Café en una mano, tabaco en la otra, su rostro mostraba una tranquilidad inmensa, como si todos sus problemas se hubieran esfumado, no más tristeza, no más intranquilidad, no más dolor.
Víctima de su euforia, el éxtasis, dominado por la ira y la desesperación del miedo, sobre todo del miedo, miedo a no tener otra salida, miedo a que no comprendan sus motivos, el miedo que a todos nos ha llegado a dominar, todos hemos sentido miedo, pero ni uno igual, no, ni uno semejante al miedo que un chico solo y cutre puede llegar a sentir...
Así que volteo, ahí seguía en el suelo, con el rostro totalmente deformado en un charco de sangre, esta, proveniente de las múltiples heridas de su abdomen, ahí yacía el hombre que le había dado la vida, el mismo hombre que le quito su infancia.