La última vez que miré la hora en mi celular eran las 23:43 del domingo 17 de mayo de 2015.
La hora había avanzado bastante desde entonces. Volví a mirar. No podía creerlo, el reloj marcaba las 03:12. Era el colmo. El siguiente día era un día muy importante, y a mi cerebro se le ocurría pensar y pensar, y no dejar de maquinar. "Cerebro idiota", pensé, ¿qué clase de cerebro es, para no descansar?
Ese día tenía que estar a las 06:30 fuera de la cama para comenzar mis preparativos. Había esperado este día desde hace mucho tiempo. Ya quedaban solo un par de horas para que uno de mis más grandes proyectos se hiciera realidad. No podía parar de sonreír. "Cuanta gente se salvará, y podrá seguir con sus vidas gracias a este hallazgo. Cuántas familias seguirán completas, y, sobre todo, cuántas personas seguirán siendo felices. Valió la pena el esfuerzo de tantos años de duro trabajo", seguían rondando los pensamientos como aves que van a aterrizar. Luego de unos minutos, cuando mi materia gris se cansó, dormí.
Tirititit-tirititit sonó el peor despertador del mundo. Odio los despertadores. Pero esa mañana era una buena noticia. El cuadro en frente de mi cama, que decía "apunta a la luna y llegarás a las estrellas", me daba el beso de buen día.
Aunque el cansancio mandaba en mi mente en ese momento, ni bien me duché ese amo cruel escapó. El espejo trataba de desanimarme. Mentía diciendo que tenía ojeras, aunque no se equivocaba al mostrar que una morena de estatura promedio tendría mucho éxito ese día.
Más despejada comencé a repasar la investigación completa, para asegurarme nuevamente que estaba todo en orden y correctamente explicado. Releí las posibles preguntas que seguramente me harían los espectadores, y así tener todas las respuestas de antemano.
Volví a consultar al espejo antes de partir, para asegurarme por enésima vez que mi vestido azul marino me quedara bien. Sí, todo estaba perfecto, nada podía salir mal. El departamento estaba extra acomodado al estilo "médica investigadora y soltera", el discurso estaba mil veces estudiado y memorizado, el pelo sedoso, brillante y prolijo, los zapatos y el vestido impecables.
Al fin la hora había llegado. Ya eran las 16:00 y los invitados ya estaban acomodados, solo faltaban unos pocos, pero igual se empezaría a la hora acordada. Los nervios empezaban a forcejearme al observar que hasta la prensa estaba allí. "Piensa solo en las personas que salvaras, Katja" me tranquilizaba mi padre, quien siempre me acompañaba en todo. Me dio un beso en la frente, como cuando era niña, mientras se escuchaban los aplausos de todo el salón. Ya me habían presentado, así que era mi turno y subí al escenario. "Lo vas a hacer bien", leí en los labios de mi padre, que me giñaba un ojo y levantaba su pulgar hacia arriba.
"Buenas tardes a todos. Es un placer y un honor tenerlos aquí... (hice una pausa). Aunque me sepa cada parte del cuerpo humano, no sé qué es lo que me está temblando ahora, creo que todo", bromee un poco para, como dicen, romper el hielo. Y funcionó bastante bien porque la mayoría rió. "Como todos saben, hoy estamos aquí para oficializar la cura al SIDA", los aplausos retumbaban por todos lados. "Como es sabido, esta investigación comenzó con el Dr. Frick en el año..."
- ¡Eres una mentirosa! Tú me robaste la investigación. Esos datos eran míos, ¡no tenías por qué robármelos! - gritó un hombre alto de edad avanzada, antes que los de seguridad le pidieran que los acompañaran.
-Nunca falta el loco que entra gritando en medio de un discurso- dijo alguien de la prensa, que accionó las carcajadas de los demás.
Yo simplemente reí (aunque un poco nerviosa), y dije algo que no recuerdo, que nuevamente hizo reír a todos.
Seguí con lo aprendido de memoria. Todos se veían muy conformes con la investigación.
"Decidí continuar con esta investigación, cuando, en el hospital que trabajé, me topé con un adolescente que lloraba, y, como había terminado mi ronda, me acerqué para consolarlo. El chico me abrazó como un niño de cinco años a su madre. Después de unos minutos me dio un sobre un poco húmedo y se fue corriendo. No lo detuve, solo me quedé ahí parada mirando cómo se alejaba sin entender por qué. Luego de un instante, me acordé del sobre húmedo en mi mano. Leí la carta y no pude contener las lágrimas. Ahora lo entendía. ¿Quién no lloraría al ver a su padre morir poco a poco por causa del SIDA? Esa carta era conmovedora, un hombre pidiendo disculpas por que ahora su hijo no tendría más un padre, solo por el egoísmo y la irresponsabilidad de su juventud. Creo que en esa carta habían más consejos que los que cualquier padre normal le daría a un hijo en vida. Nunca había leído mejores palabras expresando el amor hacia un hijo.
A veces pienso y en vez de investigar sobre una cura, me hubiese gustado inventar la máquina del tiempo y que ese chico nunca perdiera a su padre y menos de esa manera.
Quizá ahora que por fin encontré lo que tanto buscaba, no pueda devolverle la vida a ese señor, pero sí podemos lograr que otros padres tengan una segunda oportunidad, que otras madres puedan vivir más, que otros adolescentes puedan empezar sus vidas otra vez. A eso se enfocó esta investigación siempre, lograr que otros también puedan tener una segunda oportunidad. Todos tenemos el mismo problema: nunca apreciamos lo que tenemos hasta que ya no está, no siempre se trata de la salud o de la vida, sino de todo. Todos nos pasamos la vida equivocándonos, y no quiero decir con esto que este bien equivocarse, sino que es bueno poder tener esa segunda oportunidad para hacer todo mejor..."
Terminado el discurso y la parte oficial, incluida la prensa, el evento cambió de conferencia a reunión social. Todos comentaban lo grandioso que era este nuevo paso en la medicina. Obviamente también escuché las críticas a mi discurso, la mayoría buenas, pero que parecía más un discurso de carácter social que científico.
Muchos doctores se acercaron a saludarme y a decirme que cuente con su apoyo, al igual que varios científicos. Todo parecía como si estuviera en un sueño, de esos en donde todo lo que quieres se hace realidad.
La mejor parte fue el brindis. Las palabras perfectas dichas por el hombre más cercano a un hermano, un médico colega también y mi mejor amigo -el único en realidad-.
"Por una vida mejor, con segundas oportunidades, y sin SIDA".
Todos elevaron sus copas al cielo y, sonriendo, brindaron.
No sé si era el perfume de las rosas que decoraban, las brillantes sonrisas de la gente o el rico aroma del champagne que me hacía sentir que flotaba, como en una nube y sentirme en una constelación de estrellas.
Y fue ahí cuando me di cuenta. Esa era la mejor noche de mi vida. Había llegado a las estrellas.
FIN.
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Apunta a la luna y llegarás a las estrellas
Short StoryUna joven doctora-investigadora descubre lo que tanto deseaba. El día más feliz había llegado... nada podía evitar que se sienta como en las estrellas.