59: Cenizas de primavera

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La Reina terminó su copa de hidromiel tras el impacto de su propia historia, y por unos minutos le costó creer que se trataba de algo producto de su imaginación... o quizás no.

Menelao lloraba ante la crudeza del relato, el resto de los oyentes permaneció en un luto callado, y los niños, quienes a fin de cuentas eran demasiado pequeños, se sintieron abrumados y confundidos; se suponía que el cuento debía tener un final feliz, y hasta esa noche dos príncipes habían fallecido.

Megara sirvió una ronda de vino para los mayores y leche tibia para los pequeños. En cuanto a su reina, la abordó ida en el horizonte de la ventana; esa que daba a las rejas del espléndido castillo. Le llenó la copa de más hidromiel, y esta asintió en sinónimo de agradecimiento.

Aquella voluptuosa mujer estuvo pensativa, sobre todo por el hecho de no saber cómo darle final a un coro de vidas tan reales como el de Las Elegidas. Había planeado cada historia como si fuera la última, y se había inspirado en su propia familia, en las cosas que vivió y hasta en personas ajenas a lo que contó noche tras noche.

Por primera vez en años, La Reina estuvo nerviosa, a tal punto de beber para dejar volar su imaginación de una vez por todas. Pero hubo movimientos en las rejas, algunas señales de fuego y cierto ruido lejano.

«Caballos, carros y hierro —pensó—. Visitantes no han de ser. Ropas oscuras, espadas pulcras y centenares de súbditos.»

Una caravana se acercaba al castillo casi tan rápido como se iba la noche. Ya eran poco menos de la madrugada y sus hijos seguían despiertos, entonces supo que debía hacerlos dormir.

«Quiero que estén descansados cuando mi amado llegue. En la mañana podrán disfrutar de su regreso, estoy segura de ello.»

La mujer caminó de vuelta al círculo de personas, tomó asiento en la cama de su hijo más pequeño y sonrió tranquila. Supo por el silencio que debía continuar, pero el rostro asustado de Emil le evitó esbozar cualquier tipo de palabras.

—¿Sucede algo, hijo mío? —le preguntó.

—Mami, ¿Es el turno de Cenicienta, cierto?

—Sí, así es. Creo que cada Elegida debe ser protagonista de sus propios momentos —aclaró La Reina—. Me he tomado el atrevimiento de contar lo que ha sucedido a sus personajes favoritos. Creo justo que escuches lo que le sucedió a ella también.

—No quiero. Puede no gustarme a estas alturas —se excusó el con inocencia—. No quiero que muera, o que su príncipe muera. Es que he escuchado muchas cosas duras y la verdad; me gustaría saber que ella sí fue feliz.

Los demás hicieron gestos incómodos, y agacharon las cabezas con cierto embarazo. Pero la madre sonrió ante la calidez de su hijo, le acarició la mejilla y luego besó su frente.

—No lo hemos escuchado todo. Faltan algunas cosas para llegar al final...

Emil se tiró en sus brazos para acurrucarse, la miró con los ojos ligeramente aguados e hizo un leve gesto para indicarle que podía contar. Entonces ella dijo:

"De todos los rincones del castillo negro, los calabozos eran los más terroríficos por mucho. Habían cientos de celdas que eran selladas mágicamente, ratas del tamaño de una liebre, y el hedor de sus alcantarillas; plagado de podredumbre y miseria.

Muchos de los exiliados por el príncipe ahora rey, terminaban muriendo entre las locuras de su oscuridad, pues las sombras, los espantos, los espíritus y las almas en pena, acostumbraban a salir durante la noche para atormentar a aquellos seres perdidos.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora