•6 - "Reencuentro especial"•

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Los nervios la carcomían. Estaba en su habitación, después de la cena, procesando lo caótico que había sido ese día. Lo caótica que había sido su vida los últimos meses. Quería culpar de todo esto a su organismo, sus pulmones. Pero sabía que sus problemas familiares no eran de la incumbencia de sus órganos.

El otro día era importante, e ir con su madre pegada a los talones tampoco era algo muy genial o emocionante. Sabía que su mamá no estaba en condiciones de entablar con su papá, aunque ella quisiera. Y su padre era casi un misterio.

Verlo en la plaza, compartir una mísera conversación como desconocidos. Nunca había pensado que una relación padre-hija sería así. Pero parecía que su vida no planeaba ser del todo normal...

Se acostó en su cama, mirando el techo. Pronto a sus ojos los venció el sueño. No durmió tan plácidamente esa noche, los nervios y la emoción le jugaron una mala pasada y solo rodó entre sus sábanas por la madrugada. La mañana no fue muy placentera, el sueño la estaba matando, y Carla parecía tener toda la energía del mundo, su ansiedad la hacían correr de acá para allá, hablando alto y sin poder quedarse quieta ni un momento.

El reencuentro especial sería también en la tarde, así que desayunaron y almorzaron con los gritos de la mujer y el silencio de la niña. Pero cada vez que la hora establecida se acercaba más, las manos de la pequeña se sacudían levemente, sus nervios crecían y todo parecía ir más rápido. Ayer era un desconocido, hoy era su padre.

Salieron caminando rápidamente hasta el lugar de encuentro, una simple heladería frente a la plaza.

-Quédate aquí- la niña se dio vuelta a enfrentar a su madre, en la esquina de la cuadra.

-¿Disculpa?- su madre se sorprendió por esa firmeza y expresión que tenía su hija en la cara.

-Puedes vernos desde acá. Se supone esto es un encuentro solo de nosotros, y sabes que no quiero dejarte afuera pero...- su madre se cruzó de brazos en señal de molestia -¡En serio! Él está muy enojado con lo que pasó, y quiero que esto sea lo más fácil para todos.- Carla resopló, resignándose.

-Está bien. Pero estaré por acá, muy atenta.- Shina asintió y lentamente se alejó hacia la heladería. Reconoció al hombre de ayer, Marco, por lo que sabía. La pierna de él se movía en señal de nerviosismo, mientras tenía las manos juntas, estrechándolas frenéticamente, sobre su regazo. Se acercó a la mesa donde él estaba sentado y le sonrió en forma de saludo antes de sentarse también.

Todo su interior parecía contraerse de todas sus emociones. Él le sonrió y abrió su boca para decir algo, pero al no encontrar las palabras, volvió a cerrarla. Carla podía ver todo desde la distancia, con unas casi incontrolables ganas de agarrar a su hija y alejarse de ahí.

-Estoy feliz de que hayas aceptado venir- pudo, por fin, soltar el hombre.

-No podía negarme. Dije ayer que vendría- mirando hacia abajo, sonrió con timidez.

-Bueno, me parece bien empezar de cero.- él pasó su mano por encima de la mesa, extendiéndola, para que ella pudiera estrechársela. –Soy Marco, tu padre- lentamente, ella le correspondió.

-Shina, tu hija-

-Un interesante nombre... ¿Sabes de dónde salió?- preguntó interesado, sabiendo que sacar temas de conversación haría todo más llevadero.

-La verdad es que no, muchas veces he pensado que mamá solo lo inventó- rió.

-Oh, no creo. Carla no es buena con cosas improvisadas. Necesita tener todo planeado, y anotado si se puede- ambos rieron. Y Marco volvió a sacar tema de conversación. Y volvió a hacerlo de nuevo. Y de nuevo, mientras comían el helado que cada uno había pedido; Shina de vainilla y cereza, y Marco de chocolate y frutilla. Él saltaba con una pregunta diferente cada vez que el tema se terminaba, sin parecer forzado.

Pronto se conocieron; Marco supo de la escuela de su hija, de su amiga Grace, de la relación con su mamá y sus cosas favoritas, sin que ella le contara sobre sus pulmones, hospitales ni inyecciones. Ella supo sobre el trabajo en el exterior que su padre tuvo, lo que hizo cuando terminó la secundaria, la universidad, su abuela, sin que él le contara sobre su relación con Carla, ruptura y desilusión.

La tarde avanzaba, y el sol avanzó mientras su conversación pasaba. Tenían mucho en común. La pequeña descubrió que él de verdad le agradaba, y el hombre ya podía sentir cómo la amaba. Amor a primera vista. ¿No es eso lo que ocurre cuando está el padre conociendo al recién nacido en la sala de parto? Solo que esto era 12 años después.

Él se ofreció a acompañarla hasta su casa, y Shina soltó un rotundo no con desesperación, sabiendo que su madre estaba cerca esperando por ella y él no debía saberlo. Se despidieron, y prometieron verse pronto.

Ella comenzó a caminar, alejándose, mientras él solo la veía irse. Pero torpemente ella se dio vuelta y corrió a su encuentro. El joven hombre solo tuvo un segundo para abrir sus brazos y recibirla. El abrazo de amor más puro que pude alguna vez presenciar. Ellos acunándose el uno al otro, con sus corazones latiendo en simultáneo, sintiendo una energía cálida envolviéndolos. Se quedaron así unos minutos, ella no quería soltarlo, pero también pensó que había sido un atrevimiento de su parte y se separó lentamente. Le sonrió con total inocencia y se alejó por la vereda corriendo. Marco debía ir hacia el otro lado, así que se dio la vuelta y se fue caminando a su hogar, con una alegría que le desbordaba.

La niña corrió hasta la esquina, donde su madre la estaba esperando. A pesar de que esta idea no le agradaba, y se notaba, Carla estaba feliz. Feliz por su hija. Feliz por su amor de la secundaria. Feliz porque era lo correcto.

Caminaron juntas el camino hasta su casa, con Shina sin parar de hablar de todo lo que sucedió, lo que había pensado, lo que le había contado, todo. La mujer la escuchaba sonriente, siempre encantada de escuchar a su hija así de contenta. Llegaron y la pequeña aún tenía las energías muy arriba.

-Bueno, mañana tienes clases, ¿lo recuerdas?-

-¡Si! Ya iré a dormir- se acercó a darle un beso en la mejilla a su madre -, nos vemos mañana- y salió corriendo escaleras arriba.

-Pero, ¡la cena!- y se escuchó un portazo, haciendo saber a la mujer que su hija no pensaba cenar. Así que cenó sola esa noche, a la isla de la cocina, en silencio. Esto le permitió pensar sobre todo esto, esta situación que la atemorizaba cada vez más. 

Entre la Vida y la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora