Amar puede sanar, amar puede curar tu alma.
Ese día besó mis labios mientras estábamos acostados en la cama, era un niño tierno, me encantaba cómo me miraba y la forma en la que me hacía sentir.
— Álvaro, ¿puedes hacer algo por mi?
— Lo que tu quieras y mandes Mar. ¿Que necesitas?
— A ti, te necesito a ti, quiero ser tuya.
Besé sus labios mientras metía mi mano en su playera, esto era nuevo para mi, quería tener esa experiencia, quería saber qué era hacer el amor, que mejor con una persona que siempre ha estado para mi y siente lo mismo que yo.
Morata asintió, continuó mi beso y este, cada vez comenzaba a subir de tono, nuestras respiraciones chocaban, la ropa era un elemento que salia sobrando, quería unirme en cuerpo y alma a Morata, quería tenerlo mas que a nada en el mundo.
Con cuidado, recorrió mi cuerpo y se fue deshaciendo de nuestras prendas poco a poco, los nervios comenzaban a jugarme una mala, pero al notarlo, Álvaro besó mis labios.
— Todo va a estar bien, Mar.
Logré relajarme ante sus palabras, acaricié su cuerpo como él lo hizo conmigo, cerré los ojos tratando de guardar todo en mi mente, de tener un recuerdo de lo que estaba viviendo. Abrió mis piernas con cuidado para posicionarse en medio de mi, inhale y exhale, asentí cuando él me miró y sin pensarlo, de una forma lenta y delicada había entrado sobre mi, le había entregado lo más preciado que una mujer puede tener, algunas lagrimas bajaron por mis mejillas y él las limpió.
Comenzó a moverse lentamente, el dolor pasó a un segundo plano y el placer comenzó a tener protagonismo. La habitación se sentía caliente y nuestros gemidos era lo único que se podía escuchar, una, dos, tres, cuatro, perdí la cuenta de las veces que había entrado en mi, todo fue tierno, besó mis pechos, mi cuello, mis labios, mi frente.
Era suya, suya completamente y él era mío. No existían otras personas, solo eramos los dos.
— Gracias Álvaro, gracias por darme esta experiencia.
— No me agradezcas Mar — besó mis labios— que se va a repetir en muchas ocasiones.
Sonreí, me sentía cansada y nos quedamos dormidos luego de entregarnos. No había nada que nos pudiera separar, tal vez si, pero no lo queríamos aceptar y eso era la muerte.
Ahora más que nunca, quería salir adelante, pero nadie es dueño del destino. Vive cada segundo como el último. Me lo repetía cada noche antes de dormir, ver a Álvaro junto a mi, me hacía aferrar a esto que se llama vida, él era mi vida y no quería perderle.