Diana y los niños

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Había una vez en Florencia una familia noble, pero tan pobre que sus días
de fiestas eran contadísimos. Sin embargo, vivían en un viejo palacio (que
estaba en la calle ahora llamada La Vía Cittadella), que era un elegante
edificio antiguo, y así que ellos mantenían una apariencia valiente ante el
mundo, aunque había muchos días en los que no tenían apenas algo para
comer.
Un gran jardín rodeaba el palacio, en él había una antigua estatua de
mármol de Diana, representada como una hermosa mujer que parecía estar
corriendo con un perro por su lado. Tenía un arco en la mano, y en la frente
lucia una pequeña luna. Y se decía que por la noche, cuando todo estaba
tranquilo, la estatua cobraba vida y se escapaba del jardín no regresando a
él hasta que el sol empezaba a subir en el firmamento.
El padre de la familia tuvo a dos niños, que eran buenos e inteligentes. ¡Un
día llegaron a casa con muchas flores que les habían regalado, y la niña le
dijo a su hermano: "La hermosa dama del arco debería tener algunas de
éstas flores!"
Diciendo esto, colocaron las flores ante la estatua e hicieron una guirnalda,
que el chico colocó en la cabeza.
En ese momento entro en el jardín el magnifico mago y poeta Virgil, quien
lo sabia todo acerca de los Dioses y las Hadas y dijo sonriente: "Habéis
ofrecido correctamente las flores a la Diosa, igual que se hacia en la
antigüedad; ahora todo aquel que permanezca aquí deberá pronunciar la
oración apropiada, que es la siguiente:"
Y él pronunció la invocación a Diana:

¡Encantadora Diosa del arco!
¡Encantadora Diosa de las flechas!
De todos los sabuesos y de toda la caza
Tu que proteges el cielo estrellado
Cuándo el sol se hunde en su sueño
Tu que llevas la luna sobre tu frente,
Quién prefiere la persecución en la noche
A cazar en la luz del día,
Con tus ninfas musicales
Del cuerno – cazadora tu misma,
la más poderosa: Te invoco
Piensa, aunque solo sea por un instante,
¡En nosotros que te invocamos!

Entonces Virgil les enseñó también el hechizo que debe ser pronunciado
para conseguir algo bueno que se requiera en especial así como la buena
fortuna
Diosa justa del arco iris,
¡De las estrellas y de la luna!
Poderosa Reina
¡De cazadores y de la noche!
Pedimos tu ayuda sagrada,
Que tu nos puedas conceder
¡La mejor de las fortunas!
Si atiendes a nuestra sagrada invocación
Y nos concedes la buena suerte,
¡Danos ahora como prueba una muestra!
Después de haberles enseñado esto, Virgil de fue.
Los niños fueron rápidamente a contar a sus padres todo cuanto había
acontecido, el padre, impresionado, les dijo que lo mantendrían en secreto,
no contarían a nadie ni tan solo una ligera insinuación de lo ocurrido. Pero
lo que más les asombro fue que a la mañana siguiente, cuando se
levantaron y salieron al jardín, hallaron frente a la estatua un ciervo recién
cazado, con el que pudieron disfrutar de buenas cenas durante muchos días;
a partir de entonces no quisieron hacer juegos de ninguna clase sobre ello,
cuando el rezo con fervor había sido pronunciado. Había un vecino de esta
familia, un sacerdote, que odiaba completamente el culto a los dioses de
antaño, y a cualquiera que no perteneciera a su religión, un día, paseando
ante el jardín, vio la estatua de Diana adornada con rosas y otras flores. ¡Y
se enfureció tanto que viendo una col tirada en la calle, la refregó en el
barro y la arrojó, goteando, sobre la cara de la Diosa diciendo: "Contempla,
tu, mala bestia de la idolatría, esta es la adoración que tienes de mi, que el
diablo te lleve!"
¡Entonces el sacerdote oyó una voz en la penumbra, entre las densas hojas,
y esto es lo que dijo:
”Esto esta bien! Ahora te advierto, tu ofrenda esta
hecha, ahora yo cumpliré mi parte del juego; por la mañana tendrás la
respuesta."

Toda esa noche el sacerdote sufrió sueños horribles, y cuando por fin, justo
antes de las tres se durmió, se despertó repentinamente de una pesadilla en
la que le pareció como si tuviera algo pesado sobre su pecho. Y algo cayó
realmente de él y rodó por el suelo. Y cuando se levantó y lo recogió y lo
miró a la luz de la luna vio que era una cabeza humana medio podrida.
¡Otro sacerdote, que había oído su grito de terror, entró en su habitación, y
mirado la cabeza, dijo, "conozco esa cara! Es de un hombre a quien
confesé, y que fue decapitado hace tres meses en Siena."
Tres días después, el sacerdote que había insultado la diosa murió.
La historia anterior no me la dieron como perteneciente al Evangelio de las
Brujas, pero si como uno de una serie muy extensa de tradiciones que
relacionan a Virgil como un ilusionista. Pero tiene su lugar apropiado en
este libro, porque contiene la invocación y el conjuro a Diana, éstos son
notablemente hermosos y originales. Cuando recordamos como estos
'himnos' han sido transmitidos o conservados por ancianas, e
indudablemente muy tergiversados, cambiados, y deformados en la
transmisión, esto no deja parecer maravilloso que tanta belleza clásica
todavía permanezca en ellos, como, por ejemplo, en-
¡Encantadora Diosa del arco!
¡Encantadora Diosa de las flechas!
¡Tu que proteges el cielo estrellado!
Robert Browning era un magnífico poeta, pero si comparamos todos los
poemas italianos de las brujas y de Diana con muchos discursos admirando
a Diana - Artemisa, seguramente será admitido por críticos imparciales que
los escritos son completamente iguales al siguiente por el bardo-
Soy la diosa de los tribunales de ambrosía,
Y de aquí salvadora, la Reina del Orgullo superado
por ninguno cuyos templos blanquean este mundo;
A lo largo del cielo hago rodar mi resplandeciente luna,
Me deshago en el Infierno sobre mi paz de pálida gente,
En la Tierra, yo, protejo a sus criaturas, guardia de
cada loba preñada y del amarillo zorro que se esconde,
Y de cada cría inexperta de madre con pluma,
Y todo el amor de los verdes lugares solitarios que frecuentan.
Aunque bonito, no iguala en la forma o el espíritu a los conjuros, que son
hechos con verdadera devoción. Esto puede ser observado aquí con pena,
aunque es verdad, que en un gran número de los tratamientos poéticos
modernos sobre la mitología clásica, los escritores, a pesar de todo su genio
como artistas, han elaborado un trabajo rococó que así parecerá a otra
generación, simplemente han omitido el punto debido a la ignorancia de
algo vital. Aquiles puede ser admirablemente dibujado, tal como lo he
visto, con una peluca de Louis XIV y una cimitarra turca, pero de todos
modos uno no deja de pensar que el diseñador podía haber sido un poco
más familiar con el vestuario y los utensilios Griegos.

Aradia- El Evangelio de las brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora