¿acaso se habrían perdido? Cual fue su sorpresa al ver que aquel aparato rojo se detenía cerca de su puerta y de él salían una Hermione con pinta de enfado, un Ron irritado y dos niños que miraban a sus padres algo aburridos, ya acostumbrados a sus peleas.

Arthur se acercó a la ventana ante su confusión y al ver el coche salió sin más preámbulo de la casa, emocionado como era de esperarse a saludar a su hijo y sobre todo a maravillarse con el invento muggle.

—¡Oh, Hermione, querida! ¿Qué traes ahí? ¿Es eso que los muggles llaman "vinículos"?

—Vehículo, Arthur —lo corrigió la chica, cambiando su expresión de fastidio a una de alegría y yendo a abrazar a su suegro con cariño.

—Oh, sí, y a mí nada, ¿no? —se quejó Ron cruzándose de brazos y mirando hacia su madre, que se había acercado preocupada a ellos.

—Ronald, Hermione, querida, ¿por qué habéis venido en ese extraño aparato? —preguntó pasándole a su hijo cariñosamente un brazo por encima en un medio abrazo aunque sin dejar de mirar nerviosa al coche.

—Hermione ha decidido que la noche de Nochebuena era la mejor para enseñar a nuestros hijos "costumbres muggles" y nos ha traído hasta aquí en ese cachivache en el que casi nos matamos.

—Cállate, Ronald, lo he llevado perfectamente. —rebatió su esposa, saludando luego a su suegra.

Rose y Hugo habían quedado un poco apartados ante tanta pelea, pero tan pronto como su abuelo, que ya había terminado de admirar el "vinículo" se acercó a ellos saltaron a darle un abrazo. Ambos eran tan pelirrojos como cualquier Weasley e igual de pecosos, aunque habían heredado los ojos marrones de su madre y su pelo difícil de domar, sobre todo Rose, que poseía unos rizos de fuego solían ser el centro de atención, tanto para bien como para mal.

La familia es lo primeroWhere stories live. Discover now