EL CORAZÓN DE LA DONCELLA- disponible en formato digital kindle edition y tapa blanda en amazon.com amazon.es. amazon.uk,,,,,
CAMILA WINTER
GENERO:ROMÁNTICA MEDIEVAL
ARGUMENTO:
La historia transcurre en Paris, durante los últimos años del reinado de Luis IX llamado el rey piadoso, canonizado mucho después por la Iglesia católica. Hay un fondo histórico real, concreto que procuré recrear, pero nadie debe olvidar que es una novela. La cual comienza con la desaparición misteriosa de una joven cuando se disponía a ir a misa, una mañana de navidad. Es Agnes Boudelle, la hija de un rico orfebre parisino, conocida en la ciudad por su belleza.
¿Qué le ocurrió? ¿Fue raptada, o robada por unos truhanes? A medida que pasan las horas la inquietud aumenta y el alguacil André Fabourg es el encargado de llevar a cabo las pesquisas e interrogar a sus familiares y allegados.
El rapto de Agnes es solo el comienzo de una serie sucesos ligados entre sí.
El corazón de la doncella es una historia de amor ambientada en el Medioevo, con los personajes más típicos de su tiempo: el padre Simon, el matrimonio de orfebres, la bruja Maude, el caballero Arséne y el alguacil André Fabourg entre otro. Hay misterio, suspenso, ambición, filtros mágicos y el amor que triunfa a pesar de las dificultades.
El corazón de la doncella
Camila Winter
Capítulo 1º.
CAPÍTULO PRIMERO –
Ciudad de Paris - Navidad del año de nuestro Señor 1252
Era Navidad, la fiesta más esperada del año y los ciudadanos de Paris se preparaban para reunirse con sus familias y amigos, aunque antes debían asistir a la misa matinal. Todos estaban alegres y confiados, aunque no hacían más que tiritar pues el frío era tan intenso que todos temían que en pocos días comenzara a nevar.
La joven Agnes Boudelle acudió a misa a media mañana; como era habitual, escoltada por cuatro robustos sirvientes. Era una de las jóvenes más bellas de la ciudad, hija de uno de los orfebres más honestos y prósperos.
Sin embargo, ese día el frío intenso la obligaba a cubrir su belleza por completo: el capirote de su capa de fino paño ocultaba la espesa y dorada cabellera y sus ojos color zafiro, inmensos y de mirar cándido, iban clavados en el suelo en actitud piadosa y modesta, mientras su mano sostenía una cruz y murmuraba una oración en silencio.
—Daos prisa por favor —dijo Agnes mirando a sus sirvientes. Debían llegar a misa antes de que se congelaran por el frío. Era navidad y había prometido a sus padres regresar temprano.
Los sirvientes, cubiertos con sus capas de paños, de facciones toscas y armados con dagas, apuraron el paso y la joven se atrevió a mirar a su alrededor como si buscara a alguien. Sus ojos se detuvieron con disgusto en cierto joven osado cuya estampa la inquietaba de sobremanera.
—Es él, otra vez —murmuró para sí y sus borceguíes de cuero se movieron rápidos en la calle de piedra.
Miradas lascivas la veían pasar, ojos que no pensaban en nada sublime ni santo, y que recorrían su figura en busca de ese pecho lleno y generoso y la esbelta cintura, pero sus encantos estaban prudentemente cubiertos con un sobre veste y una larga capa de paño.
Un par de ojos castaños que no se apartaron de la bella de Paris, que así la llamaban en la ciudad, decidió arriesgarse y no solo la siguió con la mirada (llena de creciente deseo) sino que el dueño de esos ojos; que no era otro que Philippe Guillaume hijo de un rico mercader, dio unos pasos y la siguió. Sus ojos tenían un brillo y en sus labios había un gesto de lascivia. Deseaba y amaba a Agnes con igual intensidad, pero entonces no se había detenido a especular sobre el asunto. Pero era verla que no podía evitar seguirla, e intentar algo. Creí que al final ella cedería a sus deseos, aunque todos dijeran que era virtuosa, él se proponía tentarla.
Hacía tiempo que el hijo del rico mercader perseguía a la casta joven, pero esta le ignoraba cuando no le miraba con frialdad o furia. Dicha actitud solo encendía aún más su deseo, que a esa altura era insaciable.
—Oh, feliz navidad tengáis hermosa Agnes — le saludó a su paso.
Agnes le miró sobresaltada, conocía bien a ese pícaro, era el hijo del rico mercader Guillaume, alto, delgado y con ese espeso y brillante cabello castaño cubriéndole el cuello por completo, la mirada oscura tenía malicia y algo más que la joven no llegaba a comprender todavía. Era guapo, o eso decía su amiga Matilde, pero a ella no le agradaba
—Buenos días tengáis, Philippe —se vio obligada a decirle y cuando quiso avanzar le tuvo enfrente, vestido con su rica capa de armiño, y aquella gruesa medalla de oro que todos los miembros de su familia ostentaban con arrogancia.
—¡Apártese Señor! —le dijo uno de sus criados más robustos mientras los otros parecían buscar la daga en su calza.
Pero Philippe no estaba solo, tres amigos de mala vida le acompañaban, esos estudiantes nada aplicados, desalineados y beodos llamados “goliardos”.
—Solo quería conversar con la damisela unas palabras —dijo mientras sus amigos se acercaban despacio.
Agnes intervino haciendo un gesto a sus criados de que conservaran la calma.
—No puedo hablar con vos Philippe Guillaume, tengo prisa.
Sus ojos castaños no se apartaron de los suyos, parecían capaces de embrujarla pero finalmente se rindió y haciendo una larga reverencia la dejó pasar mientras sus amigos palurdos murmuraban algo inaudible. El hijo del mercader la vio partir, alejarse como una visión luminosa y dejó escapar un suspiro. No era el único enamorado de la joven, pero sí el más constante.
—Amigo cofrade, escribiré una canción sobre la bella Agnes Boudelle —le dijo Jean, uno de sus amigos llamando su atención. Era un joven muy alto, levemente encorvado y vestía siempre una larga capa de penitente, aunque no era más que un estudiante desertor de Pádua. Sus ojos amarillos también se deleitaban contemplando a la bella de Paris, enfureciendo a Philippe quien le dio un puntapié y un empujón.
—No os atreváis. Ya os dije que será mía antes de que llegue Pascuas —le advirtió...
—Pero no será vuestra si antes no pedís su mano, amigo cofrade. ¿Y sacrificaréis vuestra soltería a causa de la bella de Paris? —intervino Raoul el cojo. Otra indeseable criatura miembro de la cofradía de jarana: curas errantes, estudiantes desertores y otros personajes formaban parte de la misma. Raoul había estudiado medicina en Salerno, pero luego de una refriega había quedado tuerto regresando a Paris para pasar sus días ayudando a su padre en el taller de herrería.
Philippe Guillaume era tal vez el miembro más afortunado, pues era hijo de un rico mercader, era el líder de la cofradía de la santa jarana.
—Me casaré con la bella Agnes, y vos oficiaréis la ceremonia hermano Paul —exclamó dirigiéndose al cura errante. Este le hizo un guiño y bebió de la bota que llevaba en su capa.
—Hace mucho frío aquí, me iré a la taberna —dijo Raoul refregando sus manos.
Philippe buscó a la bella con la mirada, pero esta se había perdido entre la multitud o tal vez ya había entrado en la Iglesia pues era muy devota. Suspiró y se reunió con sus amigos de jarana. Ese día harían una fiesta especial, era navidad…
Muy pronto Agnes Boudelle se alejó lo suficiente de tan ingrata compañía y entonces pudo frenar el paso. Estaba frente a la Iglesia de Saint Germain de l’auxerrois, un edificio regio donde había muchos fieles apilados en la entrada y no faltaban los vendedores de reliquias, los buhoneros y algunos bandidos esperando la ocasión de robarse alguna bolsa.
Y había un hombre vestido como un monje, con el rostro tonsurado y la mirada astuta y brillante proclamando sus reliquias.
—Escuchad buenas gentes de Paris, traigo aquí un trozo del hábito de Santa Úrsula y un resto del fémur de San Agustín —anunció el vendedor de indulgencias. Sus ojos cafés observaban atentos el movimiento del gentío. Debía atrapar su interés, y algunas monedas de sus togas, era navidad, todos estaban alegres y generosos. Y él debía viajar a Tolosa y atravesar ciudades menos importantes, pero en Paris estaba la gran oportunidad. Con un rey tan piadoso todo lo sagrado tenía un valor especial, aunque su mercancía fuera falsa ¿qué importaba? Ellos creerían lo contrario.
Agnes se detuvo a escuchar al vendedor de reliquias, y se hallaba ensimismada escuchando al pícaro cuando uno de sus criados le advirtió, le dijo algo.
Todo ocurrió demasiado rápido, gritó, pidió ayuda pero todos estaban distraídos esa mañana de navidad. Excepto los mendigos, uno de ellos vio lo que ocurría y gritó pero nadie le prestó atención.
* * *
A media mañana, en la villa de tres plantas del caballo blanco, hogar de los orfebres Boudelle un criado fue a buscar a la joven Agnes a la Iglesia pero no la encontró por ningún lado. Hizo preguntas y aunque la habían visto, la nave estaba llena de gente pero ninguno supo decirle si la joven dama estaba aún en la Iglesia.
Con el correr de las horas, se supo que la joven había desaparecido.
—No puede ser, tal vez fue a casa de su amiga Matilde —dijo su madre mirando nerviosa hacia la calle, esperando que su hija llegara de un momento a otro.
Madeleine Boudelle era una dama alta, delgada y llevaba siempre una toca negra cubriendo el cabello color ceniza. Sus ojos azules tenían un tono desvaído, como si le faltara vitalidad.
Pero Agnes, la bella de Paris, no estaba en casa de su amiga ni de ningún pariente. Y lo más extraño era que los criados que la acompañaban también habían desaparecido.
Al mediodía, cuando todo estaba listo para el almuerzo Madeleine Boudelle abandonó la mesa y le pidió a Anne la beguina que la acompañara a buscarla. Ya no tenía apetito, tuvo una especie de mal augurio al notar la ausencia de su hija a media mañana, pues aunque en ocasiones se demoraba en el mercado, ese día su madre le había pedido que no lo hiciera por dos razones: hacía mucho frío y era navidad.
—La encontraremos en el mercado, madame —dijo Anne la beguina para reconfortar a su señora que estaba muy nerviosa.
De estatura media, gruesa y rolliza, de cabello castaño y ojoso oblicuos en un rostro redondo y bondadoso, hacía años que Anne Margarite la beguina estaba a su servicio y era su fiel confidente, por eso le dijo:
—Ay mi amiga beguina, mucho temo por mi hija. Ella jamás se retrasa, solo una vez hace tiempo...
Ambas mujeres avanzaron con prisa, y eran un cuadro de contraste: la esposa del orfebre era alta y de andar rápido, mientras que la beguina era más baja y rolliza, y sus pequeños pies debían dar saltitos para alcanzar el paso de su ama mientras intentaba reconfortarla.
—Ya aparecerá, cuatro criados la acompañaban. Tal vez fue al mercado. Ya sabéis como son esos buhoneros —decía.
Pero madame Boudelle no se sentía tan optimista, estaba nerviosa y su corazón empezaba a llenarse de malos presagios, algo oprimía su pecho, como si mucho antes que todos ella supiera lo que había ocurrido.
Al llegar a la Iglesia de Saint Germain encontraron una muchedumbre de fieles dispersos, conversando e intercambiando saludos. El padre Simon; su confesor, la saludó brevemente y Madeleine le preguntó si había visto a su hija.
— ¿Agnes? Pero vuestra hija no vino a misa hoy.
Esas palabras hicieron que la dama se llevara la mano al pecho.
—Pero ella salió de casa esta mañana con cuatro criados para asistir a misa —dijo Madeleine mientras palidecía.
Tal vez el padre no la había visto entre tantos fieles, o se había confundido, era un hombre de edad avanzada pensó luego para no desfallecer y recorrió la bóveda en busca de su querida hija pero la nave central estaba casi vacía. Todos deseaban marcharse e ir a la lumbre del fuego del hogar, comer cordero estofado preparado con clavo, canela y jengibre. Pues era navidad.
Abandonaron la Iglesia, Madeleine Boudelle seguida de la beguina pisándole los talones.
—Señora Boudelle, por favor, espere…No puedo seguirla.
No podía, Madeleine estaba nerviosa y caminaba con más prisa de la habitual, asustada pensando que algo muy malo le había ocurrido a su hija.
Llegaron al mercado en el momento en que la Iglesia tocaba las campanadas anunciando la hora sexta. Era el momento en que el sol lograba entibiar un poco, aunque el viento seguía siendo helado, implacable. Allí encontraron menos gente que en la iglesia pero pudieron ver a Marie la esposa del peletero y a otros honrados cristianos que hacían sus compras con sus sirvientes para esa noche.
Interrogados uno a uno, ninguno había visto a la hija de maese Boudelle.
—¡Qué frío hace! —se quejó la beguina frotando sus manos que empezaban a congelarse. —Vamos Señora, aquí no hay nadie. Tal vez cambió de idea y fue a visitar a su amiga Matilde.
Esa nueva posibilidad le dio esperanzas a Madeleine.
Matilde era una amiga de infancia de su hija, vivía en una villa de dos plantas a tres cuadras de allí, junto a sus padres.
— ¡Feliz navidad, oh, qué sorpresa Madeleine!
Pero ella no hacía una visita de mera cortesía, estaba buscando a su hija y cando estos se enteraron de que había desaparecido se persignaron musitando una plegaria.
—OH, pero Agnes no está aquí señora Boudelle —le dijeron.
Miró a la joven, pero esta parecía tan sorprendida como sus padres.
— ¡Qué extraño!—murmuró.
Cansadas y cabizbajas amabas mujeres regresaron a la villa del caballo blanco.
—Ánimo madame, tal vez Agnes ya esté en caso —dijo la beguina.
Pero la joven hija del orfebre estaba desaparecida y a medida que pasaban las horas los pensamientos tristes y macabros inundaban sus mentes sin compasión. Agnes no había regresado, Agnes no estaba por ningún lado y a media tarde avisaron al alguacil.
El alguacil, André Fabourg, un hombre de unos cincuenta años y un rostro ancho severo; como podría serlo un abad, recibió a su amigo el orfebre creyendo que venía a saludarle por la navidad. Eran viejos amigos y le notó preocupado.
El orfebre Adrien Boudelle, corpulento, calvo, y de ojos muy oscuros parecía haber envejecido diez años desde la última vez que lo vio no hacía ni dos semanas.
—¿Adrien, qué ocurre amigo?—le preguntó.
Este se sentó, respiró hondo dijo mirándole a los ojos: —Mi hija, André. Mi pequeña Agnes ha desaparecido esta mañana cuando iba a misa. Nadie la vio ni durante la liturgia ni en la plaza. Hemos buscado en el mercado, nadie sabe nada de mi hija amigo.
—Por favor sentaos Adrien, sentaos y contadme todo.
Así lo hizo, desde el principio. Su hija Agnes había ido como de costumbre a la misa de la hora prima, escoltada por cuatro robustos sirvientes. Pero jamás regresó a su casa, y tal vez tampoco fue a misa, pues el padre Simon no la había visto. Había desaparecido sin dejar rastro, al igual que los criados que la acompañaban.
—Bueno, aún es muy pronto amigo Boudelle para que penséis que le ocurrió algo malo. No debéis inquietaros tanto. Tal vez se detuvo conversando con alguna amiga o parienta.
—Mi hija no hubiera ido a ningún lado sin avisarnos, Fabourg. Vos la conocéis, es una joven sensata. Y es navidad, debía estar en casa mucho antes del almuerzo. Hemos hablado con su amiga Matilde, con los vecinos del mercado. Nadie la ha visto esta mañana. Os ruego que nos ayudéis, debéis buscarle. Todo esto es tan extraño. Y solo rezo porque nada malo le haya ocurrido.
—Lo haré amigo mío, de inmediato. Contadme todo desde el principio.
El orfebre hizo un relato de lo ocurrido con los detalles que le pidió su amigo alguacil, pero no había nada extraño en su hija esa mañana. Sin embargo al alguacil le llamó la atención que la joven fuera sin su familia a misa ese día y que insistiera tanto en ir sola cuando sus padres iban a ir en la tarde.
— ¿Y los días anteriores, acaso visteis algo distinto en vuestra hija?—El alguacil le ofreció una copa de peltre llena de fino especiado pero su amigo apenas si bebió un sorbo.
—No, no había nada extraño. ¿Por qué habría de haberlo? Amigo Fabourg, por favor, buscadla. Pudieron raptarla y amordazarla y quiera el señor que ningún daño le hagan esos bandidos, porque le mataré uno a uno si lo hacen.
—Tranquilo amigo, no debéis pensar que ha ocurrido lo peor.
—Es que son demasiadas horas y ni siquiera hemos recibido un mensaje. Ella jamás habría ido a ningún lado sin avisar.
Sí, era verdad. Agnes Boudelle era una joven piadosa y muy prudente. Y aunque era llamada la bella de Paris…
—Demasiado bonita para no dar problemas —había dicho su esposa una vez y tal vez tuviera razón. Tal vez sí tuviera algún secreto que su familia ignoraba.
Y cuando el orfebre se marchó cabizbajo, se acercó a su comadrona Señora contándole lo ocurrido.
La rechoncha dama se encontraba muy atareada preparando la cena navideña. Sus ojos castaños le miraron sorprendidos mientras sus manos pequeñas y rechonchas manipulaban un ave de corral.
—Válgame el cielo André, el día de navidad. Raptar a una joven el día de navidad. Qué poco criterio, qué poco respeto. ¿Qué ocurrió?
Pero el alguacil no le dio demasiados detalles, jamás se los contaba y solo mencionaba el asunto porque esperaba escuchar su parecer.
—Esa joven era muy apocada, no comprendo lo que ocurrió y espero que no le hagan daño. Pobrecilla.
El alguacil organizó una búsqueda hasta el anochecer, portando antorchas y candelas pero la joven no estaba en ningún lado.
Fue una navidad muy extraña, en el hogar de la familia Boudelle no hubo alegría ni festejos, solo la ansiedad y el temor por esa hija que había desaparecido esa mañana de forma tan misteriosa.
Días después comenzaron las pesquisas, las preguntas. ¿Acaso fue a encontrarse con un amigo? ¿Tenía la joven algún pretendiente misterioso que sus padres no aprobaban?
El matrimonio Boudelle, con ojos hinchados luego de tres días de búsqueda infructuosa dijeron al alguacil que su hija no tenía amigos, ni pretendientes secretos.
André Fabourg, incómodo miró el fuego de la cómoda estancia sabiendo que no mentían. Agnes Boudelle era una joven prudente y recatada, aunque muy bella y la belleza en ocasiones ocasionaba problemas.
—¿Tampoco había ningún festejante desairado? —insistió.
—No, Maese alguacil, Agnes no tenía secretos —afirmó la esposa del orfebre con expresión de cansancio.
Anne la beguina, sirvió unas copas de vino especiado caliente que el alguacil aceptó agradecido. Fuera nevaba copiosamente y tal vez se desatara una tormenta.
—Por favor, debéis encontrarla, morirá de frío si no lo hacéis. Hace tres días que desapareció, tres días pero parecen meses Maese alguacil —Madeleine sollozó y su esposo la abrazó. Era un momento difícil para ambos.
El alguacil partió poco después para hablar con los vecinos y los parientes más cercanos de la joven. Solo el testimonio de uno de ellos dio que pensar al hombre de ley.
—¿Vuestro pariente tenía enemigos? —le preguntó a un primo del orfebre.
Este hombre robusto y de piel curtida, cuyo oficio era el de tintorero, dijo: —Los hombres ricos tienen algunos enemigos, maese alguacil. La envidia y la codicia. Además un día uno de los aprendices se enojó mucho porque decía que no le pagaba lo justo. Y un cofrade suyo pidió la mano de la joven y fue desairado y dijo que se vengaría.
— ¿De veras? ¿Recuerda su nombre?
—Maese Beltram, un vejestorio que vive cerca de la calle de las hilanderas. Un hombre muy rico, un viejo solterón. Mi pariente dijo que era muy mayor para su hija, aunque se han visto matrimonios más desiguales.
—Comprendo. ¿Y sabe usted si la joven tenía algún amigo especial?
El hombre negó con un gesto. —Era una joven muy casta y sumisa. Iba a misa todos los días, no había picardía en ella ¿comprende? Por eso es tan extraño que haya desaparecido.
Lo mismo fue confirmado por otros parientes de la familia Boudelle, y por ellos mismos. Su padre dijo sin pestañear: —No. Mi hija es muy tranquila, vos la conocéis. No tiene secretos ni miente jamás. Y de haber tenido un festejante, o un amigo nosotros lo sabríamos —el tono era vehemente y el alguacil decidió no insistir de momento.
Cuando regresaba a su casa vio un caballo extraño en la puerta. Nuevas visitas. ¿Sería alguien que supiera el paradero de la joven? Había enviado a una docena de hombres a recorrer la ciudad para hacer averiguaciones. Tal vez uno de ellos habría regresado.
Su esposa le aguardaba inquieta. —Hay un mancebo que quiere hablaros André, es el hijo del mercader Guillaume.
El alguacil entró inquieto en la estancia. Un joven de cabello oscuro y almendrados ojos cafés, de cara cuadrada le aguardaba. Vestía ricas ropas de terciopelo, calzas de lana y una cadena de oro con una medalla importante. Era un joven atractivo, de rasgos regulares y de mala fama, aunque luego de ser indultado por tener una cofradía de revoltosos que bebían y cometían actos sacrílegos, no había vuelto a ser amonestado. Por el momento.
—Buenos días os dé el Señor, maese alguacil —dijo haciendo una reverencia—. He venido a saber qué novedades hay de la desaparición de la bella Agnes.
—¿Novedades? ¡Pues por el momento ninguna, hombre! Ha desaparecido una joven piadosa y decente y es un absoluto misterio.
En su rostro joven apareció un gesto de desencanto. —Alguien debió raptarla maese alguacil. Yo la vi esa mañana cuando se dirigía a misa, iba escoltada por tres sirvientes robustos.
—¡Por los clavos de Cristo: diga lo que sabe mancebo Philippe!
Pero el joven no sabía gran cosa. La joven había ido a misa y llevaba una toca. No había nada extraño en ella, excepto que tenía prisa.
—¿Y usted no siguió sus pasos? —inquirió el alguacil.
El joven enrojeció levemente pero sostuvo la mirada sagaz de maese Fabourg.
—Bueno sí pero... Había una muchedumbre congregada frente a la Iglesia de nuestra Señora ese día. No solo mendigos sino también actores representando el nacimiento de nuestro Señor, y un vendedor de reliquias. Temo que me distraje escuchando a este último que ofrecía un trozo de la tibia de San Agustín. Y luego... —Philippe parecía tener dudas sobre lo que ocurrió después.
—Agnes desapareció ante sus narices. ¿La vio usted entrar en la iglesia?
—No, maese alguacil. No la vi. Pero no podría decir si entró o lo contrario pues creí... Cuando la busqué pensé que ya había entrado al sagrado recinto.
—¿Y usted asistió a misa esa mañana?
Levemente avergonzado el joven dijo que no. Hacía tanto que no se confesaba, y si asistía a misa era solo por insistencia de su madre y del padre Simon, el confesor de esta.
—¿Su madre estaba en misa a esa hora, joven Philippe?
Eso también lo ignoraba y el alguacil se sentó en el único sillón que había en la sala y le hizo un gesto al joven de que utilizara el escabel. Estaba cansado luego de estar todo el día haciendo preguntas aquí y allá. Hubiera deseado beber algo, cerveza o vino caliente con especias. Llamó a su sirvienta y decidió pedirle dos copas de peltre y una jarra de vino caliente.
Luego puso sus ideas en orden, era un hombre meticuloso. —La joven jamás entró en la iglesia y por su testimonio, había demasiada gente ese día congregada frente al sagrado recinto. ¿Por qué dijo que debió ser raptada? ¿No cree que tal vez huyó con algún pretendiente que su familia no aprobaba?
El joven enrojeció violentamente. —Eso sí que no lo creo, Señor Fabourg, jamás. Agnes era una joven sensata y no existía tal pretendiente. De alguna de sus amigas lo habría pensado pero de ella no.
—Está usted muy seguro de ello, joven Guillaume. Tal vez usted la espiaba, y estaba interesado en ella aunque la bella no debía corresponderle. ¿O me equivoco?
El joven masculló algo entre dientes y el alguacil supo que la respuesta era afirmativa. Agnes le ignoraba, ergo el joven Philippe podía ser un pretendiente desairado. ¿Habría llevado a cabo el secuestro y estaba allí para que nadie sospechara de él? El alguacil debía descubrirlo.
—Joven Guillaume, ¿tiene usted alguna idea de quién pudo raptar a la joven? ¿Tenía su padre enemigos?
—No, alguacil, no puedo responder a eso porque no lo sé. Son una familia importante de la ciudad, pero sus padres son gentes de bien como también lo es Agnes Boudelle. ¿Quién querría hacerle daño?
—Alguien lo hizo, a menos que ella huyera pero eso es improbable. Es lo que todos dicen.
—Nada pienso todavía. Solo que es un misterio que debo resolver. Si usted recuerda algo le ruego que me avise joven Guillaume. Vivimos en una ciudad de doscientas mil almas. No será sencillo encontrarla si no descubro al menos una pista.
Sin embargo cuando el joven se marchó el alguacil se quedó mirando el fuego ordenando sus pensamientos. La joven pudo ser raptada, o simplemente violada y muerta, su cuerpo tirado al río Sena. Flotaría a la deriva y tardaría en ser encontrado. No sería la primera muerte misteriosa, una venganza, o un asesino despiadado que mataba jovencitas.
Pero su amigo Adrien Boudelle era un orfebre muy rico, podrían pedir una suma abultada para devolverla. Y esa era su esperanza, que la mantuvieran viva mientras pedían rescate aunque sabía por experiencia que los raptos no siempre tenían un final feliz.
Demasiado bella para no dar problemas, había dicho alguien. Pero la codicia imperaba en esos asuntos, la codicia y la envida. Adrien Boudelle era un hombre muy rico, ¿cuántos envidiaban sus riquezas? ¿Sería el rico burgués maese Beltram el pretendiente desairado?
Al día siguiente cuando se disponía a continuar las averiguaciones apareció Adrien Boudelle en persona. De un salto abandonó el caballo y se le acercó jadeando.
—Han aparecido los sirvientes. Dos están muy malheridos y el tercero: muerto de frío cerca de la Iglesia. Al parecer le confundieron con un menesteroso.
— ¿Qué sirvientes?
—Los que escoltaban a mi hija, André.
El alguacil le acompañó sin dudar al hotel dieu, donde se recuperaban los sirvientes. Un edificio antiguo y sombrío, lleno de pobres y enfermos graves, al parecer alguien los había encontrado gimiendo en el callejón frente a la calle de la Iglesia y les llevaron al hospital. Según les dijo la monja que atendía a los criados, tenían heridas de daga en los brazos y en el abdomen. Uno de ellos se recuperaba pero el otro había perdido mucha sangre y solo quedaba rezar por él.
Pudo interrogarles con paciencia y esfuerzo y confirmaron lo que él había temido: la joven había sido raptada, llevaba por un grupo de caballeros sin que los criados pudieran impedirlo.
—¿Cómo eran, recuerda sus ropas o estandartes?
Uno de ellos dijo que eran escuderos y que los mendigos de la Iglesia habían presenciado todo.
Los menesterosos de la Iglesia, debió imaginarlo. Ellos veían todo.
—Bueno, descansa amigo, habéis obrado bien. Lamento que sufrierais estas heridas —dijo el orfebre.
El alguacil asintió, no había mucho más que averiguar por el momento. —Hablaré con los mendigos, Boudelle —dijo sombrío. Un rapto, lo temía, pensó.
—Os acompaño amigo —. El orfebre dio unos pasos delante del alguacil decidido.
Ambos caminaron hasta la iglesia, el orfebre no dejaba de lamentarse.
—¿Mi hija raptada? ¿Por qué? Jamás he hecho daño a nadie, he sido un buen ciudadano.
—Calma amigo, pudo ser un enamorado desesperado. Que tal vez recupere el sano juicio y la devuelva de un momento a otro. No perdáis la fe.
El frío intenso le hizo temer al alguacil que ni siquiera los mendigos estuvieran haciendo guardia frente a la Iglesia.
—Es absurdo. ¿Quién raptaría a mi hija? Solo puede tratarse de un malhechor o de un loco y ninguno de ellos es una buena compañía para Agnes. Mi pobre esposa, cuando se entere...
—No le digáis nada todavía, ahorradle sufrimiento innecesario. Debemos averiguar primero quién envió a esos escuderos para que la raptaran. Aunque sospecho que ha de ser noble o un mercader muy rico.
—Si es tan rico no necesita raptar a mi hija para pedir rescate. Esto no tiene sentido Fabourg, ningún sentido.
—Pero es la primera pista firme que tenemos sobre la desaparición de vuestra hija y debemos seguirla. ¿Adrien, acaso os habéis enemistado con algún caballero?
—¡Por nuestro Señor que no lo sé, Fabourg! Que el diablo me lleve si os miento. He hecho muchos encargos para caballeros y gentiles, y ninguno quedó insatisfecho. No recibí más que palabras halagüeñas. Y enemigos no tengo. Soy un cristiano honrado, un ciudadano laborioso y no comprendo quién pudo hacer algo así —el tono era vehemente y el alguacil estuvo de acuerdo en que aunque nadie tuviera motivos para hacer algo semejante lo había hecho.
—Os pido que recordéis, algún altercado con un aprendiz o alguien insatisfecho con vuestro trabajo.
El orfebre se cubrió con su gran hopalanda color borgoña como si un frío intenso le envolviera. Su mirada se perdió en la distancia, miraba sin ver.
—He tenido muchos aprendices, pero a todos traté como debía y en el taller hay más de los que precisaría y sin embargo... Es que no puedo decir que alguno me tenga tanto encono amigo mío. Vos me conocéis.
—¿Y envidia? Los miembros de una cofradía en ocasiones son celosos y codician las riquezas ajenas.
Maese Boudelle negó con un gesto definitivo y el alguacil se atrevió a ir más allá: —Entonces solo nos queda la posibilidad de un rapto romántico. Vuestra hija huyó con un enamorado y os escribirá pronto diciendo que está casada con un joven del que nunca habréis oído hablar.
—No. Mi hija jamás huiría, es una joven tranquila. Preguntad en el pueblo y todos lo confirmarán. Ella no nos haría esto, André, no nos causaría este dolor.
