Un secreto al fin develado

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Con un movimiento rápido aunque suave cerró la cortina, sumiendo la habitación en una profunda oscuridad durante el breve lapso que le tomó dirigirse a la puerta y encender la luz.

-¿Puedo ofrecerte algo? –inquirió-. A pesar del calor suelo tomar mate alrededor de esta hora. Podés acompañarme, si así lo deseás. En caso contrario, puedo ofrecerte algo de vino, jugo, agua o gaseosa.

El verano había hecho gala de presencia ese año, volviéndolo excepcionalmente cálido y húmedo. Además como si eso no fuera suficiente, parecía no tener fin. Febrero estaba casi terminado y no había aún un solo día en que la temperatura fuera inferior a los 30º C. Curiosamente, ese día era especial: a pesar de que la tarde aún no llegaba a su fin, el sol parecía estar jugando a las escondidas y las nubes cual madres protectoras se empeñaban en mantenerlo oculto; por lo que el calor no se hacía sentir. Los meteorólogos lo interpretaban como un anticipo del otoño y yo quería creerles. Sin embargo, reflexionándolo hoy he de admitir que fue más bien una señal. El Febo sabía exactamente qué ocurriría y no tenía un mínimo atisbo de interés en verlo, prefería ahorrarse el dolor.

-Te acompañaré con gusto –respondí-. El día de hoy parece ser particularmente fresco e, igualmente, también suelo tomar mate a diario.

En cuestión de un minuto, o quizás solo fueran segundos, aquel hombre ya en plena senectud preparó el mate de la forma en que sólo alguien de su edad y con toda su vida de experiencia podría hacerlo.

Una vez oí que los objetos se parecen a sus dueños y han sido muchos los casos en que lo he juzgado cierto, mas nunca tanto como ese día. La casa, las cortinas cerradas, la luz tenue que emitía el foco sobre nuestras cabezas, los rústicos sillones y, ahora, hasta el mate de calabaza con costuras que parecían formar un rostro con expresión sombría y una yerba que sorprendía de tan opaca y oscura que era. Se parecía tanto a él que me es imposible describirlo. Tan melancólico, metódico y rigurosamente exacto que parecía producido por un extravagante artesano detallista. Vestía un sobrio y elegante traje con corbata que no mostraba jamás ni un atisbo de desaliño aunque emanara tristeza y nostalgia.

Cebándolo con maestría primero de un costado acumulando, así del otro, yerba seca para ir agregando a medida que avanzaran las rondas; no tardó mucho en dirigir la conversación hacia el tema relevante.

-No solís venir a verme muy seguido. –dijo mientras me entregaba un cimarrón-. No me malinterpretes, sabés que mis puertas están siempre abiertas para vos. No obstante, he de asumir que debo el honor de tu visita a algún motivo especial. ¿Te parece tratarlo ahora?

-Claro, iremos al grano si te parece bien –respondí-. Hace no más de una semana me enteré que te jubilás y, a pesar del quebranto que me genera tal noticia, admito que tengo interés en reemplazarte.

-¿Eso andan diciendo? ¡Bah! Pura superchería. Yo no me jubilo, me jubilan. Ese sátrapa del rector me ha querido fuera desde que asumió la función tras la defunción de su predecesor.

-¿En serio? Eso no lo esperaba. Incluso sabiendo que su relación no era de las mejores, nunca supuse que podría llegar a tal punto. ¿Cómo justifica deshacerse del mejor profesor de Literatura y director del departamento que ha tenido la universidad en décadas?

-Acusa a mis clases de ser "demasiado ortodoxas" y asegura que es imperante mi pase a retiro para dar lugar a las nuevas generaciones. Sin embargo, todo eso es mentira. Se debe a problemas personales conmigo.

Un incómodo silencio colmó la casa y, pudiéndome concentrar en la bebida por un momento, creí sentir el inconfundible aroma del cedrón entre la yerba.

-De todos modos –prosiguió la conversación-, no sé por qué venís a verme. Si querés mi puesto deberías hablar con él, ya lo sabés.

-Por supuesto. Espero no ofenderte, pero ya lo he hecho. Por alguna extraña razón, empero, su respuesta fue que ni siquiera pensaría en contratarme si no llevaba una carta de recomendación tuya.

Atuel 910Where stories live. Discover now