Tan feliz que podría morir.

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Quedaban dos horas para llegar a nuestro destino. Mi marido miraba atentamente la carretera mientras golpeaba el volante del coche marcando el compás de la música. Miré hacia atrás esperando ver a mi pequeña angelita durmiendo, pero tenía sus grandes ojos verdes abiertos. Mi bebé, mi Lena, tenía ya cuatro añitos. Era una preciosa niña de pelo negro como el ala de un cuervo, piel de marfil y expresivos ojos. Estaba totalmente segura de que cuando creciera iba a darnos muchos quebraderos de cabeza. Era tan hermosa como su padre, aunque había heredado los ojos de la rama materna.

Lena, contenta de haber acaparado toda mi atención, preguntó:

-Mami, ¿queda mucho?- su impaciencia propia de la infancia me divirtió.

-Más o menos, cielo. ¿Tienes ganas de llegar?

-No, bueno sí, pero es que creo que papi y tú no vais a venir conmigo-dijo, totalmente tensa.

La miré preocupada, pero imaginé que serían cosas de niños. Le contesté que nunca la dejaríamos sola. Mi vida era perfecta: tenía un marido que me quería por encima de todo, una preciosidad de niña a la que adorábamos y la felicidad completa.

Por eso, cuando vi a aquel camión yendo directos a nosotros, desenfrenado, en dirección contraria, mis ojos se limitaron a mirarlo incrédulos. No me dio tiempo a gritar, ni a proteger a los dos amores de mi vida. Así que me limité a cerrar los ojos y dirigir mi último pensamiento a ella, mi Lena…

El caos era palpable en el ambiente. El olor del aire era una mezcla de sal y hierro, el olor de la sangre. Se podía ver claramente como el coche había acabado en siniestro y el camión tenía levemente el morro chafado. Injusto. Dos cuerpos yacían en el suelo sin vida. Y, no muy lejos, tendida en el suelo, había una niña. Al momento pensé que estaba muerta, ya que estaba cubierta de sangre y no se movía. Pero fijándome bien, gracias a mi excelente vista, vi como su pequeño pecho se agitaba. Al darme cuenta, corrí inmediatamente a su lado. Debe estar en estado de shock- pensé al llegar, ya que la niña ni se movía, ni lloraba. Simplemente clavó sus ojos en mis ojos. Nunca en mi existencia había visto una niña tan guapa.

-Mami y papi están muertos, ¿verdad?- me preguntó aquella extraña criatura con un hilo de voz.

Me quede de piedra al escuchar su aguda voz tan serena. Solo llegué a asentir con la cabeza, con lo que la niña cerró sus expresivos ojos verdes dejando que una única lágrima corriera libre por su infantil rostro.

-Eres un ángel, ¿verdad?-soltó la niña de repente.

-¿Qué? ¿Por qué dices eso?- pregunté, a cada momento más sorprendido.

-Porque veo tus alas y eso significa que debo estar muerta. Tú eres quien me dirige al cielo, ¿no?

Recordé de golpe que estaba gravemente herida y que si no estaba muerta, poco le faltaba. Eres idiota- me reproché mentalmente- la niña desangrándose y tú ahí, de charla como si fuera la vecina de al lado.

Me puse manos a la obra y limpié con cuidado sus heridas, pero éstas no cesaban de sangrar ya que necesitaba puntos de sutura. Miré desesperado a mí alrededor. La niña se ponía a cada segundo más y más pálida y fría al tacto. Pero en ningún momento apartó sus ojos de mi cara. Para hacerla olvidar del dolor que seguro debía estar pasando, decidí hablarle y distraerle.

-Así que… ¿cómo te llamas?

-Helena, pero mis papis y amigos me llaman Lena- dijo- ¿Y tú?

-Ethan

En ese momento, y por increíble que pueda parecer, la niña, Lena, me sonrió.

Y fue la más bella sonrisa que nunca había visto, digna de los ángeles.

Escuchaba acercarse a las sirenas de los coches de policía y ambulancias, no tardarían en llegar.

-Nunca te dejaré sola- le prometí sin saber por qué.

Así que yo, sin ser totalmente consciente de mis actos, tomé a esa pequeña criatura entre mis brazos y observé como ella cerraba sus grandes ojos, dejando su pequeño rostro con una expresión de paz.

Me quedé quieto, casi sin respirar, limitándome a abrazarla y observarla

Y a rezar porque no fuera demasiado tarde.

Tan feliz que podría morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora