―Quiero detalles ―enarcó las cejas y sonrió de una manera maliciosa―. Todos.
―Cuando sonríes así me das miedo. Te pareces al Joker.
Clara se encogió en hombros: no era muy aficionada a las películas de superhéroes. Desde luego que había ido a ver la mayoría al cine, con diferentes chicos cada vez. Al final de las películas le pedía a su cita en turno que le explicara varias cosas, pero en realidad no les ponía atención. Era una estrategia tan simple como infalible para hacerlos sentir inteligentes y especiales.
Yo perdí la cuenta de cuántas fui a ver junto a Alejandro, ya que eran sus favoritas. Le encantaba llevarme a verlas y luego explicarme cientos de detalles del superhéroe que, según él, sólo sabían los verdaderos fanáticos de los cómics.
―¿El de la armadura roja? ¿Robert Downey Jr.?
―No ―conocía al menos a media docena de alumnos a quienes les habría ofendido esa respuesta―. Un malo de Batman. ¿Te acuerdas? Un payaso. Ahm... ¿Heath Ledger?
Asintió. Claro que recordaba a ese actor: cuando la conocí ella tenía varios pósteres de la película "Diez cosas que odio de ti" en su habitación. Clara estaba inclinada hacia el frente, con los dos codos sobre la mesa; enredaba un mechón de su cabello alrededor de su dedo índice una y otra vez. Por mi parte, tomé una cuchara y revolví un poco mi bebida para que no se asentara el sabor, despacio, muy despacio, disfrutando que mi amiga se moría por saber el resto de la historia.
―Fue estupendo.
Mateo atrajo la mesita de centro hasta casi rosar mis rodillas y dispuso los platillos con movimientos elegantes y precisos. Supuse que en alguno de sus lujosos colegios le habrían dado clases de etiqueta. Sonreí al imaginarlo calculando la distancia perfecta entre el tenedor para ensaladas y la cuchara para postres.
―Buen provecho ―dijo al colocar una servilleta de tela sobre mis muslos, rozando, como sin querer mi piel con la punta de sus dedos.
Al ver la mesa de nuevo, fui yo la que me sentí en un examen. Y no sabía por dónde empezar. Repartidos a lo largo y ancho estaban varios platos: huevos con jamón, hotcakes con tocino, pan tostado, frijoles, fruta picada, piezas de pan dulce, paquetitos de mantequilla y mermelada, una tetera humeante de café y una jarra de jugo de naranja. Abrí mucho los ojos. ¿Para qué clase de restaurante aquella era una porción adecuada para dos personas? De haber sabido habría venido en ayunas.
―Tienes que acostumbrarte, Anita ―interrumpió Clara de nuevo―. Si vas a ser la novia de Mateo Cervantes, te urgen unas clases de etiqueta. Mira que...
Me eché hacia atrás hasta apoyar la espalda en el respaldo de la silla.
―¿Qué?
―¿Me vas a dejar contarte o no?
―No hay niños cerca, Anita. ¿Podemos ir directo a lo bueno de una vez? ―enarcó una ceja.
El sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios del otro lado de la calle. Una chica entró a la cafetería y fue directo a la barra para ordenar su bebida. Mientras tanto, Clara y yo permanecimos en silencio, sin dejar de vernos.
―No me acosté con él ―aparté la mirada y fingí beber incluso luego de vaciar la taza que estaba frente a mí―. Bueno... Sí, pero no lo hicimos, si es lo único que te interesa saber.
"Aunque vaya que estuvimos cerca", pensé.
El recuerdo de Mateo en ropa interior me hizo sonrojar. Cerca de la medianoche, estábamos de pie a cada lado de la cama, viéndonos fijamente. Yo sonreía para ocultar mi nerviosismo; él se relamió los labios al recorrer mi cuerpo con la mirada. Yo llevaba puesta una de sus camisas, por lo que mis piernas quedaban al descubierto. Mi novio solía dormir en bóxer, sólo en bóxer. Antes de apagar la luz y meternos bajo las sábanas me aseguré de disfrutar de su torso desnudo, de sus hombros fornidos, de sus piernas marcadas por su costumbre de salir a correr cada mañana.