Medida aproximada, un metro ochenta, sexo masculino, fornido, edad, 37 años, de buen parecer, sin temor aparente, con una mentalidad y un carácter complejo de comprender.
Nadie lo confronta, nadie lo ve a los ojos, causa temor, pánico, nadie lo reta por miedo a salir perdiendo…
Seducido por la lujuria, la ambición, todo producto de una infancia completamente dura, criado en el lugar menos apropiado para un niño…
El temor de cualquier individuo, el verdugo de los que se metan con sus seres queridos, El típico hombre machista que piensa que es merecedor de todo, el típico idiota que piensa que al tener más que otros, automáticamente lo convierte en “mejor persona”
Ese individuo, conocido como macho, tenía una debilidad no visible, nadie pensó, que “el hombre”, el “fuerte”, el “insensible”, el que concurría la frase: “llorar es de maricas”, quedaría devastado al escuchar una simple palabra…
“falleció…”
Me cuesta trabajo imaginar una vida llena de frivolidad e indiferencia hacia la persona postrada en la cama de aquel fúnebre hospital, y que en un segundo, todos esos sentimientos de “el macho” se conviertan en un torbellino de tristeza, dolor, y arrepentimiento, más que nada, arrepentimiento, arrepentimiento por no poderle informar al cadáver, lo que en realidad significo para él, arrepentimiento por no poder haberle dicho “te quiero” o por lo menos, “padre…”