Mientras mi cuerpo aún yacía allí en el suelo adoquinado, sentí algo muy peculiar, algo nuevo, distinto, no era una sensación agradable, pero tampoco era tan mala. Recuerdo que lo último que vi antes de que todo se volviese negro, fue el bello rostro de mi dulce Cristina. Lo estaba observando con devoción, y pensaba, qué hermosa imagen es esta para morir, la mejor que cualquier ser sobre esta tierra podría tener. Es ahora que lo comprendo todo, esa cara tan perfecta fue lo último que vi en el mundo de los vivos, yo ya no tenía vida, estaba muerto. Esa sensación tan extraña que sentía era simplemente la transición de la vida a la muerte. Cuando abrí los ojos volví a ver los de Cristina, ella me miraba con una expresión indescifrable, no sé si era pena, alivio, odio, aún después de tanto tiempo no logró saber con qué sentimiento me miraba esa tarde. Al tiempo que ella veía un cuerpo tendido en el piso, así sin más, yo experimentaba un efecto particular del deceso, de repente me sentía liviano, mi cuerpo tenía una ligereza que jamás había sentido antes. Sin embargo, no sentía paz, estaba atormentado de ver como los ojos de mi Cristina estaban tan llenos de vida mientras los míos habían perdido toda la luz, aún no entiendo como no me di cuenta antes de que ella había recuperado la vista, sus pupilas se veían diferentes, el iris le brillaba y el color era de un verde más claro. Fui un tonto al no notar que ella ya tenía luz en la mirada, aunque ahora que lo pienso, de qué me vale atormentarme por ese despiste, mi mirada era la que ahora permanecía apagada.
Me logré levantar del suelo, no sé si floté o caminé, pero sin duda no se sentía nada parecido a cuando estaba vivo. Vi como a Cristina se la llevaron hacia la entrada de la casa, mi primer instinto fue seguirla, pero algo me hizo detenerme, era la llamada de mi cuerpo inerte tumbado en los adoquines. Lo miré, y estoy seguro que hubiera regresado a él si supiera que allí iba a recuperar la vida, pero como estaba claro en que eso no iba a pasar, di media vuelta y en silencio le dije adiós a lo que un día fui y ya no era más. Entonces emprendí mi camino hasta las puertas de la hacienda y me preparé para enfrentar mi nueva forma de vida… o muerte dada las circunstancias. Mi Cristina estaba sentada en el sillón grande de la sala acompañada por el padre Moisés y el comandante Muñoz, ambos le hablaban acerca de que mi muerte en cierta forma era un alivio para ella y que ahora podía estar en paz. Me sentí enojado de inmediato, me dio rabia con ellos, hablaban mal de mí, no tanto el padre porque supongo que su vocación de sacerdote no se lo permitía, pero Muñoz decía barbaridades sobre lo mal hombre que fui y el daño que hice. No quería seguir escuchando todo eso, pero tampoco quería alejarme de Cristina, algo me atraía hacia ella, quería verla, quería sentir su presencia, escuchar su voz, ver sus ojos. Yo sé que quise matarla, sé que al final le hice mucho daño, en realidad toda mi ya inexistente vida me dediqué a hacerla sufrir, pero la amé demasiado, la amé hasta el último aliento, hasta el último suspiro, y ahora que ya no respiro, sigo amándola con todas la fuerzas que mi forma fantasmal me permite. Recuerdo que ella me dijo minutos antes de morir que yo nunca supe amar, que siempre quise comprar el cariño y no ganarlo, tenía razón, yo jamás supe demostrar mis sentimientos, le hice la vida un infierno, y ahora soy yo el que vivirá por siempre esta condena. Siempre creí en lo que decía la gente de que el infierno es un lugar bajo la tierra donde ardes en llamas y te consume el llameante fuego, pero ya no estoy seguro de eso, creo que el infierno es deambular sin vida viendo como la persona, la única que llegaste amar, está en un mundo muy distinto al tuyo sin posibilidad de unión. Y el diablo no es más que tu propia conciencia espectral que te recuerda a cada segundo que ya perdiste lo que un día soñaste que fuera tuyo.
Esa noche, luego merodear por la hacienda viendo todo desde otra perspectiva, subí al cuarto de Cristina, no había otra cosa que quisiera hacer que verla a ella, que pasar tiempo a su lado y observarla por horas, así los segundos y los minutos no se diferenciaran para mí. No me interesaba nada más, ni siquiera la maldita Raquela que fue quien me quitó la vida, ella tendría su propio infierno en la cárcel, ya yo había desgastado demasiada existencia en ella y en otros seres que no le llegaban ni a los talones a mi Cristina, no iba a desperdiciar también mi muerte en eso cuando podía pasar mi sentencia observando al ángel más bello del mundo de los que estaban vivos. La vi recostarse en su cama luego de cambiarse a su ropa de dormir, estaba en silencio y su mirada se perdía en el horizonte, por un momento pensé que como siempre, estaba ciega, sin embargo, sabía que no era así. Aún recuerdo su mirada posarse sobre la mía poco antes de morir, ese momento en el que me dijo que podía ver fue único, sus ojos me miraban furiosos, el contacto con los míos era intenso, como si quisiera atravesarme, y aún cargados de odio eran los ojos más hermosos que haya visto. Me quedé esa madrugada mirándola largo rato desde una esquina, ella no durmió demasiado, por ratos despertaba inquieta y volvía a recostarse tan solo para dar un par de vueltas sin poder pegar los ojos. En una de esas se paró de la cama, fue al baño y luego regresó y se sentó en el borde del colchón, se veía tensa, como si sintiera algo extraño, pero no parecía notar mi presencia, entonces me di cuenta de que no mucho había cambiado ahora que me encontraba muerto, Cristina realmente nunca notó mi cercanía, para ella siempre fui un tormento que le desgració la vida de principio a fin. Ojalá hubiera podido ver más allá, aunque después de todo yo sé que fue mi culpa que no lo haya hecho, jamás le di un buen motivo para voltear a verme.
La mañana llegó, ella hizo su rutina de preparación como lo debía hacer cada amanecer, disfruté viéndola bañarse y luego untarse crema en cada rincón. Recuerdo que estando en vida sólo una vez o dos me atreví a entrar a su cuarto para ver como sus manos se paseaban por su piel, ahora ya no siento lo que sentía entonces, supongo que porque ya no soy un cuerpo, sino un espíritu, pero mis pensamientos son los mismos de antes… cuánto quisiera tocarla, pero no puedo, ni siquiera me atrevo a acercarme demasiado. Sigo sin entender como funciona esta manera de existencia, aún no sé bien qué puedo y no puedo hacer, así que por ahora sólo disfruto observando la belleza del rostro de mi Cristina, mía y de nadie más. La miré a través del espejo mientras se observaba para ponerse el maquillaje, ella estaba tranquila, la inquietud de la noche había quedado atrás, no parecía tener miedo y su rostro se veía en paz. Me dolió pensar que esa paz era por mi muerte; ese día creo que me enterrarían, algo escuché decir a doña Consuelo, según supe no tuve velorio, pero es que quién iba a querer velar a un hombre maldito como yo, solamente me tiraron a un hoyo donde los gusanos comerían mi cuerpo y mi piel se pudriría con el paso de los días, los meses y los años. Mientras tanto mi alma seguía rondando, mi conciencia de fantasma seguiría atormentándose al ver que rápidamente todos comenzarían a olvidarse de mi antigua existencia. A partir de ese día, el día después de mi fallecimiento, me convertí en la sombra de Cristina, de mi Cristina, la seguí a todas partes, desde la mañana hasta la noche, de un rincón hacia el otro… todo por verla aunque no fuese visto.
Varios días pasaron, estaban planeando una boda en la hacienda, la de María del Carmen con Carlos Manuel, mientras todos hacían sus cosas yo no le perdía el paso a Cristina, siempre estaba detrás de ella, en una esquina siempre velándola. De a poco empecé a notar que ella sentía algo extraño, se veía nerviosa a veces, miraba en dirección a mí aunque no viese nada, se miraba al espejo con algo de nervios, en las noches se cubría con su cobija de pies a cabeza, tenía miedo, yo le estaba infundiendo ese miedo. Esa no era mi intención, yo no quiero asustarla, sólo quiero verla, empecé a tratar de darle su espacio, la vigilo desde lejos para que pueda estar tranquila, no la quiero angustiada, la quiero en calma, su rostro se ve más bello así. Conforme el tiempo fue pasando me di cuenta que puedo mover algunas cosas, intentándolo hice caer uno que otro objeto al suelo, más de una empleada de la casa se asustó, pero nadie dijo nada.
Esa mañana mi Cristina se estaba arreglando para la boda de su hija, se veía perfecta con ese vestido azul. Algo pasó que me hizo rabiar, la vi besar la foto agrandada del infeliz de Diego Hernández, le decía que lo amaba, que estaba feliz de que su niña se casara. No lo pude evitar, las ganas fueron más fuertes que yo, cuando ella soltó el portarretratos en un buró cerca de la ventana, hice que cayera al piso. Cristina volteó asustada, miró a todas partes y no pareció ver nada, tomó la foto con el cristal astillado en sus manos y lo volvió a colocar en la mesa, cerró la ventana apurada, achacándoselo todo al viento que entraba desde afuera, pero en el fondo pude ver en su mirada que ella sabía que la brisa no había sido la causante de ese suceso. La bendita boda se llevó a cabo, mi mujer estuvo todo el día del brazo de Hernán Muñoz, ese maldito infeliz la estaba rondando, no podía permitirlo, esa noche cuando la dejó en la entrada de la casa y le besó sugestivamente la mejilla, yo ardí de furia e hice caer un par de cosas en la sala. Ellos se alarmaron, se preguntaron el uno al otro qué era lo que había pasado, ninguno logró dar una respuesta concreta, pero se veían asustados, yo los miraba desde el pie de las escaleras con mucho coraje. No sé cómo es que logro sentir todas esas emociones estando muerto, pero lo hago y son insoportables, porque cada vez que tengo rabia, tengo la impetuosa necesidad de hacer mover las cosas y lanzarlas con fuerza a donde sea.
Conforme los días se iban yendo, los rumores de un fantasma en la hacienda El Platanal se intensificaban, ya yo no podía controlarme, movía objetos, tumbaba cosas, hacía revolotear las cortinas a media noche con todo y ventanas cerradas. Estaba enfurecido, ella, mi dulce Cristina, seguía saliendo con el comandante ese, aparentemente eran sólo amigos, pero no me gustaba la cercanía que tenían, la quería a ella solamente para mí, aunque yo no pudiera ofrecerle nada, ni siquiera un aliento de vida. Los trabajadores de la casa se habían encargado de regar la voz en el pueblo acerca de los sucesos extraños, muchos mencionaron mi nombre, hasta el padre Moisés fue a la casa para bendecirla y librarla de cualquier cosa mala que pudiese haber, mi Cristina decía —Yo no creo en esas cosas. —sin embargo, la manera en la que se cubría con las sabanas en las noches, me hacía pensar lo contrario. Yo la velaba cada una de esas noches, algunas ella lograba dormir y otras no, pero jamás dijo nada al respecto, ni siquiera a su madre, a todos les hacía creer que estaba tranquila, aunque en el fondo el miedo estuviera allí escondido. Nunca sentí que pudiera verme, creo que era la presencia lo que la asustaba un poco, pero a medida que el tiempo pasaba, ella también iba dejando eso a un lado. Los empleados, la gente del pueblo, todos, ya habían dejado de hablar del supuesto fantasma, así que ella igual lo hizo. Yo aprendí a controlarme un poco, no quería que ningún cura, exorcista, o cualquiera de esas personas raras lograra sacarme de la casa, quería seguir cerca de Cristina eternamente. A pesar de que poco a poco lograba controlar mis impulsos fantasmales, un día no pude contenerme, hice que las llantas de la camioneta de Hernán se vaciaran a medio camino y así no pudiera llegar a ver a Cristina, otro día estuve en su casa, esa tarde le provoqué que rompiera un vaso y se le cortara un poco la mano, quise molestarlo por sentir el derecho de estar con mi mujer, y no iba a quedarme con las ganas.
Pasó un año entero, el padre Moisés vino varias veces a bendecir la hacienda porque escuchó que aún uno que otro trabajador comentaba de cosas raras que pasaban, incluso trajo a un sacerdote de otra parroquia experto en temas paranormales, no lograron nada ninguno de los dos, y me alegro. Con el tiempo mi presencia allí se hizo más callada pero diez veces más intensa, ya era seguro que nadie iba a lograr sacarme de ahí jamás. Tarde o temprano se cansarían de fastidiar y así yo iba a lograr ser completamente feliz con mi Cristina. Me encantaba pasar tiempo con ella, desde mi muerte no me le había despegado, ella ya no parecía notar nada , se veía tranquila y no se ponía nerviosa cuando me tenía cerca. Eso sí, seguía saliendo con el comandante, pero sólo eran amigos, y eso me tenía muy contento. Una tarde me quedé con ella y con Manuel Federico, mi hijo aunque no lo hubiese reconocido, Cristina se había ofrecido a cuidarlo ese día mientras Carlos Manuel y María del Carmen salían. Me senté con ellos en el patio, el niño corría y mi bello ángel de cabello negro corría tras él con una enorme sonrisa en sus labios, se veía tan bella, su risa era una melodía tan placentera, hasta para mí que era un ser sin vida. Más tarde me quedé cerca de los dos mientras comían, yo también fingí ser parte de la pequeña reunión, allí estábamos los tres felices y creando la imagen de una familia bastante retorcida, dos vivos y un muerto. En mi oscura y extraña existencia yo era feliz, por fin podía pasar día tras día, segundo tras segundo junto a ella sin ser rechazado, lo único triste es que tuve que morir para conseguir eso. Me puse a pensar luego de aquel momento en que ya de nada valía lamentarme por los sueños que nunca cumplí, total, para qué sirven los sueños después de la muerte.
Ha pasado un año más, dos, cinco, seis, diez… ya no sé. Lo único que sé es que llevo mucho tiempo aquí existiendo de manera tan diferente. Mi Cristina nunca se casó, no sé por qué, me consta que pretendientes no le han faltado, incluyendo al comandante Muñoz con el que en un tiempo creí que tenía algo pero que al final no funcionó. No voy a engañar a nadie, me alegro que siga sola, soy un egoísta, eso lo sé, siempre lo he sido, pero es que no la quiero compartir, nunca la he querido compartir. Ella ya se olvidó por completo de mí, en la hacienda ni por equivocación se ha vuelto a mencionar mi nombre, todos me olvidaron, sin embargo, yo sigo aquí, como a cada noche velando el sueño de Cristina en silencio, desde una esquina que ha sido mi refugio por años, todos los días voy con ella a donde quiera que se mueve, eso lo disfruto, pero en el fondo me siento solo. A veces he sentido el deseo de hacer algo para que ella me acompañe en el mundo de los muertos, pero no quiero perderla, y es que dicen que cuando las almas son buenas y descansan en paz, se elevan al cielo y no se quedan paseando por ahí como yo, eso lo oí de la boca de alguien cuando hace un par de años murió el abuelo de José María. A él jamás lo he visto, tampoco a ninguno de los seres buenos, y Cristina es un ángel del cielo, si se muere, se iría hasta allá en lo alto y nunca la volvería a ver, eso me aterra. Recuerdo que hace como un año enfermó, le dio tos fuerte y fiebre, yo estuve todo el día y toda la noche lleno de miedo, sentía que se me iba, que la perdía ahora sí para siempre. Afortunadamente eso no pasó a mayores, su sonrisa sigue iluminando mi presencia sin vida. No sé qué pasará cuando ella se vaya, me quedaré por la eternidad merodeando en esta hacienda supongo, gritando por ella, llamándola, pidiendo a sollozos callados que regrese a mí. Por ahora no me queda más que seguir en este rincón mirándola como cada día por tantos años, sufriendo por no tener un contacto real con su piel. Con el tiempo me atreví a acercarme más y más a ella pero por alguna razón no me atrevo a tocarla, tengo miedo de hacerlo, además no sé qué pasaría, de seguro mi espíritu atravesaría su piel y se perdería en la nada, por eso mejor no intentarlo.
Yo no tengo noción del tiempo, no sé cuantos días exactamente pasan, pero sé que pasan porque veo y disfruto del sueño de mi Cristina cada noche. Una mañana después de mucho pensarlo por fin decidí que me acercaría a ella para tocarla, siento curiosidad y tengo que hacerlo. La vi abrir la puerta del baño, me acerqué como nunca a su cuerpo, pero todavía ni hacía por rozarla, ella se detuvo allí en su bata de seda y se quedó inmóvil por varios segundos, sus ojos estaban fijos en la ventana al otro lado de la habitación. Estaba tensa, podía notarlo, fue entonces que llevé mi mano a la suya y efectivamente mis dedos se perdieron en su piel y traspasaron de ella, Cristina tembló, todo su cuerpo se sacudió y de su boca salió un pequeño sonido de… miedo quizás. Yo me alejé rápidamente y desde una esquina me quedé mirándola, ella miró a la dirección en donde antes estuve parado, su expresión era la misma de hace años cuando morí, algo indescifrable. En medio de tanto silencio mi Cristina pronunció unas palabras, unas que yo llevaba años ansiando escuchar. Su voz tirito pero yo entendí lo que dijo con claridad. —Sé que estás ahí. —acto seguido caminó hasta el tocador y se miró al espejo sin decir más.
Nunca sabré si me vio, si lo dijo por decirlo o si sólo me sintió, no tengo forma de averiguarlo, jamás podré descubrir lo que había oculto detrás de sus palabras, no me queda más que seguir aquí infinitamente, y mientras Cristina siga con vida yo seguiré muy cerca. Es irónico ahora que lo pienso, yo dediqué mi existencia entera a ella, de la peor manera claro, pero aún así le dediqué mi vida, y ahora, le dedico también mi muerte.FIN. ♥
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Sigo Aquí
Fanfiction¿Qué pasa después de la muerte? ¿Realmente hay descanso para los que no supieron vivir? Un relato diferente del final de la telenovela Abrazame Muy Fuerte. Historia corta, capítulo único. ♥