(1)
Cuando el gallo cantó, Mario abrió sus ojos con pesadez y suspiró. De vuelta a la rutina.
Sintió una mano cálida que apretaba la suya y dio vuelta la cabeza sobre la almohada, para ver a una Gloria con unas terribles ojeras, totalmente pálida, los labios resecos... pero con una sonrisa. Una sonrisa suya era razón suficiente para levantarse, desayunar un matecocido insípido con un poco de pan de la semana pasada y salir a ordeñar las únicas dos vacas que le quedaban.
Se sorprendió al encontrarse con Luis al salir del rancho, sinchando con dos baldes repletos de leche. Mario sonrió y avanzó para tomar los baldes.
- ¿Qué haces levantado tan temprano? -indagó a su hijo.
- Tengo 8 años, la edad suficiente para saber ordeñar una vaca.
El hombre revolvió los pelos de la cabeza del niño y le dio las gracias en un susurro, al tiempo que lo tomaba de la mano y se adentraban en la pequeña casa.
...
Al contarle Mario a Gloria la hazaña de Luis, la mujer dijo:
- Supongo que se ganó un plato de carne. Pero deberás compartirle de la tuya.
El hombre de la casa suspiró y asintió. Dio media vuelta y cerró los ojos sin intención alguna de dormir, pero falló.
...
Despertó sobresaltado por tanta bulla y griterío. Se calzó las alpargatas ya desgastadas de tanto uso, y salió.
Lo que vio allí, no lo inmutó. Casi que se podría decir que lo salvó. Los salvó.
Gloria, su mujer, gritaba desgarrándose la garganta.
Había sido topada por un toro. Éste le había clavado uno de sus cuernos en la pierna derecha, traspasándola y dejando ver del otro lado el cuerno ensangrentado.
El hombre, totalmente consciente de la situación, pensó que nada se podía hacer. La única forma de salvarle la vida a su mujer, o al menos la pierna era llevándola a un hospital. Y no tenían en qué trasladarla, dejando de lado que vivían a unos cuántos kilómetros del pueblo, y que los medicamentos de seguro les quitarían la opción de comer a toda su familia.
Se dio media vuelta, miró a sus cuatro hijos, más precisamente a Guadalupe, agachó la cabeza en un gesto de disculpa y regresó a la posición anterior.
Gloria ya casi no gritaba. Tal vez porque no le quedaba voz, tal vez porque ya no tenía fuerzas, tal vez porque estaba desangrándose o, simplemente, porque estaba pensando que si no la mataba el toro, la mataría el cáncer que venía comiéndola por dentro desde hacía cuatro meses.
Mario se acercó a la escena, y vio los ojos de la mujer. De su mujer. Ojos llenos de súplica.
El toro corría sin parar, pero él logró estabilizarlo. Echó un último vistazo hacia atrás y vio como la hija mayor llevaba a los niños adentro.
Era el momento. Desenfundó el cuchillo de su cintura.
Mario se despidió con un simple, pero cargado de sinceridad y de disculpa, te amo, y con todo el dolor del alma y con la vista completamente nublada por las lágrimas, le clavó el cuchillo en el cuello.
No más sufrimiento, para nadie.
...
El hombre, lleno de barro y de sangre, entró en el rancho y miró a los ojos a cada uno de sus hijos, para luego agachar la cabeza y romper en un llanto cargado de disculpa y de remordimiento. Sollozaba sin parar.
Del otro lado de la habitación, sus hijos lo miraban, lo veían. Veían cómo su padre estaba cayéndose a pedazos, con los puños cerrados y los nudillos blancos. Sus piernas se debilitaron y cayó de rodillas en el suelo. Como si Dios lo obligara a hacerlo. Como si una cuerda que venía del infierno tirara hacia abajo.
Guadalupe se acercó y lo abrazó. Martina, con tan sólo 9 años, miró a Amadeo, de 6, y le dijo:
- Esta noche comeremos carne de toro.
Los tres niños se tomaron de la mano y yendo en dirección a su padre rompieron en llanto.
Los cinco se abrazaron, siendo conscientes de lo sucedido y saboreando en su boca el sabor delicioso de un buen trozo de carne asada.
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This is not ephemeral.
Literatura FaktuDespertó sobresaltado por tanta bulla y griterío. Se calzó las alpargatas ya desgastadas de tanto uso, y salió. Lo que vio allí, no lo inmutó. Casi que se podría decir que lo salvó. Los salvó. [...] Y, con todo el dolor del alma y con la vista comp...