El alguacil asintió. Sí, conocía a la joven y podía dar fe de que era honesta y no tenía secretos. ¿Pero habría otra Agnes que los demás desconocían? Vino a su mente la historia de un rapto ocurrido tiempo atrás en Paris, una joven fue raptada de una fiesta y luego se supo que había huido con un enamorado, a quien su familia detestaba pues pertenecía a la rama de los Gilliard, enemigos acérrimos. La historia tuvo un final feliz y aunque al principio ambas familias condenaron a los enamorados, al verles vivir en la miseria los corazones de piedra se ablandaron y recibieron a sus hijos con los brazos abiertos...
¿Habría ocurrido lo mismo con Agnes? ¿Amaría en secreto a un joven pobre o de una familia enemiga y por eso había fingido un rapto? ¿Y si no era así cuál sería la respuesta? Un grupo de caballeros se la lleva a la fuerza y abandonan Paris sin que nadie pueda detenerlos. ¿Un caballero arruinado que esperaba tener un rescate? Su amigo orfebre era un hombre muy rico.
Amigo orfebre, allí están los mendicantes. Hay menos a esta hora, el frío ha de helarle los huesos, regrese a su casa y consuele a su familia. Yo iré a la iglesia e interrogaré a los mendigos, tal vez estos hayan visto algo más que los criados que están en el hôtel Dieu.
El orfebre dijo que prefería acompañarle, que no le importaba el frío pues llevaba una gruesa hopalanda con ribetes de piel en el cuello que le abrigaba.
No muy lejos de allí, vestidos con harapos luciendo sus prendas rotas y envueltos en una gruesa manta de lana, tres menesterosos extendían sus manos esperando recibir una moneda. Uno de ellos miraba el cielo y decía una plegaria, era el único que no parecía sufrir una deformidad y tenía una figura robusta. A los otros les faltaba una pierna o un brazo, un ojo o estaban tullidos. Estos dos se encontraban sentados guardando cuidadosamente la “ofrenda” del día con un talego de buena calidad.
—Buenos días tengáis, menesterosos —saludó el alguacil.
El más robusto de cabello enmarañado y muy sucio buscó la voz. Era ciego o simulaba serlo.
—Buenos días buen hombre, Dios os bendiga.
Uno de ellos masculló algo y los tres miraron al alguacil con expresión alerta. Este les interrogó sin demora sobre la mañana de navidad.
De inmediato se miraron unos a otros y guardaron silencio. —Había un vendedor de indulgencias maese Alguacil, de rostro moreno y también había un ratero del otro lado del río.
—¿Y no visteis a una joven de dorada cabellera?
Ninguno recordaba, al parecer había mucha gente frente a la Iglesia ese día.
Pero de pronto el más robusto habló:
—Había una joven que se fue con unos caballeros en una jaca. Era muy hermosa, tal vez la hija de algún conde.
—¿La visteis subir a un caballo con calma?
—Eran un séquito de caballeros, tal vez la dama acababa de salir de la iglesia, en realidad solo la vi subirse a un caballo.
—Era mi hija, raptaron a mi hija —intervino el orfebre.
Los mendigos se miraron boquiabiertos.
El alguacil dio unas monedas a los tres pobretes, que estos recibieron extendiendo las manos en gesto rapaz. Agradecieron con bendiciones mientras los dos hombres se alejaron de la Iglesia. Entonces no había sido raptada, ella subió al caballo de buena gana. Raptada y loca de contento como decía aquel retrato que había en casa de sus padres sobre las picardías de las damas que huían con sus enamorados y luego decían que habían sido raptadas.
Su amigo estaba de mal talante, inquieto.
—Pero los criados dijeron que fue raptada. Mi hija jamás se habría marchado con unos desconocidos sin resistirse —dijo.
Maese Fabourg asintió.
—Buscaremos en los alrededores. Mañana organizaré una nueva comitiva de búsqueda. Tal vez debieron ir a los bosques de Boulegne y todavía estén en la ciudad.
Esa posibilidad dio esperanzas al orfebre, si aún estaban en Paris les encontraría.
Montaron sus caballos y se separaron al llegar a la plaza principal, el alguacil que había permanecido silencioso le dijo con expresión sombría: —Si la han raptado, amigo mío, os enviarán un pergamino pidiendo dinero. O tal vez envíen a un sirviente del enemigo a verte. No cedáis a sus pedidos, avisadme de inmediato. Es necesario actuar con cautela.
Maese Boudelle prometió seguir su consejo, ¿pero lo haría? Estaba desesperado, su hija había desaparecido hacía tres días y ahora se enteraban de que había sido raptada por un grupo de escuderos desalmados.
* * *
El alguacil se detuvo para reunirse con sus hombres y enterarse si habían descubierto algo. Pero no había novedades, uno de ellos confirmó su último descubrimiento de que la joven fue raptada por un grupo de escuderos portando estandartes y relucientes espadas. Escuderos y caballeros de poca monta, mercenarios que mataban por encargo, una compañía indeseable y peligrosa.
—Id y reunid una comitiva de cuarenta hombres o más. Al parecer esos pillos abandonaron Paris ese mismo día pues no encontrasteis posada que tuviera noticias de un grupo tan numeroso —ordenó el alguacil.
Todos asintieron en silencio.
—Seleccionad a los más bravos, pedid voluntarios. Muchos querrán rescatar a la bella hija de Boudelle y recibir su recompensa. Buscad al caballero Arsène de Gauvin.
—¿Arsène? ¿Pero acaso ese gentil hombre no se encuentra en tierra santa?
—Regresó hace tiempo, amigo. Buscadle en mi nombre mientras yo iré a hacer más preguntas. Es menester resolver este misterio y agradezco al Señor que al menos se trate de un rapto y no de un asesinato.
Los funcionarios reales asintieron, pero para ellos era un feo asunto. La joven raptada tal vez fuera devuelta en un ataúd, o convertida en un despojo, delgada y muerta de miedo. Era una verdadera pena. Todos conocían a Agnes y pensaban que era injusto lo que le había ocurrido, además de extraño e inesperado. Aunque no todos creían que era un secuestro para exigir un rescate, dos de ellos pensaban que la joven había huido con un enamorado misterioso, del que nadie había oído hablar. Algún caballero foráneo, extranjero.
Maese Fabourg regresó a su casa donde le esperaba su esposa con una opípara cena: carne asada de ternera con salsa agridulce, nabos, puerros cebollas. Abundante cerveza y luego la delicia de mazapán que tanto le gustaba.
Junto a su familia, sus dos hijos ya bien criados olvidó el penoso asunto que le quitaba el sueño y conversó animadamente de otras cosas.
Sus hijos que habían estudiado medicina y eran dos doctores reconocidos y apreciados hablaban de establecerse en el Sur del Sena, donde tendrían más pacientes y podrían adquirir experiencia pero su madre se oponía. Del otro lado solo había bandidos y pícaros.
Uno de ellos iba a casarse pronto pero el otro aún era soltero, a pesar de ser guapo y moreno y de suaves modales.
Durante la pasada primavera su esposa había dicho que su hijo estaba enamorado de Agnes Boudelle. Pero él jamás le habló del asunto, era un joven serio y reservado. Pero su mujer estaba atenta a todo y algo vio para sacar esas conclusiones. De todas formas el romance no debió prosperar. Paul seguía soltero y aunque tenía amigas, no pensaba en buscar esposa y establecerse a pesar de tener ya 25 años. Pensó el alguacil y se quejó por traer de nuevo el asunto “Agnes” a su casa, a su cabeza en esos momentos.
Y como si su hijo Paul leyera su mente, mientras bebía sin prisa de la copa de peltre le preguntó: —Padre ¿habéis averiguado algo del paradero de la hija del orfebre?
Su esposa le clavó los ojos y su otro hijo también le miró interesado. Era evidente que en los alrededores no se hablaba de otra cosa. Y aunque no era correcto divulgar su información, aunque fuera a su familia, les rogó silencio y sabía que ellos no dirían nada.
—Fue raptada frente a la Iglesia por un grupo de caballeros y llevada lejos de la ciudad poco después. Los bandidos ya no están. Así que presumo que huyeron en ese instante lejos de Paris, aunque nadie sabe sí hacia el norte o hacia el sur.
