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 Del vástago del tiempo nacen las flores de la dicha.

Rojas de fuerza y pasión, blancas de fragilidad y pureza.

Bañadas por el sereno rocío de la claridad menguante, extienden sus dulces pétalos sobre el único y efímero segundo en el que el tiempo es eterno. Tan eterno como el brillo cegador de tus ojos color miel; o la suave sinfonía que se escapa con sigilo de entre la comisura de tus labios.

Son las ráfagas invernales las capaces de soplar con la intensidad de un ciclón, llevándose consigo esos delicados y tersos pétalos de esperanza, como promesas perdidas; obligándome a no verte, obligándote a desaparecer.

Mas vuelves después, en la forma de una nueva semilla, para arraigarte con más fuerza cada vez, en el más recóndito y ruinoso lugar de mi marchito corazón.

Y al florecer, acaricias suavemente mis párpados cerrados con pétalos de seda, embriagando mis sentidos con tu perfume de frescura y paz, tu cálido tacto anhelante, tu armonioso respirar, el adictivo sabor almendrado de tus tibios labios rojizos, y la imagen de tu mano sosteniendo mi cordura, haciéndome tuya.

Sin esperarlo, comencé a respirar el aire puro de tu mirada, tan encantador como la idea de florecer a tu lado.

De que florezcas al mío. 

Pétalos de sedaWhere stories live. Discover now