La historia de Micky

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Me llamo Micky y deseo contaros mi historia. Es una historia como otra cualquiera, con sus desgracias y penas pero también con sus alegrías y momentos felices. No recuerdo a mis padres, quizás nunca los tuve pero eso nunca me importó, la familia que me adoptó me colmó de todo lo que podía necesitar y más aún.

Los Tenenbum, que era el nombre de mi familia adoptiva, se podía denominar de particular para alguien que los observara de lejos, pero para mí eran lo único verdaderamente auténtico que había conocido; la conformaban Peter, su esposa Mary, y sus hijas Madeleine y Rose.

 Mi primer recuerdo de los Tenenbum y puede que el primer recuerdo de toda mi existencia, eran las manitas frías de Madeleine, su voz fina y suave mientras tarareaba una canción angelical con letra que sólo ella conocía, y su tersa piel blanca de porcelana mientras me ofrecía sin yo pedirlo un abrazo infinito.

Madeleine era una niña dulce pero a la vez traviesa y juguetona, muy juguetona diría yo, y se de lo que hablo; nos llevábamos todo el día jugando a las casitas de muñecas, me enseñaba a vestirlas, a peinarlas y a acicalarlas; luego, sin saber una razón medianamente coherente, le movía el impulso de desvestirlas y volverlas a vestir aunque esta vez con ropas de noche aún siendo a media mañana, yo no entendía muy bien este comportamiento pero por el simple hecho de encontrarme a su lado y compartir con ella esos juegos me sentía feliz.

Yo, por mi forma de ser era callado, nunca se escuchaba mi voz, ya fuera por mi timidez o porque me daba pereza intentarlo. He hablado de pereza y no me duele en prendas reconocerlo, soy perezoso por naturaleza y seguía a raja tabla la regla de oro de la física, cuando un objeto está en movimiento tiende a estar en movimiento pero cuando un objeto está parado para que se mueva debe ejercerse una fuerza sobre él, quiere decirse que allí donde me encontraba allí era donde me quedaba y sólo cambiaba de lugar si algún habitante de la casa tenía a bien trasladarme a otro sitio. Esto, que en apariencia era un defecto, yo lo convertí en mi virtud pues me ofrecía la capacidad de observar todo lo que ocurría y de escuchar todo lo que se decía.

En cierta ocasión, no podría olvidarlo jamás, mi instinto me ofrecía señales claras de que algo no iba bien, yo me encontraba encima de la cama mientras Madeleine se disponía a jugar con unas cerillas en el otro extremo de la estancia, quería decirle que eso estaba mal, quería explicarle que era peligroso, quería gritarle y que me entendiera pero en cambio no hice nada, únicamente me dediqué a observarla. Vi entonces como se fueron sucediendo los acontecimientos sin posibilidad de intervenir, lo que nadie hubiese querido desgraciadamente sucedió, una de las cerillas encendidas se le resbaló sin querer de sus manitas delicadas con tan mala suerte de ir a parar sin control hacia una de las cortinas. Os podéis imaginar la escena, la habitación en pocos minutos prendió y parecía todo un horno en llamas, Madeleine llorando y gritando y yo haciendo de tripas corazón aunque en mi interior iba sintiendo poco a poco el escozor del miedo desgarrando mi cuerpecito. No duró más de cinco minutos, que me parecieron eternos, hasta que Peter abrió la puerta y con gran determinación vació del todo el extintor contra las llamas intensas e sobrecogedoras; el lugar quedó ennegrecido y algunos muebles calcinados, las cortinas se convirtieron en una tela quemada irreconocible y, aparte de un olor insoportable, no hubo nada más que lamentar, yo estaba intacto y Madeleine también aunque el susto no habría nadie que nos lo quitara; Ni que decir tiene que Madeleine nunca más jugó con cerillas, ni siquiera, os puedo asegurar, se acercaba a la cocina mientras su madre Mary o su padre Peter preparaban uno de sus famosos platos culinarios, fue un trauma para ella del que no se desprendió jamás, o simplemente era su excusa perfecta para dejar esa tarea tediosa y poco agradecida a otras personas.

Como lo bueno no dura siempre, Madeleine fue creciendo y decidió que ya era lo suficientemente mayor como para dejar de jugar conmigo, se dedicaba todo el santo día a estudiar encerrada en su habitación cual monja de clausura, y en los únicos momentos de ocio aposentaba su esbelto cuerpo en el sofá justo enfrente de un aparato cuadrado, mágico y misterioso, que una tarde trajo Peter por sorpresa a la casa con gran entusiasmo para todos excepto para mí; nadie quería jugar conmigo desde entonces y ya únicamente se dedicaban a mirar lo que de aquella caja mágica salía, se encendía y todos en silencio. No se explicar muy bien como sucedió pero los integrantes del clan Tenembum estaban hipnotizados con esa caja diabólica, en el almuerzo dirigían la mesa en un ángulo perfecto para verla, y en la cena sucedía otro tanto de lo mismo; Peter, que era un parlanchín empedernido, al llegar a casa ya no hablaba de lo que le había sucedido en el trabajo o de cualquier otra historia interesante de las suyas que a mi tanto me gustaban; Mary, por su parte, gran amante del chismorreo vecinal y que transmitía con su particular forma de contarlo, día sí y día también, a la hora de comer, ahora únicamente se dedicaba a mirar como embobada lo que acontecía en la pantalla en seriales con marcado acento latino de protagonistas con nombres largos y extrañísimos, aunque lo peor era comprobar que tanto Madeleine como Rose ya no querían pasar tiempo conmigo, simplemente me ignoraban como si ya no existiese. 

Tengo que reconocer que Rose nunca fue una niña a la que le gustara jugar con su hermana o conmigo, la mayoría de las veces lo hacía sola, su pasatiempo favorito era pintar sus cosas en un papel con su estuche de colores. Yo, si estaba cerca, jugaba a interpretar aquellos trazos inconexos y sin sentido, — eso podía ser un coche o aquello otro era de seguro el fiel reflejo de un jardín de hermosas flores, me dedicaba a pensar—, pero desde que el aparatejo dichoso entró por sorpresa en nuestras vidas ya nada fue como antes, y os aseguro que nunca fue mi intención pasar por el aro y hacer como borrego lo que todos hacían, esa caja era mi enemigo y como tal no podía plegarme a sus influjos, pero que podía hacer si no; al principio directamente miraba con motivo de reproche para otro lado, en otras ocasiones lo hacía con un sólo ojo con cierta curiosidad sin que se notara mucho y, finalmente, ya sin cortarme un pelo y sin importarme el que dirán, acabé por  rendirme por completo, debo hasta reconocer que me aficioné a cierta serie que trataba sobre una familia y un vecino pesado y torpe que no hacía otra cosa que inventarse sin querer trastadas y cortejar, sin éxito, a una de las hijas; me transportaba a momentos felices para no reflexionar en mi actual situación.

Pasé de ser la estrella de la casa a un simple trasto, a un mueble decorativo, los años habían transcurrido pero yo aún me veía reluciente como el primer día, era frustrante la idea de formar parte de los olvidados de la sociedad, de los prescindibles, de los inútiles, aún me quedaba mucho que dar, la ilusión no me faltaba, sólo necesitaba una nueva familia adoptiva y un niño con ganas de pasarlo bien con un osito de peluche esponjoso de grandes orejas y nariz puntiaguda, de ese modo volvería a sentirme yo mismo, volvería a ser de nuevo Micky.

Nota del autor: Me podéis encontrar en facebook https://www.facebook.com/Jacstite; y en twitter @jacstite.

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⏰ Última actualización: Apr 16, 2012 ⏰

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