47: Magia que nace

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"Aquella noche, Cenicienta soñó con una vida perfectamente imperfecta. Veía a Nathanielle con mejor semblante; sano y alegre, como si estuviera viviendo la mejor de las satisfacciones. Sostenía al niño que se parecía tanto a él, y daba gracias a los Dioses en medio de un espléndido banquete.

Sus compañeras Elegidas le felicitaban, sus vasallos más cercanos le obsequiaban regalos, y Las Siete Hadas Protectoras de LoudRia otorgaban facultades mágicas al inocente bebé.

La visión resultaba tan cálida y feliz, que por un momento Cenicienta pensó en un final convincente para su propia existencia, y la de todos los que vio en sus pensamientos. Sin Embargo, era Oshen la reina; acompañando al Regente en el bautizo de su primogénito.

Ella por su parte, lloraba al filo de los rincones, siendo ignorada por sus amigos, y siendo olvidada por aquellas personas que una vez le tendieron la mano. Arturo apenas y le dirigía una mirada poco interesada, y su madrastra sonreía junto a sus hermanas como si hubiera obtenido la victoria ante alguna de sus tretas.

«Talvés deba dejar a mi hijo con su padre —pensó para sus adentros, y no pudo evitar un agudo dolor en el pecho—. Y Quizás también deba retirarme para que Oshen sea feliz al lado de mi esposo.»

Cenicienta no amaba a Nathanielle del modo en el que La Bruja lo hacía, pero adoraba a su hijo por sobre todas las cosas. Se había dedicado a protegerlo y cuidarlo desde su nacimiento, aunque no hubiera escogido su nombre todavía. Estaba tan ansiosa, tan emocionada y tan preocupada al mismo tiempo, que apenas y lograba disfrutar su maternidad por milésimas de segundos.

Sintió los aplausos de los invitados al bautizo, y vio el tierno beso entre La Bruja y El Príncipe con el niño en brazos. La gente lanzó ovas de apoyo a los gobernantes, se puso de pie y el pequeño comenzó a llorar...

La Elegida despertó de un brinco. La madrugada comenzaba a aclarar el cielo y solo quedaban cenizas del fuego de la fogata. Algunos pájaros se escuchaban cantar a lo lejos, pero definitivamente, el silencio del amanecer había sido roto por el llanto de su hijo.

Cenicienta se puso de pie, miró a su alrededor y notó que las mantas a su lado estaban vacías. Oshen seguía dormida, y Spot se retorcía entre la grama colorida ante el desagradable sonido que lo despertaba. Se revisó los brazos, se puso de pie y continuó escuchándolo; el bebé estaba cerca, pero perjudicialmente lejos para sus días de vida.

—Has dado a luz una criatura hermosa —Rumplestiltskin estaba en medio del campamento; con el niño en brazos y los cuatro samuráis a sus espaldas—. No cabe duda de que será más poderoso que su propio padre.

El duende mitad hada sonreía con infinita victoria, pues el momento que esperaba por fin había llegado. El hijo de Nathanielle Lang estaba destinado a ser un hechicero poderoso, y él lo había descubierto gracias a su estrecho lazo con El Oráculo. Ahora que estaba tan cerca de quedárselo, lo educaría a su imagen y semejanza, para luego hacer uso de sus imparables habilidades.

Cenicienta se dio vuelta para quedar estática, mientras veía al individuo acariciarle la mejilla a su pequeño. Respiró rápido una vez más, y por un momento creyó estar en otro de sus inexplicables sueños.

—No estoy lista —dijo inquieta—, y el tampoco. Apenas tiene unos días de haber nacido, y ha venido al mundo demasiado pronto como para valerse por sí mismo. Debo cuidarlo un tiempo, por favor no lo apartes de mí.

Rumplestiltskin solo le regaló una sonrisa malvada, pero cambió su semblante al presumir que decía la verdad. El bebé era prematuro y gozaba de una debilidad peligrosa para su corto tiempo de vida. Si moría, entonces todas sus capacidades habrían sido desperdiciadas de la peor manera.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora