Capítulo 5: La bruja y sus corderos

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De repente, frente a la cueva aparecieron unos niños, de aproximadamente ocho y once años de edad. El varón tenía el cabello rojizo y la niña castaño oscuro, largo y ondulado; ambos tenían los ojos plateados. El niño llevaba una chamarra café abierta que dejaba a la vista una playera negra, y unos pantalones marrones. La chiquilla, un vestido blanco con encajes y la misma chamarra. Llevaba una canasta en sus manitas.

El niño miró al ensangrentado Blayd, y después hacia el interior de la cueva. Donde se topó con el cuerpo de Heather, tumbado en el frío suelo y posteriormente pregunto:

—¿Desean ir con lady Labrot?—recibiendo un codazo de su acompañante.

—Sí—respondió Blayd desmesuradamente y Ally lo miró con desconfianza.

—Podemos llevarlos si quieren—ofreció el niño, recibiendo otro codazo más fuerte.

Blayd fue el primero en acercarles, pero Ally desconfiaba bastante de ellos. Unos niños que aparecen de la nada en medio de la selva, y cuando todo un escuadrón estaba detrás de ellos, no le daba mucha confianza.

Ally ayudó a llevar a la inconsciente Heather, quien ardía en fiebre y había perdido el conocimiento debido a la decaída provocada por el veneno. Ally se colocó un brazo de Heather sobre los hombros. Mientras que, Blayd caminó por su cuenta, bloqueando con su playera las heridas sangrientas.

Caminaban por la selva, ocultándose entre la flora, siguiendo a los niños por detrás.

—¿Cómo supiste que podrían ayudarnos?—preguntó Ally en voz baja.

—Por sus ojos—respondió Blayd en el mismo volumen de voz.

—¿Sus ojos?

—Sí. Verás, es la manera más fácil para identificar a un brujo. Solo tienes que fijarte en sus ojos, digamos que los brujos tienen unos ojos bastantes peculiares. Es algo genético o algo así. Un buen ejemplo son esos dos—señaló a los niños.

Ally se quedó pensativa un rato. Lo que decía Blayd era cierto, pues Heather tenía los ojos turquesa, y los pequeños, plateados. Lo que la llevó a una conclusión:

—Espera, entonces... ¡Blais es brujo!—gritó pasmada. Los niños se voltearon un momento para ver de dónde venía tanto escándalo.

—¡¿Qué?! Por supuesto que no. Y baja un poco la voz, que aún podrían encontrarnos—Blayd recorrió el lugar con su mirada—. Supongo que hay excepciones... O tal vez sea verdad... Como sea, no lo sé.

Ally puso los ojos en blanco ante la poca ayuda que le ofreció Blayd.

Después de caminar por un buen rato. Blayd comenzó a agotarse, pues la pérdida de sangre lo estaba debilitando. Intento disimularlo, pero Ally pudo darse cuenta.

—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?—le preguntó.

—¿Ah?... sí, por supuesto que sí.

—¿Seguro?—insistió.

—Sí, no te preocupes—dijo Blayd, con esa típica sonrisa amable y esa mirada de niño inocente. En un intento por cambiar de tema pregunto:

—Oye pequeña, ¿Qué llevas ahí?—señaló con su dedo índice (que por cierto tenía una larga y profunda cicatriz).

—Una rana muerta—respondió ella sin importancia.

—Oh...—articuló Blayd sorprendido. Le daba repulsión y a la vez algo de miedo por las intenciones que podía tener la pequeña con el pobre animal. Después, se acercó a Ally y le susurró:

—Lleva una rana muerta—volvió a señalar la canasta, pero esta vez con más discreción.

—Sí, lo escuché—musitó Ally.

Tierra Escondida I: Más allá de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora