III

95 27 0
                                    

Entra en la habitación.

Le observas detenidamente.

Se encuentra algo encorvado por la avanzada edad —en sus tiempos fue bastante alto—, es muy delgado, de piel blanquecina, cabello canoso y arrugas vieses por donde vieses. Es muy mayor y tú lo sabes, pero no te importa, él tiene todo lo que tú deseas; fama, dinero, poder. Todo lo que soñaste.

¿Tú o tu madre, querida?

Le preguntas cómo le fue en su viaje, añadiendo que algún día también te gustaría viajar por Europa. Él no te observa al contestarte que fue aburrido y que pronto lo harías, pero únicamente tras la boda. No es tonto, sabe que te comprometiste con él por su fortuna, por eso quiere asegurarse de que seas de su propiedad —físicamente y legalmente— antes de comenzar con los regalos y viajes. Te considera un contrato como los que él firma todos los días en su despacho y tú eres consciente de ello, pero no te interesa.

Miras como abre el nudo de su corbata. Giras la cabeza y le echas un vistazo al cajón del tocador. El libro está ahí, está ahí. Percibes su presencia en la cama y sientes como se acerca. Coloca una mano temblorosa sobre tu mejilla —aquella que le quedó una marca rojiza de la palma de tu madre y que hábilmente ocultaste con maquillaje—. Vuestros muslos se rozan, el tuyo desnudo.

Te besa, aguantas las ganas de gritarle que se aparte. Continúa con una mano en tu mejilla, la otra la empieza a deslizar lentamente por tu abdomen hacia tus zonas íntimas.

Te das cuenta de su intención.

Finges una expresión apenada y le dices con voz melosa que no tienes ganas, que estás cansada. Él arruga el ceño, se aleja y se baja de la cama. Sale de la habitación cabreado, cerrando la puerta de un portazo.

Vuelcas los ojos por su inmadurez y piensas en la ironía de tu pensamiento. Te tapas hasta el cuello con la sábana, alargas la mano y apagas la luz con el interruptor que hay al lado del cabecero. Cierras los ojos. Piensas en el pasado, piensas en él. Le echas de menos, le echas muchísimo de menos. Extrañas su voz, su sonrisa, sus ojos...

¿Cuándo te darás cuenta que éste no es el camino, que no es tu camino?

Un olor rancio te despierta.

Te sobresaltas al verle a centímetros de tu rostro. Apenas puede mantener los ojos abiertos y no cesa de balbucear incoherencias. Colocas tus palmas sobre su huesudo pecho para alejarlo, pero él no se inmuta, al contrario, te arrincona dejándote sin movilidad. Te alarmas y te sacudes para soltarte, pero no puedes; te tiene agarrada con demasiada fuerza. Le preguntas qué le ocurre, que te suelte, mas te ignora y empieza a sobar tu muslo descubierto. 

Te alarmas y de nuevo le exiges que te deje, le dices que no quieres, sin embargo, hace caso omiso y te besa, entonces sientes náuseas y quieres vomitar.

Lágrimas de furia se deslizan por tu rostro.

Empieza a deslizar hacia abajo tu short.

Te desesperas y en un último intento le muerdes con fuerza el labio inferior. Grita y se aleja. Te observa con ira y sin darte apenas tiempo para defenderte te golpea en la mandíbula. Gimes de dolor —físico y sentimental—. Ni siquiera te fijas cuando él sale airoso y despotricando.

¿Esto es lo que querías para ti, bella?

Se ve en su rostro©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora