CARTA 2

157 13 1
                                    

—¿YoonGi? —dije; estaba probando llamarte por tu nombre y el sonido me gustó—. Cuéntame como es Australia, ¿no?

Entonces sonreíste y la cara te cambió por completo. Fue como si se te iluminara, como si los rayos del sol saliesen de dentro de ti.

—Ya lo averiguarás— dijiste.

Entonces las cosas empezaron a cambiar. Yo empecé a moverme con más lentitud, mientras todo lo que me rodeaba se aceleraba.

Es realmente asombroso el efecto que puede tener un poquito de polvo.

—¿Cómo te encuentras?—me preguntaste.

Me mirabas con los ojos como platos; abrí la boca para decirte que estaba bien, pero no comprendí los sonidos que salieron de ella. Un amajiso de sonidos. Tenía la lengua como trapo y no podía formar palabras. Recuerdo que las luces se convirtieron en masas de fuego ardiente. Recuerdo que el aire acondicionado me enfrió los brazos. El olor del café se confundía con el del eucalipto.

Sujetándome bien fuerte de la mano, me agarraste, me sacaste de ahí y me secuestraste.

Al levantarme me tambaleé y debí derramar tu café, porque más tarde me encontré una quemadura en la pierna: una mancha rosa por encima de la rodilla. Aún la tengo.

Me hiciste caminar de prisa y yo creía que me llevabas a mi avión, que me conducías hacia la puerta de embarque donde me esperaban mis padres. Pero estábamos tardando mucho, el camino parecía bastante más largo de lo que yo recordaba.

Mientras me llevabas por aquellos pasillos rodantes parecía como si estuviéramos volando; hablabas con gente de uniforme y me agarrabas por la cintura como si fuera tu novio. Yo asentía y sonreía. Me llevaste por unas escaleras: al principio no conseguía doblar las rodillas y me reí como un tonto, pero después las rodillas se me convirtieron en gomitas. Me llegó una ráfaga de aire fresco que olía a flores, tabaco y cerveza. Había más gente, en alguna parte, hablando en voz baja; se reían como monos chillones. Me hiciste pasar por entre unos arbustos y doblamos la esquina de un edificio. Y me golpee con una rama la cabeza. Estábamos cerca de los contenedores de basura y notaba el olor de la fruta podrida.

Me acercaste a ti otra vez, me ladeaste la cara y dijiste algo. Todo lo que te rodeaba estaba borroso y flotaba entre los olores de las basuras. Tú hermosa boca se movía como una oruga y yo alargué la mano e intente atraparla. Tomaste mis dedos entre los tuyos y la calidez de tu tacto viajó a toda velocidad desde las yemas de mis dedos hasta el hombro. Dijiste algo más y yo asentí. Parte de mí, no sé cuál, entendía; así que empecé a desvestirme. Me apoye en ti para quitarme los vaqueros y me diste ropa nueva. Una falda larga y zapatos de tacón ¿Por qué me vestías como una chica? No lo entendía pero en ese momento me parecía muy gracioso y lo hice. ¿Querías que pasara desapercibido no? Después te diste media vuelta. Debí de ponérmelos, pero no sé cómo. Te quitaste la camisa y antes de que te pusieras otra estiré la mano y te acaricié la espalda: cálida y firme. No sé en qué estaba pensando, si es que pensaba; aunque si recuerdo la necesidad de tocarte. Recuerdo la sensación que me produjo tu piel. Me resulta extraño recordar el tacto mejor que los pensamientos, pero aún siento aquel cosquilleo en los dedos.

También hiciste otras cosas: ponerme algo que rascaba en la cabeza y algo oscuro sobre los ojos.

Me movía lentamente, mi cerebro no podía con todo. Oí el ruido sordo y amortiguado de algo que caía dentro de uno de los contenedores. Tenía algo viscoso en los labios. Pintalabios. Me diste un bombón. De sabor intenso, oscuro, suave. En el centro tenía líquido. Entonces todo se volvió aún más confuso y cuando miré hacia abajo, ya no me veía los pies.

CARTAS A MI SECUESTRADOR.            <<YOONMIN>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora