Hace tiempo vivía un viejo noble, el cual era una persona bondadosa e inteligente, que no tenía familia y, por tanto, tampoco nadie que heredara sus pertenencias cuando muriera.
Cerca de su hogar había un pequeño pueblo. Solía frecuentarlo los días festivos y, por qué no decirlo, las veces que le apetecía beberse una buena jarra de cerveza.
El noble decidió dejar su fortuna y el resto de sus pertenencias a quien más lo mereciese. En el pueblo se enteraron de su decisión y todo el mundo intentó camelarse al noble tratándolo con la mayor deferencia, pensando que de esta forma el noble les daría a ellos su riqueza.
Pero un buen día llegó el noble al pueblo, lamentándose por su mala fortuna. Contaba que había hecho una apuesta con antiguo rival suyo y que este había ganado. Por culpa de dicha apuesta, el noble había perdido todo cuanto poseía: tierras, riqueza, títulos y, incluso, su hogar. Los vecinos del pueblo, al enterarse de la noticia, se sintieron estafados y se enfadaron con el noble. Cuando este les pidió ayuda, ellos se negaron a proporcionársela.
El desdichado hombre simplemente pedía un lugar donde alojarse y que le permitieran sentarse a la mesa de algún hogar, pero nadie deseaba ayudarle. Prometió pagar la deuda contraída con quien le diese los que pedía, pero siguieron sin hacerle el menor caso. Ahora que ya no era rico, a nadie le preocupaba.
A nadie menos a un joven que apenas tendría 30 años. El joven se acercó al noble y le dijo:
‒‒Mi hogar es pequeño y rara vez se sirve a la mesa algo más que pan, sopa y un vaso de cerveza, pero si lo deseas puedes alojarte allí hasta que encuentres un lugar mejor.
El viejo noble aceptó agradecido y casi llorando de felicidad la oferta del joven. Creyó por un momento que le iban a dejar en la estacada.
Cuando llegaron a la casa del joven, el noble vio que se trataba de una vieja casita de madera, humilde, pero de aire alegre. En ella vivían 5 personas; el joven, su esposa y sus tres hijos.
Al entrar en el hogar tres cabecitas asomaron detrás del vestido de una mujer, joven como su marido, que, aunque no llegaba a ser hermosa, tenía una sonrisa amable y unos ojos brillantes que hacían que pareciera la más encantadora de las mujeres.
Su marido le contó las desdichas del noble a su esposa. La mujer escuchó con suma atención y , cuando apenas hubo acabado su marido de contarle todo, salió corriendo hacía la parte trasera de la casa. Cuando volvió, 15 minutos después , le dijo al noble.
‒‒Lamento mucho que tenga que dormir con los niños, pero en la cocina no sé puede dormir y en el comedor, por la noche, hace demasiado frío como para dormir con las únicas mantas de sobra que tenemos. La comida ya está preparada, hay sopa, pan y pescado, el cual me trajo mi padre. No queda cerveza, por tanto solo podemos ofrecerle de beber agua.
‒‒Muchas gracias, es más de lo que merezco.
El noble estaba impresionado, la pareja tenía tres bocas a las que alimentar, además de las suyas propias, y aun así compartían con él lo que tenían.
Esa noche el noble se sentó a comer con la familia y, más tarde, durmió con los niños, los cuales, después de la timidez inicial, habían pedido al noble que jugara con ellos. Él les ofreció algo mejor; contarles cuentos hasta que se quedaran dormidos. Los niños aceptaron encantados.
El noble pasó dos días con la familia, en los que acompañó al hombre a la herrería donde trabajaba para ayudarle en todo lo que pudiera, cuidó de los niños cuando la mujer cocinaba y ayudó a traer agua y mantener limpia la casa. En el escaso tiempo que paso allí, se convirtió en uno más de la familia.
Cuando el noble les comunicó que debía marcharse, los niños echaron a llorar, la mujer se entristeció y el hombre de rogó que se quedara con ellos.
‒‒Ya he abusado demasiado de vuestra generosa hospitalidad, pero, por supuesto, antes de irme, debo saldar mi deuda contraída.
Sacó una moneda de oro del bolsillo, la última que le quedaba, y dijo:
‒‒Esto es todo el dinero que tengo, o mejor dicho tenía, pues ahora es vuestro.
‒‒Ni hablar ‒‒exclamaron indignados tanto el hombre como la mujer‒‒, si esa moneda es todo lo que le queda, no podemos aceptarla. Además, una moneda de oro es un pago excesivo.
El noble sonrió y entregó la moneda a uno de los pequeños, que la cogió pensando que se trataba de alguna especie de juego.
‒‒Sois demasiado humildes y generosos, me parece a mí. Que es justamente lo que estaba buscando.
La mujer comprendió antes que su marido lo que aquellas palabras significaban, y no pudo menos que echarse a reír.
‒‒Cariño ‒‒le dijo a su marido‒‒, me parece que este hombre es más travieso y a la vez más inteligente que muchas de las personas que conocemos.
El hombre entendió por fin.
El noble les había engañado, a ellos y a todo el pueblo. En realidad nunca había hecho, ni por supuesto perdido, una apuesta. La famosa prueba consistía simplemente en ver quien o quienes eran las personas más buenas del pueblo, capaces de ayudar alguien a quien la vida le había jugado una mala pasada sin pedir nada a cambio.
Así pues, los ganadores de su prueba fue, obviamente, la familia, que vivió con él el resto de su vida.
Cuando murió, heredaron sus pertenencias y, aunque estuvieron muy tristes por la perdida, consiguieron vivir felices y se consolaron pensando que él siempre estarían junto a ellos, siempre y cuando no le olvidaran.