INTRODUCCIÓN

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En ciertas ocasiones, para lograr modificar una situación es necesario que se produzca un shock. Y no es ningún secreto que, mientras más trascendente sea este, más relevantes serán las consecuencias que traiga aparejadas consigo.

A veces también, el factor generador de ese shock puede ser producto de un accionar errado pero del cual es posible rescatar un mensaje de alerta sobre lo que es imperioso cambiar, si se logra ver más allá del accionar en sí y se profundiza en el análisis del agente disparador.

Ambos factores convergen en la siguiente historia, que tiene como protagonista exclusivo a un solo hombre: Adrián Estévez, mi tío.

Me tomo la libertad de aclarar que, para no hacer reiterativo ni pesado el siguiente relato, me remitiré únicamente a desarrollar una breve síntesis de los hechos que a mi, tal vez, arbitrario juicio revisten un interés significativamente mayor por sobre los demás. Hechos que detallaré en forma separada y que, creo, merecen reflexiones al respecto.

Todo comenzó una fría noche de principios de mayo, hace ya muchos años, en la localidad de Lanús. Por aquella época y, para más precisión, desde la última década del siglo XX, la Capital Federal y el Conurbano bonaerense eran escenarios de las más feroces atrocidades, que se cometían impunemente contra sus indefensos habitantes. La parte de la Policía que aún no se hallaba corrompida se encontraba atada de pies y manos en su lucha contra la delincuencia. ¿La causa? Sentencias cada vez más benevolentes para con los criminales, por intermedio de las cuales se les reducían las condenas, dejándolos en libertad antes de tiempo y que, a la vez, restaban facultades a la fuerza anteriormente mencionada.

Pasadas las 22 horas de la noche en cuestión, una mujer de unos 30 años de edad, identificada posteriormente como Mercedes Peña, abandonaba el cajero automático apostado en la sede que el Banco de Galicia poseía en la avenida Pavón, luego de retirar parte de su sueldo mensual, con el que se hallaba obligada a alimentar a sus tres hijos desde hacía ya cinco meses por culpa de su esposo, quien había optado por formar pareja con una chica menor, abandonándolos. Introdujo la suma en su cartera y observó atentamente a su alrededor, antes de comenzar a caminar las tres cuadras que la separaban de su hogar. Sabía que a esa altura de la jornada aquellas calles se transformaban en un lugar más que propicio para ser asaltada, pero no disponía de otro momento para realizar la operación. No divisó ni a un alma; solo tres autos estacionados en la acera de enfrente. Decidió entonces emprender el regreso con paso veloz, pero no pudo completar siquiera los primeros 100 metros. Apenas llegó a la esquina, comenzó a oír el rugido del motor de una motocicleta que se aproximaba a toda marcha. Cuando giró la cabeza para visualizar su ubicación, reconoció con pavor que se encontraba más cerca de lo que imaginaba. Los instantes siguientes se sucedieron con una rapidez infernal. El conductor del vehículo subió a la vereda y se detuvo frente a ella, tan bruscamente que el rechinar de los neumáticos le hirió los tímpanos. Tan pronto como descendió, le propinó un potente puñetazo en la boca que concluyó derribándola. Sin poder reaccionar, desde el suelo, sintió cómo de un fuerte tirón le arrebataban su bolso.

Antes de que el atacante volviera a subirse a su moto, uno de los vehículos que se hallaban frente al cajero (un Mitsubishi 3000 GT color negro, con vidrios polarizados) encendió sus luces de posición y su motor. Cuando el primero arrancó, salió a su encuentro, arando.

A pesar de la velocidad del motociclista, el automóvil pronto le dio alcance y se le colocó a la par. Este le dirigió una mirada interrogadora y a la vez asustadiza al velo negro del cristal que impedía reconocer al conductor, pero no aminoró su marcha; por el contrario, aceleró aún más. El perseguidor hizo lo propio e incluso le sacó la ventaja suficiente para luego girar con brusquedad e interceptarlo. La moto impactó contra su costado delantero izquierdo, y el delincuente salió despedido por los aires, cayó después al piso con un golpe seco y rodó unos metros por efecto de la inercia. Cuando por fin se detuvo, el Mitsubishi reanudó su marcha. Los alaridos de dolor del asaltante herido cesaron al momento en que el coche se le subió encima, triturándole las piernas con su rueda delantera izquierda y la cabeza con la derecha. Inmediatamente después, descendió de su interior un hombre alto, vestido de negro de pies a cabeza y con un pasamontañas de idéntico color cubriéndole la cabeza, quien recorrió con total pasividad los metros que lo separaban del botín del que se había hecho el fallecido. Lo recogió y volvió al volante. Luego, retrocedió hasta el lugar en que se hallaba la mujer, quien, aún desde el suelo, gemía tomándose el labio herido con sus manos, lamentándose por su suerte. La reaparición del vehículo que había visto instantes antes y su posterior detención a su lado lograron abstraerla y hacer que olvidara sus penurias. La sorpresa fue mayor cuando la ventanilla del lado del conductor bajó mecánicamente y el enigmático personaje que se hallaba dentro le extendió el brazo poniendo a su disposición la pertenencia arrebatada, mientras le dirigía unas palabras.

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⏰ Última actualización: Apr 10, 2020 ⏰

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