—¡Lo imaginaba! Demasiado bonita para no causar disgustos. Huyó con un caballero, enamoró a un gentil —dijo su esposa con expresión triunfal.
—Anne, por favor, no saquéis conclusiones. Jamás dije que ella huyera con un gentil, fue llevada por la fuerza, tal vez no veáis la diferencia pero la hay.
—Desde luego, André. Solo hay que esperar a que pidan rescate, si no lo hacen es porque ella huyó con su amante.
Su hijo Paul que había permanecido callado intervino: —Os ruego que no habléis así de Agnes madre. Sabéis bien que es mentira, además el rapto es una desgracia para su familia y para ella principalmente.
La mujer guardó silencio mordiéndose el labio. ¿Acaso su hijo seguía interesado en esa joven tan fría y esquiva? Que asistía a misa y siempre se cubría con una toca. ¡Bah, quién sabe! Hasta en los conventos hay ovejas descarriadas aunque todo se guarda en secreto. Lo que le ocurrió tal vez sea un castigo del cielo por su soberbia y por ser tan hermosa. O porque sus padres eran orgullosos.
—¿Y qué ocurrirá ahora padre? —intervino su otro hijo Guillaume.
—Organizaremos una comitiva para buscarla y rescatarla.
—No servirá de nada —dijo Anne con gesto torvo—. Lo que quiero decir es: si fue raptada para satisfacer los caprichos de algún noble su final será trágico me temo. Y jamás la devolverán.
—Recemos para que eso no ocurra, Anne. Aún tenemos esperanzas.
—Es una verdadera pena que le haya ocurrido a Agnes padre, no lo merecía —dijo Paul dirigiendo una mirada de advertencia a su madre, quien ese día parecía ensañarse con la desdichada joven sin ningún motivo.
—Sus padres pasan el día entero en el taller y su madre, Madeleine sigue a su marido como una sombra en vez de cuidar de sus hijos. ¿Por qué demonios la muy necia no cuidó mejor a su hija que se había puesto bonita como una rosa? ¿No imaginó que corría peligro? A las niñas hay que cuidarlas, los hombres se defienden solos, pero la pobre Agnes siempre iba con su nana o esos criados y ya veis que ni siquiera pudieron cumplir su cometido. ¿Dijeron algo esos tres?
La agresividad de su esposa se vio frenada por la curiosidad. Ella nunca había simpatizado con Madeleine Boudelle y él no comprendía sus motivos, y esa era la oportunidad de atacarla. Pero él no creía que la madre fuera responsable de ese rapto, su hija ya no era una niñita para dejarla todo el día encerrada. Además por más que la hubieran acompañado ese día a la Iglesia no habrían podido impedir un rapto que parecía cuidadosamente planeado.
Maese Fabourg vació el contenido de su copa y respondió:
—No gran cosa, fueron heridos con lanzas cuando intentaron defender a Agnes y uno de ellos murió de frío y por las heridas.
—Ay Jesús, ¿se salvarán? —inquirió su esposa con expresión de congoja. Tenía lengua afilada, y vivía pendiente de sus vecinos, era una fuente de chismes pero tenía buen corazón y cocinaba de maravilla, por eso se había casado con ella. Además era bonita con su cabello rubio dorado y sus ojos color miel, su figura esbelta... Y aunque eso había cambiado, por fortuna para él, regresar a su casa después de una larga jornada de trabajo y reunirse con ella frente a la lumbre del hogar seguía siendo gratificante.
—Sí mujer, creo que se salvarán. El que intervino primero recibió la estocada más afilada, los otros se enfrentaron con los puños pero cuando vieron que se llevaban a la joven con prisa retrocedieron y huyeron.
Anne lanzó un suspiro de alivio, pero fue Paul quien habló: —Padre, ¿no es extraño? ¿No os parece extraño que la raptaran frente a la Iglesia el día de navidad y nadie viera nada? Todos creyeron que había desaparecido y como era una joven piadosa dijeron que un ángel la había llevado al cielo.
—Bueno, ¿y quién creería esa patraña? —bufó Anne meneando la cabeza.
—Os sorprendería saber madre lo que creen estos cristianos de Paris. Las supersticiones y los malvados embaucadores, falsos curadores que ejercen la medicina con resultados nefastos. Muchas mujeres siguen acudiendo a las brujas para obtener pociones amorosas o para salvar a sus hijos enfermos. Brujas y hechiceros pululan por el país volando con escobas. Metamorfoseándose en sapos, o convertidos en machos cabríos...
—¡Oh, hijo callad por favor! No mencionéis a esas criaturas inmundas de la noche. Sabéis que les tengo pavor —. La gruesa dama estaba realmente asustada.
—Pero Agnes no fue llevada por un ángel hijo mío, sino por una banda de indeseables. Solo nos queda rezar para que no sufra ningún daño y en cuanto a lo otro que habéis mencionado, os diré que nuestro santo rey pondrá fin a las andanzas de esos malditos. Hay demasiadas brujas en Paris y serán apresadas si no se arrepienten de sus pecados.
Su esposa se persignó.
— ¡Que así sea esposo mío! Nuestro rey no tolera que se burlen del Señor y cometan actos de vileza. Y Dios sabe que no hay en todo el reino un monarca más piadoso que él.
—Y que todos teman su justicia, que será implacable con los bandidos. Mañana le informaré de este rapto para que me provea de los más bravos caballeros.
Al día siguiente su esposa le despertó con la nueva de que tenía visitas. Atontado, abandonó el lecho y las pieles que le abrigaban. ¿Quién sería? Se preguntó mientras se lavaba la cara, las manos y se ponía las calzas, la camisa blanca, el jubón y la chaqueta.
Aseado y perfumado se presentó en el comedor para descubrir que se trataba de un caballero del rey, Arsène de Gauvin. Un hombre alto, delgado pero fuerte como un roble. Cabello oscuro y largo, rostro ancho y recio, e inesperados ojos grises como el acero. Vestía siempre colores oscuros y era uno de los cruzados que había acompañado al rey en la última cruzada, quien le había compensado con unas tierras en el norte, pero Arsène prefería vivir en Paris y establecerse en el Sur cuando fuera el momento. En la preciosa tierra del Languedoc, o eso era lo que le había confesado una vez.
—Buenos días amigo Gauvin, habéis venido muy temprano —le saludó.
—¿Acaso no sabéis que los caballeros del rey despertamos como los frailes del convento: a la hora prima? Realizamos ayuno y rezamos más que los curas para complacer a nuestro rey.
Maese Fabourg sonrió y el caballero continuó: —Bueno, pero no he venido a hablaros de mis asuntos sino a preguntaros si es verdad que raptaron a la hija de un rico orfebre. Y que vos, mi buen amigo esperáis que deje el castillo real para buscarla.
El alguacil asintió. —La raptaron unos caballeros armados amigo mío y es cierto que envié a mis hombres a pediros ayuda. Estoy organizando una comitiva de rescate y a media mañana veré al rey para que me provea de sus mejores hombres.
—¿Por una joven raptada? El rey tiene asuntos más acuciantes que resolver, amigo Fabourg. Comprendo vuestra preocupación, toda la ciudad habla de la desaparición de la bella Agnes pero tal vez huyó con algún enamorado. No deberíais tomaros tantas molestias, ¿acaso no conocéis a las jovencitas?
—Conozco a la joven Agnes y os ruego que no habléis de ella con esa ligereza y maldad. Si hubiera sido una de esas jóvenes pícaras os juro que no me tomaría tantas molestias. Yo soy el alguacil y mi decisión debe respetarse.
Este mal nacido Arsène, ambicioso y fiero como una alimaña, no comprendo por qué el rey le tiene tanta estima y celebro que le someta a ayunos, penitencias y rezos continuos, meditó el alguacil.
—Por supuesto, maese alguacil. Solo que me temo que no podré ayudarle esta vez, el rey me ha encomendado una misión muy delicada. Y por eso he venido. Porque me rogó que os visitara, a vos y al padre Simon. Pero no puedo hablaros ahora. Buscadme en palacio, a la hora nona.
Arséne no podía hablar libremente en esos momentos, pues desde su llegada a la villa Anne, la esposa del alguacil, se encontraba en la habitación contigua escuchando todo. Se decía que tenía una de las lenguas más afiladas de Paris. Y no tenía interés en que la delicada misión que debían llevar a cabo fuera oída por ella y luego, la ciudad entera se enterara.
El alguacil asintió, pero no renunció a su otra misión que era encontrar a Agnes sana y salva y devolverla a sus padres.
—El rey os espera amigo, os ruego que seáis puntuales.
—Siempre lo soy —declaró el alguacil con expresión sombría.
—Y en cuanto a vuestro pedido debo deciros que lo lamento mucho, pero no podré complaceros. El rey me necesita ahora.
Y tras decir estas palabras le saludó y se marchó con prisa.
Maese Fabourg le vio partir con una mirada de resentimiento. Ese tunante ambicioso se creía especial por contar con la amistad del rey, ese bendito rebana pescuezos del demonio llamado Arsène de Gauvin. Se había vuelto muy arrogante luego de regresar de la cruzada de nuestro rey. El que no era más que el primogénito de un barón empobrecido, con un castillo medio derruido como heredad. Ahora se creía uno de los pares más importantes del reino, luciendo esas botas ruidosas y esa capa de fino terciopelo.
Pero él mismo hablaría con el monarca y le pediría la ayuda de sus caballeros más fieros para rescatar a la pobre hija del orfebre. Estaba casi seguro que el rey le diría al caballero de Gauvin:
—Preparaos para partir en la comita de rescate para traer de regreso a la joven Agnes Boudelle, caballero Arsène.
—Oh querido ¿a qué vino ese caballero? No traía buena cara, y se dice que es uno de los mejores rebana pescuezos del país. Debería buscarse una esposa que sea capaz de calmar su mal genio —opinó su esposa apareciendo en escena. Para ella todo hombre mayor de veinticinco años (excepto sus hijos) debía estar casado para evitar las tentaciones del diablo.
—Ignoro a qué vino, Anne. Lo ignoro por completo. Ahora por favor traedme esas tortas de avena con miel que todavía no he desayunado y me muero de hambre.
La mujer obedeció con gesto ceñudo y momentos después llenaba la mesa con un montón de deliciosas tortas de avena, pan de centeno y queso y una buena jarra de cerveza aguada. Sus hijos se les unieron poco después, pero el alguacil permaneció callado y pensativo preguntándose qué clase de misión sería esa de la cual quería hablarle el rey, y cómo era posible que ese diablo presuntuoso de Arsène supiera ya los detalles antes que él.
Antes de acudir al palacio decidió hacer una visita a una de las amigas de Agnes, la joven Matilde, hija de Pierre el tintorero. Conocía bien a esa familia y sabía que era gente de respeto y buenos cristianos. Su hija era una criatura alegre, pelirroja y llena de pecas, con grandes ojos cafés y sabía, pues recordaba, que siempre jugaba con Agnes y era su amiga más cercana desde la más tierna infancia. Ella y dos jóvenes más, Alice, la hija de la sangradora, una dama viuda que vivía del otro lado del puente de la Iglesia, y luego estaba Eleine, la hija del mercader de paños. Pero sabía que era Matilde la amiga más cercana, aunque tal vez debiera hablar con las otras dos si tenía tiempo.
Apuró su rocín y observó disgustado el color plomizo que tenía el cielo ese día. Además el frío se hacía tan intenso que se preveían nuevas nevadas antes del día de la circuncisión. Rezaba para que ello no ocurriera, pues sabía que la comitiva se retrasaría innecesariamente y debían partir sin demora a buscar a Agnes Boudelle.
“Bueno, heme aquí, si mis recuerdos no me fallan esta es la casa de Pierre el tintorero” se dijo el alguacil apeándose del caballo, contemplando la gran casa de dos plantas, un jardín y un huerto donde cultivaban legumbres y un chiquero con algunos cerdos. Las ventanas estaban cerradas y temió que no hubiera nadie, pero al golpear la puerta principal una vieja criada salió y le miró con ceño fruncido. Era corta de vista y tardaba un tiempo en descifrar la imagen que tenía delante, por eso preguntaba con voz algo brusca:
— ¿Quién es usted caballero? ¿Qué busca aquí?
Era una figura pequeña y rechoncha, de cabello blanco cubierto por una toca y envuelta toda en una capa, el rostro surcado de arrugas profundas, la nariz carnosa y protuberante, al igual que sus labios. Como una bruja, pensó el alguacil, pero no es ninguna hechicera, es solo una vieja criada tiritando por tener que asomarse a la puerta un día como ese.
—Buenos días os dé nuestro Señor madame, debo ver a vuestro amo Pierre el tintorero. Soy monsieur Fabourg, el alguacil.
La pobre criada palideció y retrocedió abriendo mucho sus ojos miopes.
— ¡OH, mi Señor santísimo! Disculpe usted monsieur alguacil, cada día veo menos y debo interrogar a todos los que vienen a golpear. Han venido muchos mendigos últimamente y también un pícaro que quiso robarse un cerdo del chiquero mientras le vendía hilos a mi Señora Marie.
—Comprendo madame, son tiempos difíciles.
—Vaya si lo son, ha dicho usted una gran verdad monsieur. Son tiempos terribles. Demasiados bandidos y jóvenes sin oficio que se dedican a vagar por las calles pidiendo limosna cuando sus familias se hartan de ellos —. La mujer le hizo un gesto de que pasara, retrocediendo, haciendo una torpe reverencia.
El alguacil irrumpió en la casa y contempló un cuadro de la virgen y el niño, un crucifijo colgado en cada pared y otros objetos santos mientras la criada continuaba con su cháchara:
—Es necesario protegerse monsieur, el Señor de las tinieblas tiene demasiados siervos en la ciudad, sirvientes y adoradores. Hay un barrio poblado de brujas y hechiceros que roban niños para sus horrendos sacrificios y todos los sábados invocan al diablo en sus horribles aquelarres —explicó la anciana como si leyera sus pensamientos.
Antes de que pudiera decirle que su buen rey pondría fin a la hechicería y a la magia negra, apareció una dama de frente alta, muy pálida que le miró con expresión de sorpresa. Era la esposa del tintorero, Marie. Luciendo un vestido color escarlata con detalles en dorado. Sus facciones eran levemente afiladas para resultar atractiva pero su sonrisa siempre había sido seductora.
—Buenos días Maese alguacil. Su visita nos honra —se apresuró a decir.
—Buenos días os dé nuestro Señor, madame. Lamento molestarla a estas horas, pero como sabréis estoy investigando la desaparición de la hija de nuestro amigo orfebre ocurrida la pasada navidad.
El rostro anguloso pareció ensombrecerse.
—OH, qué tragedia, ¿aún no la encuentran? —dijo y miró a la criada que parecía dispuesta a quedarse y participar de la conversación pero su ama le dijo que podía retirarse y fuera a vigilar el fuego. La mujer se alejó con paso lento.
—Sí, fue una tragedia. Pero todavía no sabemos qué ocurrió por eso necesitaba hablar con vuestra hija madame, era muy amiga de Agnes, ¿no es así?
La mujer asintió. —Iré a buscarla monsieur Fabourg, por favor espéreme aquí.
Matilde apareció en escena poco después, se parecía mucho a su padre, era alta y delgada aunque su rostro era redondo y tenía una frente ancha y mejillas llenas lo que le daba un aire infantil, al igual que sus ojos castaños muy brillantes, con el rostro lleno de pecas y el cabello color caoba oculto con un tocado transparente y suelto.
La jovencita parecía levemente asustada por el interrogatorio. ¿Sabría algo de Agnes?
Él decidió hablarle sin reservas: —Cómo os habréis enterado seguramente Matilde, vuestra amiga Agnes desapareció en navidad. Y debo interrogar a sus allegados para esclarecer este misterio. Os ruego que recordéis si vuestra amiga tenía algún secreto, o si antes de navidad algún joven la buscó o importunó con sus atenciones.
Matilde dejó de sonreír y parecía muy segura al decir. —No Maese Alguacil. Mi amiga Agnes no tenía secretos, era una joven prudente y honesta.
—¿Estáis segura de que no había algún pretendiente? No os dijo que recelaba de alguien o de algo. ¿Vos no visteis nada extraño cuando os reuníais con ella?
La jovencita demoró en responder. —Escuche, hace semanas, poco antes del cumpleaños de su padre había un caballero de cabello rubio y porte orgulloso, él la miraba. Le vimos en tres ocasiones cuando jugábamos en la calle al acertijo y una vez al salir de la iglesia. Tal vez sea coincidencia pero... No lo sé, pero me llamó la atención.
—Y ese caballero vestía como un cruzado o...
—Tal vez, pero sus ropas eran ricas y había en él cierto misterio. Creo que no era de esta ciudad si usted me entiende alguacil.
—¿Y se acercó a Agnes, le dijo algo?
Matilde negó con un gesto, pero había cierta vacilación en sus ojos.
—Solo la miraba, parecía seguir sus pasos, sin embargo... Agnes era muy hermosa Maese Alguacil, y aunque llevaba una toca en su cabello siempre llamaba la atención.
—Comprendo. Entonces tal vez hubo otros caballeros que la observaban.
—No solo caballeros, Philippe Guillaume le robó un beso durante la fiesta de mayo.
Su madre presente dejó escapar una exclamación de sorpresa. —¿Por qué nunca me contasteis estas cosas, Matilde? —le reprochó.
La joven se sonrojó violentamente y el alguacil volvió a hacerle más preguntas sobre Philippe Guillaume. Estaba al tanto de su cofradía de juerga y la parodia litúrgica, pero lo que le interesaba era lo que ocurrió entre el guapo mancebo y la joven desaparecida.
La madre de la joven seguía tensa y decidió sentarse frente al fuego y extender sus manos como si un frío intenso la envolviera. ¿Tendría miedo de que a su hija le ocurriera lo mismo?
El alguacil miró de nuevo a Matilde y se sentó en el escabel mientras la joven lo hacía en el único sillón con brazos de la estancia, cerca de su madre
—Ella le temía maese alguacil, pues sus padres son amigos. Los de Philippe y los Boudelle. Y en una ocasión su madre le insinuó que un matrimonio entre ambos podría ser muy satisfactorio para sus familias.
—¿Entonces el joven Philippe estaba interesado en la hija del orfebre?
—Sí, pero dudo que pensara en el matrimonio. No creo que pensara en ello con seriedad. Agnes le agradaba pero...
—Y ella no correspondía a sus atenciones.
—No —se apuró a negar Matilde.
—Y tampoco había otro joven que le agradara. Le ruego que me diga lo que sabe joven madame, piense que si algo malo le ocurrió a su amiga ella puede correr peligro y su silencio no la va a ayudar.
Matilde fue muy firme al negar esa posibilidad. Así que no había enamorado secreto, su padre también lo había asegurado. Pero estaba ese joven noble de cabello rubio, guapo y foráneo a quien habían visto en varias ocasiones.
—¿Y qué decía Agnes de los encuentros con el guapo caballero de cabello rubio, del que me hablasteis al principio? ¿La visteis sonrojarse o comportarse de forma extraña?
—Eran encuentros casuales y creo que ella no se daba cuenta. No solía fijarse abiertamente en los jóvenes, era muy tímida maese alguacil. Eran ellos quienes la miraban. Y en la última fiesta de la primavera recibió una corona de flores por ser la joven más bella de la ciudad.
El alguacil contempló el rostro de Matilde, le agradaba esa joven pelirroja, siempre miraba a los ojos al hablar y no parecía sentir envidia de su amiga por sus festejantes ni por su belleza.
— ¿Y recordáis algo de ese caballero además de sus ropas?
No recordaba más pero su testimonio fue muy valioso. Así que Philippe Guillaume era un enamorado de la bella Agnes. ¿Habría planeado él su rapto? Su padre era un hombre muy rico, con un puesto en la alcaldía. Pudo conseguir el séquito de caballeros y fingir el rapto. ¿O fue la joven que huyó con ese caballero rubio de guapa estampa?
—Os agradezco mucho vuestras palabras, Matilde. —El alguacil pensó que era tiempo de marcharse. Debía llegar a su casa a la hora del almuerzo y ya se había atrasado demasiado. Luego le esperaba una cita real en el palacio.
—Monsieur Fabourg, ¿es cierto que han raptado a mi amiga Agnes?
Su madre le dirigió una mirada furibunda, no era educado hacer preguntas al alguacil pero su hija estaba muy preocupada por su amiga y necesitaba saber qué había de verdad en esos rumores de que había sido raptada por un grupo de pillos y llevada al extranjero para ser vendida como esclava de un sultán. Se habían contado tantas historias en esos días, algunas realmente descabelladas.
Monsieur Fabourg que se había puesto de nuevo la capa y el gorro y ahora se colocaba lentamente los guantes de lana asintió con un gesto.
La jovencita palideció, su rostro rojizo y pecoso perdió color y sus ojos se agrandaron con expresión de terror.
—Entonces es verdad. Creí que no eran más que rumores... Pero ¿quién la raptó?
—No lo sé con certeza jovencita. Pero al parecer vieron a un grupo de escuderos llevarse a la joven aprovechando que todos estaban dispersos y distraídos ese día por ser navidad.
— ¿Por qué llevarse a una joven virtuosa que nunca hizo mal a nadie, monsieur alguacil? Es tan injusto —. Matilde miró a su madre que permanecía silenciosa con la vista fija en el fuego aunque muy atenta a la conversación que mantenía su hija con el hombre de ley.
—Es lo que intento averiguar damisela.
—Maese alguacil, ¿han raptado a otras jóvenes? —intervino madame Marie por primera vez en toda la charla pues empezaba a temer que a su hija le ocurriera lo mismo solo por ser amiga de Agnes.
—No madame. Solo a la joven Agnes Boudelle, no olvidéis que es hija de uno de los hombres más ricos de esta ciudad. Y que los raptos si no son por motivos amorosos son por avaricia.
Había alivio en la expresión de la madre de la joven, como si le quitaran un peso de encima, mi hija no será raptada porque no somos ricos como Maese Boudelle pensaba.
—Por eso he venido madame, para esclarecer este misterio. Pero os ruego discreción. Lo que en vuestra morada se ha hablado no debe salir de esta casa.
Ambas lo prometieron en silencio. Pero luego de que se hubo ido el alguacil Matilde se echó a llorar y su madre la abrazó y besó como si fuera una niña preguntándole que le ocurría.
Ella no respondió, temblaba como una hoja. —Fue raptada, era verdad madre. Agnes jamás regresará —dijo.
—No digáis eso mi querida, debemos tener fe y rezar. Mañana iremos a misa y pediremos por Agnes. .
Matilde se tranquilizó pero no tenía demasiadas esperanzas. Un rapto era un rapto, y había escuchado historias horribles de jóvenes raptadas, sometidas a toda clase de torturas antes de encontrar la muerte. Su madre también las había escuchado y solo podía cuidar a su hija y rogarle que no saliera de su casa hasta que ese misterio se aclarara, pues podía correr peligro.
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El corazón de la doncella -Romántica medieval-
RomanceEl corazón de la doncella es una historia medieval de aventuras. La historia transcurre en Paris en el siglo XIII y comienza con la misteriosa desaparición de la hija de un rico orfebre, Agnes Boudelle. El alguacil descubre que este hecho está enlaz...