Capítulo XII: Dulce y salado

1K 40 59
                                    



Desde el momento en el que la pequeña Emma Greengrass, con tan solo tiernos seis años logró montar maravillosamente una escoba, su padre supo al instante que su heredera había nacido para ser una leyenda del Quiddicht, y, ¡cómo no! Se sentía orgulloso, pues incluso él mismo había sido un hábil cazador en sus años de colegiatura.

Sin perder más tiempo, el señor Emerick Greengrass decidió enfocar todo el tiempo libre que su trabajo le permitiese en el entrenamiento de su pequeña hija, a la espera de que algún día pudiera verla volar por los aires en una de las escobas más novedosas del mercado y jugando en la Copa Mundial de Quiddicht.

La rutina era la misma siempre: el señor Greengrass salía temprano a atender su destartalada tienda de artículos mágicos en el Callejón Diagon, le daba un dulce beso a su esposa en los labios y acariciaba la melena dorada de su hija, para luego susurrarle al oído: te espero en el cobertizo del bosque en la tarde, pequeña ¡recuerda no decirle a tu madre!

La señora Saoirse era una mujer amable y atenta que intentaba darle los mejores cuidados a su única hija; amaba a su querido esposo con toda su alma, sin importar todas las sorpresas y problemas que trajera compartir un vida con él, y aunque se esforzaba mucho por seguir el ritmo del mundo mágico, al cual su familia parecía acoplarse con suma facilidad, nunca logró entender el por qué Emerick insistía en inculcar a Emma esa barbaridad a la que llamaba deporte. Prefería mil veces ver a su hija jugar a las tazas de té con las demás jovencitas del barrio que tener que presenciar cómo volvía en las noches con sus ropas llenas de mugre y barro y el cabello hecho un nido ¡ese no era el comportamiento para una señorita!

Aunque Emerick opinaba exactamente lo contrario, el carácter de su mujer era tan volátil que le pareció más conveniente encontrar una solución alternativa a tener que discutir con ella los pros y los contras del Quiddicht.

Por esa razón, luego de hacer sus respectivas tareas, Emma montaba su bicicleta y se despedía de su madre bajo la excusa de que organizaría una fiesta de muñecas y peluches como toda una niña de seis años normal, pero en su lugar, la rubia tomaba el camino rocoso que la llevaba directo al espeso bosque, en donde pasaba largas jornadas con su padre mejorando cada vez más sus habilidades.

La vida de Emma Greengrass fue normal (en términos de un mago, aunque quizá no para un muggle) durante muchos años. Creció solitaria y sin muchos amigos, aunque con dos padres que la amaban más que a nada en el mundo, y con el tiempo se hizo toda una señorita. Emma era feliz, al menos lo que se puede para una joven que era perseguida a muerte por su familia paterna.

Hasta que ese día llegó.

Eran las vacaciones de Pascua de su quinto curso en Hogwarts y Emma había decidido compartirlas con sus padres en esa ocasión.

Era un día frío y ventoso, demasiado frío para ser primavera; Emma recordaba preguntarle a su madre si era común tener un clima así durante esa estación en particular, y aunque la respuesta de Saoirse sonó muy firme y lógica, la Gryffindor no dejó de sentir una corriente helada correr por sus venas durante el transcurso del día. Muy en su interior, tenía el presentimiento de que algo malo sucedería.

La rubia rasgaba nerviosamente la pluma contra el pergamino, intentando poner toda su concentración en responder la carta de Sirius; pero su mente estaba en lugar mucho más lejano al escritorio de su habitación.

Emma dejó escapar un frustrado suspiro y arrojó el pergamino al suelo.

Dirigió una furtiva mirada hacia la ventana ¡ya había oscurecido! ¡Merlín, pero si aún era de tarde! Emma bajó uno a uno los escalones hasta el primer piso; por alguna razón, las piernas le temblaban y el vello de su nuca se mantenía erizado.

Lily Evans Y James Potter: La historia de dos almas gemelas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora