Algo mejor, algo peor.

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Ya son casi cuatro los años que pasaron desde aquel acontecimiento.

Mario, con 50 años de edad, saluda a Martina, con 13, a Luis, con 12 y a Amadeo, con 10.

Los tres tienen calzado de marca, un buen desayuno delante suyo y una película transmitiéndose en un plasma.

Los niños lo miran y, salvo Amadeo, dan vuelta nuevamente la cabeza hacia el film evadiendo el saludo de su padre. El más pequeño simplemente le sonríe. 

El hombre suspira y niega.

- He dicho buenos días. -elevando el tono de voz logra llamar la atención de los tres.

- Buenos días -responden al unísono.

- ¿Ya están listos?

Los muchachitos asienten, toman sus respectivas mochilas y se suben a la camioneta Ránger negra que se encuentra en el jardín delantero.

Mario da la señal de aprobación y Marcos, el mayordomo, emprende el camino hacia la escuela.

...

A veces él se pregunta si todo esto es necesario. Si realmente necesita una habitación semejante para él, cuando con un pequeño cuartito y una cama de una plaza le basta y le sobra.

Guadalupe, con 22 años actualmente, había llegado un día con un fajo de dinero semejante, que había dejado boquiabierto a todos.

Con ese dinero lograron comprar comida como para un año si quisieran. Comida de verdad.

A la semana siguiente apareció con una cantidad igual o mayor a la de la semana pasada, y lograron comprarse una casa semejante.

Mario nunca supo de dónde salió el dinero.

Es el día de hoy que Guadalupe sigue trayendo dinero, sigue sustentándolos, y sigue sin dar explicaciones.

Cuando su padre le pregunta de dónde logra sacar semejante suma de plata, ella sólo responde:

- Disfrútala, tú no te preocupes.

Y él, haciendo caso al mandato de su hija, la disfruta.

No sabe si debe preocuparse, siquiera si es algo legal lo que su hija hace para llevar la vida que lleva.

A decir verdad, no es que no le interese, sino que simplemente disfruta al máximo cada centavo que gasta. Tal vez a veces sienta que es un gran hipócrita, pero luego se reprocha a sí mismo que ya sufrió demasiado durante toda su vida, y ahora que ésta dio un drástico giro para mejor, debería enfocarse más en sentir el placer en lugar de la preocupación.

- ¡Papá, ya estoy en casa! -escucha la dulce voz de Guadalupe. Se apresura a salir de la habitación para ir a recibirla.

La chica intenta arreglar un poco su cabello antes de que su padre la viera tan despilfarrada, pero no termina a tiempo. No da una muy buena impresión llegar a los brazos de tu familia en esas condiciones: despeinada, con el maquillaje algo corrido y los tacones en las manos, ya que es insoportables usarlos todo el día.

- Buen día, hija mía. ¿Se puede saber de dónde llegas tan despeinada? -reprocha el padre. No es que a él le molestase ni nada por el estilo, sino que simplemente le llamaba la atención ver a su hija en esas pintas, y algo agitada.

- Cosas de trabajo, papá. ¿Emilce -la cocinera- ya preparó algo para almorzar? ¡Estoy muerta de hambre! -dramatiza con ademanes y gestos en su rostro.

Mario aún sigue meditando la primera oración.

"Cosas de trabajo, papá". ¿Cosas de trabajo? ¿Qué tipo de trabajo sería capaz de dejar a su hija tan hambrienta y agotada? ¿Acaso ella se esforzaba tanto por ganar ese dinero? Estaba confundido.

De pronto una idea cruza por su cabeza. ¡Pero claro!, ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Mañana mismo saldría a buscar trabajo. No puede creer que haya dejado que su hija lo mantenga durante cuatro largos años.

Genial, ahora Mario se siente un mantenido. Para él, lo es. Un parásito aprovechador. Un simple viejo resignado a la vida. Se merece el asilo, no la buena vida.

Pero lo que él no sabe, es que Guadalupe hace todo lo que hace para darle a él y a sus hermanos una buena vida. Ella cree que él ya hizo demasiado por ellos, que ya sufrió lo suficiente anteriormente y ahora es la hora de recibir la recompensa.

Ella no quiere ver una lágrima más caer de los ojos de ningún integrante de su familia. No quiere ver a nadie más agachar la cabeza con vergüenza en el entorno familiar. No quiere ver morir a nadie más...

Y para eso está dispuesta a todo. A todo. Hasta a sacrificar su propio cuerpo y su poca dignidad para juntar una buena suma de dinero y darles a ellos el pan de cada día.

...

Guadalupe comenzó a prostituirse a los 18 años, cuando todo sucedió. En medio de la cena de aquella fatídica noche se puso a meditar, y pensó que estaban viviendo una historia de terror, que la situación ya no daba para más. Entonces se lo propuso, con el lema de que no había nada peor que pasar hambre y frío, y ver a tus padres llegar al punto de preferir perder una vida a cambio de un trozo de comida. Era el colmo. Lo que había sucedido aquella noche había sido la gota que rebalsó el vaso.

Se dijo: "Ya viví y vi lo suficiente, ya son razones bastas y coherentes. Nada puede ser peor que esto".

Pero es hoy en día que piensa que se equivocó. Ahora piensa que la prostitución tal vez no es el mejor camino. No es fácil salir de ahí.

Luego mira a su alrededor y piensa que con su esfuerzo logró todo eso. La avaricia que nace dentro de ella cada vez que ve los sillones tapizados en cuero, los candelabros refinados colgando del techo y los pisos de mármol, le nubla la mente y le pone pausa a su razonamiento. Le tira las cartas sobre la mesa y le da todas las opciones posibles: lo que vive ahora o lo que vivió durante casi toda su vida.

Lo mejor o lo peor.

El problema, es que para conseguir lo mejor, hay que hacer lo peor.

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⏰ Última actualización: May 27, 2017 ⏰

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