Ante la gente siempre fui un astrónomo babieco, quizás por mi forma tan sencilla de ser y porque nunca me jacte de mis conocimientos, ni de mi pasión sideral.
Aquella noche tropecé con la esterilla al salir hacia el jardín, la noche era quieta, la luna como un pálido topacio sobre aquel manto negro, todo era quietud hasta que su silueta se abrió paso entre las ramas de los sauces, al ver tan bella dama mi corazón fragó tan fuerte que despertó a las estrellas, en ese instante desee tener entre mis manos un talismán, ya que mis palabras se perdieron en un dédalo oscuro, adquirí coraje y le hablé, pero tan bella silueta se desvaneció con la brisa tibia de la noche.